Día de miércoles (Por Miguel Di Fino)

Carlos Riedel2 noviembre, 2014

(Ficciones en una ciudad de la furia)... Los años pasaban y la Normal parecía mantenerse “fértil y pura”, más allá de la decadencia (o no) del positivismo, del normalismo o como quieran llamarle los que saben. Igualmente, ninguno de esos puntos de vista la salvaba de haber tenido (o de tener) más de un docente malparido que exudaba “hijaputez”, fuera el tiempo que fuese; ni de estar al margen de los “imperativos de la hora” que cada gobierno –democrático o de dictadura- imponían.

Escuela Normal de Campana

Para Catalina Rosetti –la Cata- estas cuestiones no le resultaban muy claras. Después de todo, sus viejos habían aleccionado su vida escolar con el objetivo de que terminara el bachillerato y de ahí siguiese a la universidad para estudiar abogacía, para lo cual criterios como obediencia y disciplina eran normas básicas en su hogar de clase media acomodada –el viejo era contratista en fábrica- que valoraba el éxito individual bastante antes que el menemato lo institucionalizara como regla fundamental del “ser argentino” en los ’90. Y Cata era una mina obediente, cumplidora, inteligente -y esto se le había escapado al viejo-, sensible y solidaria con sus compañeros de estudio y hasta con un toque de rebeldía que fue creciendo desde ese primer año del ciclo básico y que pugnaría por salir en el quinto bachiller del turno mañana…

Tanto esas características como el encuentro que tuvo con el Pato Marquez en la matiné de “Tabasco”, un fin de semana antes de las vacaciones de invierno, le hayan marcado un camino que no tenía pensado recorrer.

El Pato cayó en la Normal rajado del Nacional de Zárate por haber impulsado y armado un acto de repudio al golpe de Pinochet, nada menos que en la hora de la Pipi Antúnez, una arpía que daba Historia y Cívica y que también laburaba en Campana, en la Normal, sin dejar de tener en cuenta que la Pipi, en cada aniversario de la “Libertadora”, se prendía en todo acto de homenaje que le hacían a la “gesta patriótica”, como ella gustaba decir a sus alumnos y colegas de un acontecimiento que le servía, por sobre todas las cosas, para hacer gala de su gorilismo y macartismo, por lo que la Pipi bien podría pasar por sosías de Rojas y Pinochet en este lado de la cordillera. Y con el Pato se aborrecían y encima se tenían que seguir bancando en la Normal, a pesar del disgusto que se le dibujaba en la jeta a la Pipi.

“Marquez: siéntese bien, señor, ¿ se cree que está en una cancha de fútbol, con los débiles mentales de sus amigotes…?”. “Marquez: córtese ese pelo inmundo que parece un cavernícola…”. Y así. La Pipi no le perdonaba una al Pato…la verdad que ni la preceptora, ni los directivos se bancaban al Pato. Aún así, Cata veía en el Pato algo más que a un tipo rebelde al pedo. El Pato era un gran lector, sus compañeros lo adoraban y más de un profesor sabía que las disputas con la Pipi eran tanto personales como ideológicas y políticas para con “un vago y ordinario” como gustaba llamarle y al que, encima, le resultaba difícil mandar a examen y si lo hacía, más le costaba desaprobarlo.

Ni cuenta se dio la Cata cuando el Pato la sacó a bailar en “Tabasco” y al cuarto tema ya estaba entretenida apretando con los lentos, que ni se acordó de lo turra que era la Pipi. La hora y la llegada del viejo que la venía buscar en el auto, no le dieron más cauce a una matinée que ya anunciaba el retiro para otro domingo que moría. La semana que se iniciaba, continuaba haciendo presente al invierno, el último en el secundario, que no podría ocultar el despelote que el día miércoles enfrentó al Pato y a la Pipi en una confrontación que, probablemente, la historia pueblerina se olvidará de contar.

La Pipi Antúnez empezó a perorar en su clase sobre “La Bolsa” de Martel y lo acertado de sus apreciaciones sobre los judíos…Al Pato parecía que le estallaban las venas de las sienes, mientras miraba medio de soslayo al Tito Stein que, con los ojos inyectados de bronca, no le sacaba la vista a la Pipi.

“Usted es una vieja nazi…”- disparó el Pato desde su banco en medio del salón, senalándola con su índice al frente. “Marquez: usted es un ordinario, un agitador, un subversivo…¡Váyase de mi clase…!”- escupió la Pipi. “No me voy hasta que no le pida disculpas a Tito por las estupideces que dijo…”. Silencio. “…Y si no pide disculpas, nos vamos todos del salón…”.

