Navidad en Cuotas

Carlos Riedel20 diciembre, 2014

Por Osvaldo Croce y Armando Borgeaud

Aquella tarde de mediados de diciembre cuando al Gordo Curione lo llamaron al celular desde la empresa para que se presentara a la mañana siguiente a una reunión, fue la primera vez en varios años que no se hizo ilusiones sobre el cambio de lugar de guardia que venía pidiendo, al principio con una sonrisa humilde y al final con la mirada fija en la expresión esquiva del comisario retirado Prigoldin, dueño de la agencia “Free Security“, en la que trabajaba como vigilador desde que lo habían “dejado cesante“ de la Siam en una de las tantas reducciones por la crisis de siempre.

Mucho tiempo después, cada tanto, en las largas horas parado en la puerta del banco Fueguino del que ya era prácticamente parte del activo fijo, sonriendo al humo de su cigarro, recordaba con nostalgias las albóndigas con salsa y Suter en vasos de lata con la que los “almaceneros“, como los llamaba todo el mundo, disfrutaban con fruición, apenas sonaba la sirena, alrededor de la única salamandra de la planta que había quedado en el galpón que ocupaban ellos.

El caso es que, aquel memorable viernes 23 de diciembre cerca de las nueve y media de la matina, el Gordo Curione, metro noventa y seis, ciento diez kilos, inútil para todo servicio como suele recordarle su mujer cada vez que rompe algo, estuvo firme junto a la puerta blindada de FS esperando al comisario.

Cuando bajó del Siena 98 azul petróleo, vidrios polarizados, hizo sonar los talones y llevó la mano derecha a su sien, mientras Prigoldin mascullaba déjese de boludeces, che, y abría las tres cerraduras transpirando bajo el traje color verdecito.

Después de un par de gaseosas frías sacadas de una máquina yanqui y su correspondiente serie de eructos, sentados uno de cada lado del escritorio lustroso, escuchó la voz de su patrón, aireada y metálica, que por primera vez desde que lo había tomado, lo miraba con atención, pronunciando las palabras con tanto cuidado como quien abre la camisa de regalo.

Su emoción iba comprendiendo más velozmente que su entendimiento, asaltado por carcajadas de deseos escapados de la frustración que el mensaje de aquel hombre de pelo negro con tintura, peinado para atrás con rabia, prometía destruir en mil pedazos.

Mire Curione, la empresa se ha fijado en su reconocida sensibilidad, y piensa que es el hombre indicado para cumplir esta delicada misión. Nuestro directorio, dijo el comisario haciendo referencia al otro dueño que casi nunca venía por estar en el extranjero dedicado a negocios que se rumoreaban no muy claros, ha sabido reconocer esta cualidad en usted como un complemento importantísimo para nuestra dura tarea de cuidar el orden y los bienes de la sociedad hacia donde nuestra vocación de servicio nos guía con la mirada en alto. Allí volvió a eructar y sonrió como si hubiese acertado a la quiniela.

Se trata de hacer la guardia nocturna durante la noche de mañana, 24 de diciembre, en el segundo piso del Shopping Catedral.

Es muy delicado porque ahí están el patio de comidas, los locales más lujosos, joyerías y boutiques de ropa importada, y hasta la sucursal VIP del banco Fueguino nada menos, donde se depositan muchos valores durante las fiestas. No puede ir cualquiera, porque imaginesé la imagen del clásico policía, arma en cintura, entre adornos navideños…. Qué sensación se deja en los pibes…. En cambio si usted acepta, le daremos nuestro uniforme especial para que tenga la misma distinción de la clientela que suele frecuentar ese lugar.

navi shopping

Anselmo Curione salió a la calle mareado de una alegría más parecida a una paz religiosa que a una reacción feliz, frente al amable destino que lo acariciaba despacio y apenas en la cabeza gigantesca, como su madre de pequeño a la hora de dormir.

Es que quien no supiera lo que representaba la Navidad para aquel hombrón habitualmente silencioso y concentrado, no conocía nada al Gordo Curione.

