“Durante el transcurso de la Humanidad, la igualdad será la base y el fundamento del derecho; porque, si bien no somos idénticos, somos parecidos y al ser semejantes tenemos virtualmente el mismo derecho”. (Pierre Leroux, “Carta a los filósofos, los artistas y los políticos; p. 51; Gedisa, 2016; original: París 1865).
1865. Convulsionado, y rico en ideas, siglo XIX.
No somos idénticos.
Implica una valoración de la individualidad, de las diferencias entre uno y otros seres humanos.
Pero somos parecidos.
SOMOS SEMEJANTES.
Semejanza fundamental entre seres humanos.
Semejanza que trasciende las etnias, religiones, nacionalidades.
Semejanza frecuentemente olvidada y sustituida por lo que Sigmund Freud denomina “narcisismo de las pequeñas diferencias”.
Diferencias, precisamente, de etnias, religiones, nacionalidades que pueden conducir, incluso (si se olvida la semejanza fundamental que tenemos por ser seres humanos), a las guerras.
Sobrevaloradas diferencias de pertenencia (a un club de fútbol, por ejemplo), que puede conducir a feroces enfrentamientos.
El médico y el paciente son primero, semejantes.
Luego, diferentes, cada uno en su lugar.
Maestros y alumnos son primero, semejantes.
Luego, diferentes en el ejercicio de sus funciones.
Presidente y gobernados son primero, semejantes.
Luego, diferentes en el desarrollo de sus acciones.
Podríamos seguir.
Probablemente, indefinidamente.
En épocas anteriores, Edad Antigua, Edad Media, las diferencias sociales, de riquezas, de propiedades estaban legisladas.
El derecho era la desigualdad.
La Revolución Francesa de 1789 declaró: Los derechos fundamentales y universales, la libertad e igualdad de las personas, la tríada libertad, igualdad, fraternidad; entre otras cosas.
Así es “de derecho” en las sociedades modernas.
Pero no de “hecho”.
Aberrantes desigualdades siguen existiendo y se profundizan.
Vemos esto de manera desconsoladora en nuestro país (y no es el único).
Personas sin trabajo, salarios que no alcanzan para llevar una vida mínimamente confortable, familias viviendo en la calle, vergonzosas desigualdades económicas, dificultades serias en el acceso a la salud, la educación, la vivienda, la vestimenta.
Cualquier persona interesada en lo que sucede podría ampliar esta lista de carencias.
“Al ser semejantes tenemos los mismos derechos”, expresó Pierre Leroux y de la misma manera muchos otros.
Y ya no existe la creencia que afirmaba (y algunos quieren afirmar) que Dios distribuyó los lugares de cada uno (amos, esclavos, nobles, siervos, ricos, pobres…).
Somos los seres humanos los que creamos sociedades tan profundamente desiguales mientras “recitamos” la igualdad.
Los seres humanos, cada uno y todos, participamos potencialmente de la inmensa capacidad que la Humanidad posee (puesta
de manifiesto en grandes textos, producciones científicas, filosóficas y artísticas) y de sus condiciones para el cambio, la solidaridad y la paz.
Nos corresponde a nosotros, entonces, la construcción de sociedades espiritualmente más ricas y realmente fraternas, libres e igualitarias.


