Adolescentes, jóvenes: por favor, no se dañen por Guillermo Rivelis

Carlos Riedel13 diciembre, 2021

Comenzaré mencionando a dos autores argentinos: Alejandro Raiter, sociolingüista, y Mario Waserman, psicólogo.

Respecto de Alejandro Raiter, sintetizaré mi conclusión de una parte de su libro "Lingüística y Política".

De Mario Waserman, reproduciré párrafos de su libro "Condenados a explorar. Marchas y contramarchas del crecimiento adolescente".

Me motiva a escribir estas líneas tanto lo que puedo observar como la honda preocupación que transmiten profesionales de la salud mental (Médicos Psiquiatras y Psicólogos) que atienden personas que transitan la adolescencia (especialmente) y la juventud: suicidios, intentos de suicidio, autoflagelación, cortes en la piel con elementos punzantes, adicciones, entre otras conductas auto - perjudiciales.

Una forma particular de la violencia: la violencia ejercida contra uno mismo.

Ese tipo de violencia convive en este presente que estamos viviendo con la violencia dirigida a otros.

Alejandro Raiter plantea que vivimos inmersos en un discurso dominante (prevaleciente) que se sostiene en un sistema de referencias y en creencias.

Este discurso condiciona nuestra forma de percibir, pensar, actuar.

Sucede frecuentemente, por ejemplo desde el punto de vista político, que personas probablemente agrupadas de alguna manera se "oponen" a ese discurso dominante (prevaleciente).

Raiter explica que esa "oposición" no sólo no logra superar el discurso dominante sino que lo confirma, porque se encuadra dentro del mismo sistema de referencias y de creencias, pero para "oponerse".

Propone, entonces, que no se trata de oponerse a ese discurso, sino de generar otro sistema de referencias que no se constituyan mediante la inversión del discurso dominante (prevaleciente), sino a partir de la creación de nuevos criterios y categorías.

Lo que surja a partir de ahí no será un discurso "opuesto", sino "otro".

Los adolescentes y jóvenes viven insertos en el discurso dominante (socialmente prevaleciente) como todos y viven inmersos en un discurso "familiar" dominante. Discurso configurado a partir de referencias, creencias, convicciones de los adultos de la familia, con las variedades que se pueden considerar de acuerdo a cómo se distribuya la autoridad y el "poder" dentro de esa familia (desde cómo se come en la mesa hasta a qué religión se debe pertenecer o cómo deben vestirse varones y mujeres, pasando por un espectro innumerable de criterios y situaciones).

Frecuentemente, adolescentes y jóvenes se "oponen" a ese discurso y quedan habitualmente definidos como "rebeldes", siendo la "rebeldía" una característica que se atribuye a la juventud. En una generación, los adultos considerados rebeldes cuando eran jóvenes suelen quejarse y enojarse con la rebeldía de los jóvenes de esa generación y encuentran argumentos para diferenciar la "rebeldía" de ellos jóvenes y la "rebeldía" de los "jóvenes de ahora".

Personalmente, desde antes de ser adolescente escucho decir "la juventud de hoy no sabe lo que quiere, no sabe adónde va".

La "oposición" de adolescentes y jóvenes al discurso prevaleciente y la resistencia de quienes lo sostienen a aceptar cuestionamientos suele dar lugar a discusiones que pueden tomar formas violentas. Pero, lo realmente mucho más grave, es que esa confrontación llevada a niveles de agresión, de desprecio hacia el otro, de desconsideración, de rechazo suele dejar "solos" a los más vulnerables del vínculo, que son los adolescentes y jóvenes (más allá de algunas apariencias).

Esta vivencia de soledad, de no ser escuchados, de ser desacreditados conduce en ocasiones (cada vez más) a acciones desesperadas, como las que he mencionado y otras.

Raiter (en la interpretación que hago de su texto) les estaría diciendo a adolescentes y jóvenes que el camino no es la "oposición", sino la creación de propios criterios, de un diferente sistema de referencias. Se trata, entonces, de construir discursos no por oposición al discurso o discursos prevaleciente/s, sino por inauguración de nuevas perspectivas. Es una manera de no quedar instalados en un lugar debilitado desde el cual sólo cabe el grito o el silencio doloroso (acompañadas ambas situaciones de conductas caóticas) sino de proyectar nuevas formas de nombrar, organizar y vivir la vida.

Mario Waserman escribe en el libro mencionado:

"Debemos preguntarnos seriamente si la vida adulta que les ofrecemos (se refiere a adolescentes) como modelo no es efectivamente una vida no sentida, una vida de vacío, mientras que la violencia adolescente es un lleno".

