¿PA´QUE LE PEGASTE AL PERRO? (historias de venganzas) Cap. 1... Un cuento de Diego Paolinelli

Carlos Riedel6 abril, 2024

En una de sus primeras conversaciones con Mariela, Pablo había sacado a relucir una frase, con la cual daba muestras que recogería el guante ante una afrenta y estaría dispuesto a tomar revancha o venganza.

Ese enunciado, que ambos tomarían como código interno de bromas y desafíos, Pablo lo había generado de un viejo sketch: “Borges y Alvarez”, del famoso humorista argentino Alberto “El Negro” Olmedo.

En este pase de comedia, le contaba a su pareja Javier Portales. una idea para un guion de cine: Una familia acaudalada sufría las penurias de un robo en su casa, desvalijaron sus pertenencias, destruyeron el mobiliario, violentaron y amenazaron a su familia, mientras el dueño de casa se mantenía impávido, sometido por la situación sin poder responder a tal acto…pero…cuando le pegaron al BOBY…su perro.

En ese momento, el hombre al fin reaccionaba, rompía sus ataduras envuelto en una locura inusual y clamando por venganza…enfrentaba a los malvivientes, los desarmaba y apaleaba a mano limpia. Luego, ante la mirada de asombro y la consulta de Portales: “Recién ahí reaccionó”, entonces El Negro insistiría con un: “Si, se ve que el tipo quería mucho al perro”. Por eso, de ahí en más para Pablo, su proposición de revancha iniciaría con un “¿¿PÁ QUÉ LE PEGASTE AL PERRO??”

El muchacho, evocaría “La frase” también como enunciado para compartir con Mariela, las historias de venganzas que había vivido o escuchado de sus colegas en sus distintos trabajos, como estas:

“EL BOSQUE ENCANTADO” (venganza fabriquera)

Pablo comenzaría contando qué a mediados de los años 90, había sido parte de un grupo de técnicos zonales que habían trabajado en el armado y puesta en marcha de una productora y envasadora de cerveza alemana que se instalaría en Zárate, sobre la ruta panamericana.

Todos se sorprendían del diseño moderno del edificio administrativo y la tecnología de punta de la Planta. Solo los que vivían en la zona además rescataban, la idea conservacionista de parte de los dueños de haber mantenido intacto el monte de acacias negras, posponiendo el inicio del espacio fabril más allá de los cien metros cuadrados que ocupaban.

Dentro del mismo y a forma de preservar también la historia del lugar, se construyó un camino interno de cemento a través del bosque para conectar en forma directa el Edificio principal, donde convivían la Portería, oficinas administrativas, vestuarios del personal de planta y el comedor general, con la planta de producción, envasado y despacho.

Ese camino mantenía el mismo trazado que el original que conectaba la ruta, pasando por la tranquera, con el casco de la Estancia construida a principios del siglo diecinueve. Ese caminito, entre el otoño e invierno era cubierto por las hojas de las plantas, que luego de pasar de un verde intenso, se tornaban a un rojizo y por último un amarillo pálido antes de desprenderse y cubrirlo por completo de un día para el otro, dando un paisaje de cuento para los que lo transitaban de día. Pero de noche, otra era la historia, ya que la finas y largas ramas de estos árboles, que además de hojas tenían unas vainas con pequeños frutos (una especie de chauchas de unos 30 a 40 centímetros de largas), generaban un ruido fantasmal ante el movimiento generado por el viento que atravesaba el campo.

Por esto último, fue el lugar elegido por una pareja de mantenimiento de producción, para cobrar venganza por la falta de respeto, cometida por un joven pasante de la sala de cocimientos.

Cachito Rossi, recordaría Pablo, era además de un gran mecánico, el más divertido contador de historias de la planta. No había forma que un encuentro con él, para tomar unos mates a escondidas o compartir el almuerzo en el comedor, fuera un momento aburrido.

Su compañero, el gordo Osorio, era un electricista de andar cansino. Los dos hacían una pareja despareja. Además de los diez años de diferencia que los separaban, sus preferencias musicales, deportivas, etc. No coincidían para nada y se la pasaban discutiendo. Eran como esos matrimonios de antaño que se soportaban, compartiendo los momentos laborales…para llegar a fin de mes.

El punto de inicio para que limaran sus diferencias y unieran fuerzas fue, el ingreso de Bruno como pasante en la sala de Producción.

Brunito, era un pibe de solo diecinueve años, con cara de púber, sin un pelo en la barba, pero una autoestima muy alta. En esa época, los nuevos recibían un trato más cordial por parte de los veteranos (en edad y trayectoria) a lo que se estilaba en décadas anteriores. Al poco tiempo de su ingreso se lo notaba demasiado confianzudo con todos, pero en exceso con la pareja de mantenimiento. Que los llamara por su apodo no era nada, les vivía haciendo comentarios despectivos sobre su edad, su estado físico o el estado de sus ropas, ya que cuando tenían alguna reparación que incluía reparar pérdidas de agua o lubricantes terminaban andrajosos, mientras él que se la pasaba en la Oficina de control, su ropa estaba más limpia, que el día que se la dieron. Todo eso sumado a que se creyera el más “piola” del sector, hizo que los muchachos de mantenimiento, se prometieron que no lo iban a dejar así.

