La casa se encontraba fría y silenciosa a pesar que ya estaba finalizando Noviembre.
El año que aún no terminaba, a Juan le pesaba como una década. Las perdidas, las ausencias, la falta de respuestas en cómo seguir, estaban haciendo mella en su ánimo. Solo se sostenía a través de sus rutinas y rituales diarios. Desayuno, trabajo, un poco de actividad física y vuelta al trabajo hasta la noche…en solitario.
Cierta mañana y al pasar junto a un mueble del living sintió un fuerte dolor a la altura de la boca del estómago. Sin encontrar el motivo o que fue lo que alrededor suyo le había provocado esa sensación, se paró frente a un espejo y levanto su remera en búsqueda de algo que indicara el lugar de la herida que generaba ese sufrimiento…pero no encontró moretón o marca alguna. Entonces entendió que lo que estaba afectando a su estado de ánimo, había crecido hasta demostrarlo en el plano físico. Entonces comenzó a repetirse: “Quiero estar bien…voy a estar bien”.
Así una y otra vez, durante ese día, cuando su mente se corría del lugar de concentración se repetía ese improvisado y conciso mantra. Sabía que había que desearlo con fuerza y proponérselo, pero esa soledad que había sido, espacio de confort y relax, se había transformado en una prisión. Y esta vez, pidió al universo compañía, no la iría a buscar entre sus pocos afectos cercanos, ya que no estaba en condiciones de expresarlo, es como si el cuerpo se empeñara en frenar en enmudecer sus palabras, ya que él había acallado sus lamentos.
Una mañana, interrumpió el silencio de su casa un casi imperceptible maullido que venía desde el patio. Juan abrió la puerta de la cocina que conectaba con el exterior de su casa y vio una pequeña figura felina que al verlo, huyo por miedo o timidez hacia una planta de limones al final del jardín y la destreza típica de su especie, trepó raudamente y salto por el tapial hacia los techos de las casas linderas. Este incidente no alteró la apatía diaria de hombre, que nunca había sido afín a los animales domésticos ni siquiera en su infancia.
Las pocas horas de sueño habituales y el calor inminente del verano, sacaron a Juan de la cama muy temprano. Mientras estaba en el baño cepillando sus dientes, oyó un ruido que provenía desde la cocina. Se acercó lentamente, como estudiando la situación y vio sentado sobre sus patas traseras y en el medio de la cocina, como si fuera una esfinge al pequeño gatito, de lomo plateado, su cara y patas blancas. Juan, todavía perturbado por la presencia y como pudo dijo: “¿qué haces acá?,¿cómo entraste?”.
El animal, como entendiendo la pregunta, giró levemente la cabeza en dirección de la ventana, que estaba apenas abierta y el mosquitero tenía las marcas de las pequeñas uñas que se había enganchado para correrlo y hacerse paso. Luego maulló como un pedido, que fue casi un lamento. Cuando el hombre de la casa se acercó, se mantuvo en su postura, sin moverse del centro de la cocina. Juan, abrió la heladera y encontró unos trozos de pollo que habían sobrado de la cena. Los cortó en partes pequeñas, lo sirvió en un plato y en una pequeña vasija sirvió agua.
Una vez que se apartó del plato, el pequeño gato se acercó y comió con la ansiedad típica de alguien que no se alimentaba muy a menudo.
Terminó el contenido del plato, bebió algo de la vasija y después de maullar un par de veces, salto sobre la mesada y salió por la ventana que había usado de entrada, llegando hasta el fin del jardín y se trepó al limonero desde donde desapareció. Algo cambió esa mañana, esa visita inesperada inundó de esperanzas al hombre solitario.
Las visitas se siguieron sucediendo, y el ritual de alimento con la despedida hacia la independencia de los techos vecinos. Pero una mañana que Juan se levantó y se dirigió a la cocina, y su felina compañía no estaba…entonces se dispuso a preparar su café y cortar las frutas para el desayuno, preguntándose si ¿se habrían terminado las visitas? Si volvió a su casa original, ya que era cachorro, no tenía más de 5 o 6 meses y no tenía indicios de ser callejero.
Trató de hacerse a la idea y cuando fue a dar un suspiro de auto consuelo miró hacia la ventana y allí estaba el, mirándolo fijamente, el hombre entendió rápidamente el mensaje, abrió la ventana y corrió el mosquitero para darle paso.
El hombre fue rápidamente hacía la alacena, sacó una bolsa de alimento especial que había comprado y mientras lo servía en el plato, el pequeño gato chocó con su cabeza suavemente un par de veces con las piernas de su anfitrión y luego lo rodeó ronroneando acompasadamente.
Terminó su plato y se echó a los pies de Juan observando como este también se alimentaba. Mientras sorbía su café bajo la vista y se encontró nuevamente con la mirada fija del gato. Para descubrir un par de ojos verdes…y siendo admirador de la cultura egipcia…dijo: “Nilo” y el felino se acostó nuevamente sobre su vientre y apoyó la cabeza sobre sus patas delanteras.