Respeto: en su etimología latina “respectare”. “Mirar hacia atrás”, no proceder egoístamente no interesarse únicamente por lo que se tiene delante. Preocuparse por el impacto de nuestras acciones en los demás. Aceptar a los demás por lo que son.
Dañar: causar detrimento, perjuicio, menoscabo, dolor o molestia.
Mirar hacia atrás, mirar hacia los costados, ver a las otras personas.
Contemplar sus necesidades.
Actuar para intentar satisfacer esas necesidades.
Cuidar de no producir daño.
“Primum non nocere”, primero no dañar, es el principio fundamental de la Medicina.
Debería ser el principio fundamental de todo ser humano.
Y, muy especialmente, de las personas que ocupan lugares de poder.
La sociedad de consumo se propone hacernos creer que lo más importante o lo único importante es lo que está por delante.
Es decir, lo que nos falta.
Y las acciones a desplegar para lograrlo.
Independientemente de las consecuencias de nuestra conducta sobre los otros.
Recuerdo que en la escuela primaria, cuando había que resolver un problema o ejercicios se imponía el apuro.
Porque el primero que terminara, si había hecho todo bien, “se sacaba” un “muy bien 10, primero”.
El segundo, “muy bien 10, segundo”.
Y así hasta el muy bien 10, quinto”.
A partir de ahí, sólo muy bien.
Recuerdo también empujones para llegar antes al escritorio de quien tenía la facultad de calificar la tarea.
Entonces, no lo sabíamos nosotros y, probablemente, tampoco las maestras y los maestros.
Nos estaban preparando para una sociedad altamente competitiva.
Una sociedad en la que se confundiría “ser” con “tener”.
Al mismo tiempo se nos exigía respeto.
Pero, especialmente, respeto a la autoridad.
Respeto que se confundía con miedo.
Probablemente, hoy se ha diluído el miedo y el llamado respeto se quedó sin sostén.
Son otros, y no el miedo, los componentes psíquicos necesarios para que dentro de cada uno se instale el respeto como forma de vivir y convivir.
Para que eso sea posible es menester que concibamos a las otras personas como semejantes.
No sólo en las palabras, sino en los hechos.
De lo contrario, y aunque la intención no sea consciente, al hacer dañaremos, por acción u omisión.
Estamos viviendo, en líneas generales, una sociedad de la falta de respeto, de la falta de cuidado al otro, del daño.
Los avances legales en términos de aceptación de las minorías no tienen aún correspondencia con un cambio en las mentalidades.
Las palabras y acciones discriminatorias siguen existiendo.
Más encubiertas o más manifiestas.
Los cruces violentos impiden encuentros y acuerdos prósperos.
Es notable en la vida política la falta de respeto al lugar que se está ocupando.
Ello implica la falta de respeto a quienes democráticamente decidieron que determinadas
personas sean las que ocupen esos lugares.
De todos modos a los “ciudadanos de a pie”, como suele decirse, no nos hace falta que nos den permiso para intentar mejorar la vida que vivimos.
Podemos respetarnos para no dañarnos.
Podemos respetarnos para hacer más amable la convivencia.
Podemos respetarnos para conocernos.
Podemos respetarnos para no sentirnos solos.