“Bien, che…”-alentó uno y todos empezaron a golpear los pupitres. Vino la preceptora y nadie le dio bola. La Pipi agarró sus útiles, enfiló para la puerta y los gritos la cubrieron de “nazi”, “facha”, “antisemita”. Cata nunca pensó que se armaría tal quilombo y que ella saldría a las galerías de la Normal a abuchear a la Pipi y a convocar a los otros cursos a que se sumaran a un repudio que se extendía por todos los salones, resultado de la intemperancia de la Pipi que en su tránsito hacia la dirección repetía: “…Hay que llamar a la Policía, a Prefectura, al Ejército…esto es un nido de subversivos…”; mientras era seguida de un séquito de preceptoras y profesores que se sumaban a su recorrido.

Al mediodía la escuela era un mar de gente: padres, docentes, canas, alumnos del otro turno, trataban de buscar el por qué de tanto kilombo… “…Es una boludez, ¿por qué le dijo judío a uno?...”-reflexionaba un lúcido periodista del diario del pueblo, conocido por sus simpatías “lópezrreguistas”. Otro, un padre rotario militante, apostrofaba: “…Esto es culpa de Perón…él tiene la culpa…”. Una de Matemática y otra de Anatomía se persignaban, rezando: “…Dios nos libre de estos subversivos…”. Uno que otro docente trataba de hablar con los pibes, a riesgo de que los metieran en la misma bolsa que sus alumnos, cosa que les importaba bastante poco, ya que ellos también aborrecían a personajes como la Pipi.

Cata y el Pato sentían una efervescencia que les recorría todo el cuerpo y sus sinceras cabecitas intuían, sabían que la mano se venía espesa no sólo por cómo era la Pipi, sino porque el ambiente de la escuela seguía siendo tan opresivo como siempre y los docentes que siempre acataban y obedecían eran los que tenían la manija y se cagaban en la democracia, en lo nacional y popular, en la Patria socialista, en liberación o dependencia…Sí, sí…eso era: tenían las bolas llenas de la “libertad” que muchos de ellos suponían era la que les “convenía” como jóvenes…

Reuniones, asambleas, cánticos, volantes que circulaban de mano en mano, consignas que nunca pensaron dirían…Y la Pipi que seguía ahí, incolume, desde la “Libertadora, junto con la directora y otros docentes que se hacían los “muchachistas” cuando les convenía y que ahora firmaban solicitadas en el diario contra “el caos y el desorden que no debe imperar en una institución escolar comprometida con los objetivos democráticos que señala la hora actual…”.

“Cínicos…”- se dijo el Pato cuando llegó la orden de relevar a María Brígida Antúnez, la Pipi, de las horas que dictaba por sus manifestaciones antisemitas que “hieren los sentimientos de un sector importante de la comunidad nacional…”, según rezaba el comunicado que determinó su raje. El Tito, también contento.

A pesar de que a la mayoría de los pibes los levantaron en peso en sus respectivas casas y en la escuela, nada pudo impedir que la sensación de haber reivindicado y luchado por lo que consideraban debía ser lo justo, los llenara de satisfacción y de una sensación de “se puede”. El Pato y Cata no abandonaron sus iniciáticos escarseos amorosos, los prolongaron y ampliaron en cuanto lugar pudieron, disfrutando cada instante, sin olvidar que fue la posibilidad de compartir la lucha de un mínimo momento de historia en conjunto, lo que también los acercó, casi naturalmente…

Tal vez en alguna de esas cosas pensaba la doctora Catalina Rosetti mientras preparaba los materiales para la charla que daría en la Normal para alumnos y docentes. Ella representaba a uno de los organismos de derechos humanos y por esos espacios construyó su camino en el campo del derecho, sacando chapa de profesional prestigiosa en los ámbitos académicos. Aunque se haya tenido que exiliar en Italia. Aunque no haya estado cuando murió su padre, ni haya podido acompañar el vacío y la pena de su madre que se mantuvo firme y digna para volver a abrazarla.

La Cata apenas se detuvo para ver la placa en el hall de entrada de la Normal que recordaba el paso de su promoción. Ahí estaban todos. Y también Tito, periodista en Barcelona. Y el Pato…Lo vio en una entrevista por Teledelta y lo escuchó por una FM.

También él era “boga” y defendía muy bien en los medios las “transformaciones necesarias” que pondrían a la Argentina en el Primer Mundo, a través de “una empresa como la que represento, de gran significación y ascendencia social, preocupada por la calidad del agua que reciben los vecinos de Campana…”. El Pato… Terminó el café en la sala de profesores. Agradeció a sus anfitriones. Apuró el paso hacia la Biblioteca. Se cruzó con más de una cara que no creyó volver a encontrar. Apenas si denotó un mínimo asombro cuando la figura achacosa y decrépita de la Pipi Antúnez la esquivó en el trayecto, sin reconocerla. Entró en la Biblioteca y pensó que todavía apretaba el invierno en los años noventa. Como en aquel día de miércoles.