"En la playa de interminables mundos, los niños juegan..." por Guillermo Rivelis

Carlos Riedel11 abril, 2021

La frase que da título a este artículo fue acuñada por Rabindranath Tagore, poeta bengalí, nacido en 1861 y fallecido en 1941. Es reproducida por Donald Winnicott, médico y psicoanalista inglés (1896-1971) en su último libro "Realidad y juego" (Gedisa editorial p.129), como encabezamiento de uno de los capítulos.

Winnicott destaca la importancia del juego en la infancia y los procesos de creatividad que se desarrollan y tienen lugar en el mismo.

En grandes o pequeños espacios, los niños inventan sus "playas" y crean sus "interminables mundos".

Distintas versiones del Psicoanálisis y de otras teorías estudian el juego y aportan interpretaciones al respecto. De hecho, el juego es un recurso muy importante del abordaje psicoterapéutico con niños. Pero es importante saber que el fin último del juego es el juego. Esto quiere decir que el niño "juega para jugar".

La pandemia que estamos viviendo ha producido fuertes distorsiones en muchos aspectos. Uno de esos aspectos de fundamental importancia es la infancia. Los niños han sido y, obviamente, siguen siendo sumamente afectados. Y, como consecuencia, también sus juegos.

Discutir la pertinencia o no de la presencialidad escolar excede las intenciones de este artículo y mi capacidad como para tomar una postura debidamente fundamentada. Las posiciones en uno y otro sentido responden a criterios diferentes y las variables a considerar son muchas.

Lo que se hace evidente es que no es lo mismo para los niños ir a la escuela como fueron hasta el año 2019 (incluído) que hacerlo de la manera en que lo están haciendo en este 2021. Los niños se han reincorporado al lugar al que no asistieron durante el año pasado. Lugar que, aun siendo el mismo, no es "el mismo" en el cual estuvieron el último día del ciclo lectivo 2019.

Barbijos, distancia, no compartir objetos, no prestarse útiles, entre otras cuestiones, marcan una considerable diferencia. El esfuerzo de niños y docentes es encomiable y no siempre reconocido.

Todos quienes fuimos a la escuela, recordamos la expectativa por el recreo. El espacio donde podíamos correr (aun con docentes que decían "no corran", por temor a que nos lastimáramos). Podíamos correr y tocarnos, jugando a la "mancha", por ejemplo. No es así el recreo del que disponen los niños en este 2021. Acercarse al otro niño, como un gesto de amistad, es hoy un riesgo.

Fueron muchas las situaciones enojosas familiares durante el año pasado vinculadas a que, en la versión adulta, los chicos no querían asistir a las clases virtuales, tampoco hacer las tareas y que pasaban mucho tiempo del día en la computadora o con el teléfono celular. Aun con la presencialidad, subsisten dificultades de esa índole.

No podrían no existir cuestiones complejas, no deseables, incómodas, en el contexto actual.

Los adultos estamos preocupados, tenemos miedo, nos inunda la incertidumbre, nos sucede pensar que el problema que estamos viviendo no tiene fin, escuchamos voces disonantes y contradictorias, nos sentimos en muchos momentos a la deriva, estamos ansiosos, angustiados, nos cuesta concentrarnos, entre muchos otros estados de ánimo desagradables. Entonces, ¿por qué no, los niños? Pensamos, frecuentemente, que los niños están, o deberían estar, al margen. No siempre consideramos que a los niños les sucede, tal vez de distintas maneras o con distintas manifestaciones, lo mismo que nos sucede a los adultos. Y como los adultos, también pueden presentar problemas, dificultades en el aprendizaje, mayor agresividad, desgano, múltiples signos de malestar. Están sufriendo, como nosotros los adultos. Aunque no parezca, aunque muchas veces se rían y se diviertan, aunque parezca que "nada les importa". No están recibiendo de los adultos el mismo trato que hace dos años, porque eso es imposible de parte de adultos que no están en la situación de hace dos años. Pero es necesario saber que eso que es imposible tiene consecuencias.

La idea de "recuperar" en este 2021 lo perdido curricularmente en las escuelas durante el año pasado es, cuanto menos, una lamentable fantasía. La educación es de importancia central y el aprendizaje, una maravillosa aventura. Pero nada grave sucede si, en función de una realidad concreta, los contenidos de aprendizaje se "demoran". Los niños tienen la vida por delante para aprender. Y ahora, forzosamente, están teniendo que aprender a moverse en esa realidad concreta que no nos gusta ni a adultos ni a niños.

La plaza no es un lugar de entera libertad. Tal vez, ya no lo era enteramente. Pero se ha incrementado ciertamente la limitación en el esparcimiento.

No pretendamos niños que todo el tiempo "estén bien", que muestren desbordante entusiasmo por la escolaridad, que no manifiesten diversas formas de malestar.

Va a ser necesario que, en este contexto tan difícil, los adultos, no sólo por los niños, sino por nosotros mismos, podamos ir vislumbrando posibilidades de salida de la situación que estamos atravesando. Conscientes de que serán el esfuerzo mancomunado, la responsabilidad individual volcada hacia el bien comunitario, el cuidado de cada uno hacia sí mismo y hacia el prójimo, las actitudes que, entre otras, nos permitirán irnos acercando a la superación de esta situación.

Y mientras tanto, los niños seguirán jugando, seguirán configurando espacios lúdicos e inventando playas en las cuales crearán interminables mundos, aun en el reducido rectángulo de un teléfono celular o de un trozo de cartón.