Según definiciones consensuadas, las amenazas constituyen un delito o una falta, que consiste en el anuncio de un mal futuro ilícito que es posible e impuesto.
Su finalidad es causar inquietud o miedo en el amenazado.
Por lo tanto, las amenazas para funcionar como tales deben ser creíbles.
Una amenaza puede ser dirigida por una persona a otra, por una persona a un grupo de personas o a alguna pertenencia específica, por varias personas a una, por un grupo de personas o pertenencia o otro grupo de personas o pertenencia.
Las reacciones en la persona amenazada o las personas amenazadas son muchas y distintas: desde una huída defensiva hasta la decisión de enfrentar la fuente de amenaza.
Como común denominador a las distintas reacciones a las que da lugar la amenaza, se desencadena en la persona amenazada un incómodo afecto que puede denominarse expectativa de angustia.
Los seres humanos podemos tener expectativas esperanzadas, expectativas de asombro posible, expectativas de incertidumbre, expectativas de angustia.
La amenaza genera la última de las formas de expectativas mencionadas.
Se anticipa que algo va a estar mal.
Que la situación actual, sea cual fuera, será peor en un futuro próximo o relativamente próximo.
La amenaza puede involucrar cuestiones físicas, psicológicas, espirituales, de la vida cotidiana.
Fuera de la caracterización puntual de ilícita de la amenaza, existen de hecho situaciones que son amenazantes.
Estas situaciones pueden y suelen estar sostenidas por personas, sus discursos y decisiones.
Pero es frecuente que aparezcan (y así se busca hacerlas aparecer) como inherentes objetivos a la situación y no como amenaza.
Un ejemplo de esto es una guerra.
La guerra aparece como situación de realidad objetiva, producto de un conflicto que llegó al extremo.
Obviamente, la guerra supone amenazas.
Lo cierto es que la guerra fue decidida por seres humanos.
No es una realidad natural ni sobrenatural.
Sólo situaciones naturales, que no sean susceptibles de ser controladas por los seres humanos, son amenazas objetivas y naturales.
La situación actual que vivimos en Argentina es amenazante para muchos.
Si bien algunas (o muchas) personas mantienen una expectativa esperanzada, algunas (o muchas) otras desarrollan claramente una expectativa angustiada.
Queda a criterio de cada persona pensar en qué consiste la situación y cuál es su origen.
Si tiene o no responsables y, en caso afirmativo, quiénes son.
Dado que se desarrolla como consecuencia de variables políticas, económicas, sociales, no se le adjudica (tal vez no sea adjudicable) un carácter ilícito.
De todos modos, bordea con lo ilícito el estilo de relación entre las distintas personas con responsabilidades de gobierno.
Y el estilo de relación entre los poderes de la democracia.
Las situaciones de crisis (suele haber una cronicidad de las crisis) funcionan como una neblina que nos envuelve y no nos permite ver el camino.
Y por lo tanto, qué hacer en el mismo.
Necesariamente, ello genera amenaza y expectativa angustiada.
Solemos, en esos casos, intentar agudizar los sentidos para mirar hacia afuera y tratar de entender qué sucede y actuar en consecuencia.
Afuera, se reiteran los discursos y acciones que produjeron la neblina que invisibiliza el camino.
Algo que podemos hacer en tales situaciones, y que puede resultar en principio ilógico, es poder mirar y escuchar hacia adentro.
Sentirnos, mirarnos, escucharnos.
No es ilógico.
Nos permite contactarnos con nuestro sí mismo, con nuestros pensamientos conscientes, nuestras sensaciones y emociones, tal vez con algún contenido inconsciente hasta entonces.
Nos permite unificarnos ante la vivencia de disociación.
Nos permite integrarnos.
Nos permite recuperar el saber que está dentro nuestro y que puede ayudarnos a orientarnos.