Especulaban fortunas. Se apropiaban del verde. Contabilizaban sectores de césped. Cerraban balances de flores. Escondían limones para no regalarlos. Inventariaban vajilla. Blindaban las puertas. Aumentaban seguridad entrenando perros y acumulando balas. Cambiaban roperos. Renovaban decorados y manteles. Ocultaban oro y mostraban monedas. Cerraban postigos y encarcelaban aves. Guardaban delicias y clasificaban relojes. Cotizaban sus cuadros. Sumaban inodoros. En cajas secretas contaban caudales y en fríos pasillos amontonaban escombros.
No entendieron la tormenta que aniquiló los jardines y liberó las jaulas. Atravesó los techos, volteó las paredes, hizo flotar los muebles y perforó los pisos.
Espantados e inmóviles, a través de una ventana, ya sin vidrio y cortina, admiraron al niño que subido a una tabla, con manos empapadas y pantalones raídos, sobrevivía remando sobre la calle inundada.