Buscaron la forma de tomar revancha y se lo plantearon a los técnicos de la sala de control con los que mantenían trabajo a diario y compartían la rotación de turnos. Y fue cuando uno de ellos les sugirió qué en una charla, Brunito confesó que le tenía miedo a la oscuridad. Cachito lo miró a Osorio y le dijo: “Esperemos al turno noche”.

Cuando inició la semana de la rotación nocturna, el plan contaba con todos los integrantes del turno: los compañeros de sala de control del Pibe, el técnico del laboratorio, el operador de la planta de energía y hasta el encargado de portería, se habían sumado a la idea de Rossi y Osorio.
“El anzuelo”: Iniciaron el turno con la reunión informativa del Sector que luego se transformó en una charla común. Ahí uno de los integrantes de la sala de control, tomó la palabra y contó que su familia se había criado en una quinta cercana a la planta y que su abuelo siempre le contaba cosas de esa época, pero la que más le había quedado era la de un paisano que trabajaba en la Estancia y que una noche se largó solo por el camino que atravesaba el monte a pie y…de entre los arboles le saltó un animal peludo y grande, parado en dos patas y lo atacó. Y que el tipo…cuando llegó al casco de la estancia cayó desmayado, se despertó al otro día recién, pero les dijo a los patrones que no volvía a pisar la estancia y se fue para no volver más.

Todos miraron la cara del Pibe al oír la historia. Tragaba saliva y no emitía comentario, pero su mirada decía “miedo” a gritos. Se había tragado el anzuelo hasta la garganta.

“El complot”: Llegó la hora de la cena y por protocolo debían ir en parejas al comedor, para que siempre hubiese personal en cada puesto en caso de alguna emergencia.

A Brunito le tocaba ir con el técnico de Laboratorio. Pero ni bien se sentaron a la mesa, le sonó el radio al técnico (no eran tiempos de teléfonos celulares): “Laboratorio para Control” dijo una voz y seguido del “Adelante” como respuesta, llegó el mensaje en clave que iniciaba todo: “Perdona que te corte la cena, pero te está sonando una alarma en microbiología”.

“Voy” respondió solamente el Técnico y le dijo al Pibe “vos quédate…que yo vengo más tarde”. Bruno cenó rápidamente, caminó por el pasillo que unía el comedor con la portería y abrió la puerta que daba al bosque, lo alentó ver las luces resplandecientes que iluminaban el camino de cemento a ras del piso, parecían pequeños faros en la negra noche. Cuando cerró la puerta detrás de él, el encargado de la portería apretaría dos veces la tecla de su intercomunicador, que sería la segunda señal.

El joven metió sus manos en los bolsillos para protegerlas del frío, levanto el cuello de su campera e inició el cruce de los más de cien metros que lo separaban del reparo de la sala de Producción.

El viento silbaba sobre las ramas de los árboles y sacudían las vainas que pendían de ellas y generaban un ruido poco amable. Cuando ya llevaba casi la mitad del recorrido, abruptamente se apagaron todas las luces que iluminaban el camino y el chico se paralizo en el lugar. Se sintió abrazado por la oscuridad, el ruido del viento sobre las plantas pareció más intenso, entonces giró su cabeza hacía ambos lados rápidamente tratando de hacer foco con su vista y cuando se dispuso a continuar la marcha…el ruido de pisadas sobre las hojas y ramas muertas lo alertó, luego unos gritos desgarradores que provenían de negrura del bosque, lo pusieron en una carrera frenética hacia la luz al final de la arboleda, enmudecido pero revoleando sus brazos y piernas para tomar la mayor velocidad a pesar de las pesadas ropas de trabajo y botines de seguridad…su cabeza apenas girada hacia un costado para poder mirar sin ver, que se alejaba del ataque, sin descubrir quién o qué cosa era lo que lo perseguía.

Cuando logró atravesar la puerta de la sala de control, la azotó detrás de él. Desencajado, con un tono en su piel más pálido del habitual, el pelo totalmente despeinado y su frente transpirada a pesar del frío.

Fue recibido por los operadores de la sala de control con un fingido y preocupado: “¿Estás bien Brunito? ¿te pasó algo?”. El chico, trató de recuperar el aliento para poder contar su experiencia, mientras resoplaba por nariz y boca.

Cuando logró calmarse y estaba por comenzar a hablar, se abrió la puerta e ingresaron al lugar, Cacho Rossi y el Gordo Osorio, con una sonrisa de satisfacción dibujada en sus caras, aún con los gorros de lana negra y guantes oscuros puestos, entre sus manos llevaban las planchas de cartón que habían usado para acostarse en el bosque y ocultarse hasta que apareciera su víctima.

Bruno no entendía lo que pasaba, hasta que Cachito tomó la palabra y le aclaró: “Viste neneee, te creías el más VIVO del sector y al final te asustaron un par de VIEJOS GORDOS, como vos nos decís” y el resto acompaño las palabras con aplausos y risas cómplices en la revancha. Bruno se puso colorado y tuvo que admitir que se la habían hecho bien. Pagó el derecho de piso, porque él solito se lo había buscado.