Criado por una abuela en Concordia, vaya a saber qué había motivado, en aquel clima de pobreza pero rodeado de un paisaje de aguas y verdes maravillosos, semejante devoción que lo transformaba prácticamente en otro ser a medida que se acercaba el tiempo de las Fiestas. Muchas veces, sentado frente al televisor, había llorado de emoción al ver cómo, en los grandes centros comerciales de Nueva York, el mundo se convertía, sin esfuerzo aparente, en la tierra de los buenos sentimientos y los actos solidarios, únicamente para esperar la llegada de aquel panzón, como Curione aunque bastante más ágil, vestido de rojo brillante, barba de algodón y risotadas generosas que, por unas horas, poseía la fuerza de hipnotizar hasta los sinvergüenzas más descarados.

Nadie que conociera al Gordo, podría negar las sinceras lágrimas de aquel grandulón cuando se vio tan elegante reflejado entre espejos y luces de la Nochebuena en ciernes envolviendo el Shopping Catedral.

Cuando dieron las ocho en el carrillón que imitaba al Big Ben, nieve de carnaval lanzada por la red de incendio, mientras las luces parpadeaban enloquecidas, cubrió sin piedad a rubias idénticas enloquecidas de ofertas sorpresas, anunciadas por timbrazos y carteles agitados llamando desde la puerta de los negocios.

Sus maridos, impostores de lo que jamás serían, gastaban sueldos y aguinaldos en anillitos empedrados de fantasías, play station para adolescentes aburridos, tablets o celulares para recibir la bendición de Francesco I, grabada en italiano, desde Roma, en la festividad más significativa de la cristiandad.

Curione observaba atónito a los sigilosos caballeros que circulaban por el segundo piso, regalando a sus amantes mucho más jóvenes joyas pagadas con el filo de tarjetas doradas, al contado en dólares ó euros. Varios propietarios de los negocios entraban a las cajas del Fueguino VIP para dejar mercaderías valuadas con ceros que su mente no podía calcular y luego salían como despiertos de un sueño sexual.

Por fin, a las once el lugar se vació de golpe, se cerraron las puertas y el Gordo anonadado quedó solo en aquel mar de voces desagotadas.

Pocos pasos por el porcelanato le bastaron para recuperar el espíritu de Belén después de la vorágine inexplicable a sus ojos simples. Afelpados villancicos seguían sonando como un eco y afuera la noche brillaba virgen.

Quince minutos más tarde, un apagón sacudió su modorra de algunos vasos de vino sustraídos en el tumulto. La desesperación del grandote lo llevó corriendo, ágil de miedo, hacia la intensa luz que brillaba cayendo del cielo por las paredes de vidrio como una lluvia derretida.

Silencioso y altivo el mismísimo Papá Noel rodeado de una aureola celeste papel glacé, ahora caminaba hacia su encuentro con ojos de padre emocionado. Sonrió tras la barba, descorchó de la nada una botella de champán, surgieron dos copas flacas y a las doce en punto las sirvió como en el aire, sin decir palabra.

Curione fue una hoja al viento mientras duró el contacto de los cristales en un ángulo de sonido perfecto. El llanto barría la cara del Gordo por haber esperado tanto ese milagro y con el alma saturada de luz, de pronto no se acordó de nada

El 25 a la mañana, el comisario retirado Prigoldin partió en su auto de alta gama hacia destinos más relajados, con el botín del banco VIP en el baúl y una sonrisa permanente en sus labios finitos.

Su socio, que apareció sin que nadie supiera más que el apellido y el grado capaz de hacer bajar la cabeza a quien fuera, cruzó la puerta del shopping Catedral con las manos en los bolsillos y el pucho colgado de la boca y fue abriéndose paso entre algunos pibes que pugnaban por salir en las fotos junto al extraño Gordo Curione vestido a medias de Papá Noel, rodeado de dos oficiales de la Federal que poco a poco lo fueron llevando hacia el patrullero titilante de luz celeste, mientras le calzaban las esposas debajo del absurdo disfraz que el calor de la calle no tardó en deglutir.

One comment

  • yo

    29 diciembre, 2013 at 12:47 am

    Buenisimo!

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