Nos está diciendo el autor que la vida vaciada de sentido que en este momento exponemos los adultos conduce lamentable y erróneamente a los adolescentes a recurrir a la violencia como manera de dotarla de sentido. Violencia que altera encuentros musicales, violencia en las calles, violencia como forma de pertenecer a grupos, violencia como manera de ocultarse sus propios terrores aterrorizando a otros, violencia individual y grupal, violencia intrafamiliar, violencia contra sí mismos.

En otro pasaje escribe el autor:

"El adolescente creado por los medios está alcoholizado, drogado, peleándose violentamente, delinquiendo, amenazando, asesinando, poniéndose en coma. Es evidente que no se trata de la mayoría de los adolescentes, pero en el imaginario colectivo es el adolescente de la actualidad".

Aclara Mario Waserman que este "adolescente creado por los medios" más que una "invención" de los medios es una 're - creación" que los mismos hacen a partir de una idea que circula socialmente y a la cual dan forma e imagen. Luego, esta re - creación actúa como inducción para que los adolescentes intenten imitar a ese estereotipo que aparece en los medios.

Waserman escribe acerca de la "confrontación" entre el adolescente y el "padre". El "padre" no refiere necesariamente al "papá", sino a la instancia adulta que sostiene criterios, normas, pautas que, presentes en la cultura, son puestas en funcionamiento por cada familia de un modo peculiar.

Esa "confrontación" puede darse en términos suaves con comprensión de parte de los adultos. O puede darse en términos crudos, violentos, de rechazo recíproco.

En la última de las situaciones mencionadas, el adolescente quedará "solo", se sentirá excluido, no aceptado. Las consecuencias, dada la vulnerabilidad que caracteriza a la etapa, pueden ser complicadas. Tal tipo de confrontación suele promover (involuntariamente) en los adolescentes conductas violentas y riesgosas que, aun dirigidas a otros extra - familiares o a sí mismos (como autoagresión) tienen como destinatarios psicológicos a aquellos con quienes la confrontación se planteó en esos términos.

También desde este punto de vista, la gran tarea que el adolescente puede llevar a cabo es entender que su vida está por fuera de esta confrontación.

Mario Waserman lo expresa diciendo:

"Cuando el adolescente se pone bajo su propio dominio y la pelea con el padre se hace innecesaria, la adolescencia está llegando a su fin o su fin es encontrado.

Lo esencial es haber encontrado un motor propio para edificar una vida propia más allá de los mandatos familiares".

Es algo fundamental que sería necesario que pudieran comprender adolescentes y jóvenes. Saber que sus acciones violentas y riesgosas constituyen una ilusoria forma de diferenciarse. Lejos de diferenciarlos, los mantiene atados a una pelea que les impide generar proyectos propios.

Invertir los mandatos familiares, hacer todo lo contrario de lo que esos mandatos "mandatean" es una manera de quedar atrapados en los mandatos, para contradecirlos. No es una forma de "edificar una vida propia más allá de los mandatos familiares".

He planteado en el libro "Psicoterapia. Encuentro y diálogo inteligente" criterios de salud mental, de acuerdo a mi consideración. Uno de ellos toma como punto de partida el principio de la Medicina: "primum non nocere", primero no hacer daño.

"La primera obligación del médico, según el principio atribuido a Hipócrates, es no dañar. Podemos extender este principio y afirmar que la primera obligación de un ser humano es no dañar: al prójimo, a la comunidad, a los bienes culturales, al medio ambiente, a sí mismo.

(...)

Es muy importante entender que quien daña a otro se está dañando a sí mismo. Lo mismo vale para quien daña a la comunidad, a los bienes culturales, al medio ambiente. Los seres humanos nos constituimos, y nos sostenemos como tales, entre seres humanos. La identidad propia no se mantiene independientemente; necesita de la constante confirmación por parte de los otros. Somos seres interdependientes".

Lo que preocupa tantísimo a todos y especialmente a quienes trabajan con adolescentes y jóvenes, suicidios, intentos de suicidio, auto - flagelación, cortes en la piel con elementos punzantes, adicciones, delito, peleas de niveles altísimos de violencia… Adolescentes y jóvenes que se dañan en forma directa o que se dañan al dañar a otros.

Por supuesto que hay explicaciones individuales. Pero cuando un problema tan grave tiene tal grado de frecuencia, es necesario reconocer una raíz social en tal problema.

Una sociedad que no encuentra rumbo, sentido, razón de ser, hiere más a los más vulnerables. Y sabemos acerca de la vulnerabilidad de la adolescencia (especialmente) y de la juventud.

Pero esta sociedad no es producto de los adolescentes y jóvenes. Es producto de generaciones y, hoy, fundamental responsabilidad de los adultos.

Por eso, por favor, adolescentes y jóvenes no respondan lastimándose. No se "opongan". No se dañen. Construyan sus propios discursos. Generen sus propios criterios. Sean artífices de sus propias vidas.