No es un asunto geográfico.
Es afectivo.
Es del "corazón".
Bella ciudad a orillas del Paraná.
Ciudad con significativa historia.
Ciudad de artistas.
De cálidos "cafecitos".
De discusiones políticas y desarrollos científicos y filosóficos.
También, de mucha gente económicamente muy pobre.
Lo que pasa en Rosario pasa en Argentina y en el mundo.
Toma características de mayor o menor intensidad y frecuencia en distintos lugares.
Según oportunidades o decisiones de quienes manejan los negocios espurios.
Hay cosas que se nos están evidenciado.
No es nuevo.
Pero es cada vez más evidente.
Podemos reconocerlo o negarlo.
No existen penas ejemplificadoras.
La justicia sanciona y debe hacerlo con justicia.
La delincuencia manejada desde las propias cárceles nos muestra que la cárcel tal como funciona no es un lugar de sana reinserción social.
Los gravísimos delitos que siguen ocurriendo nos advierten respecto de la escasa o nula eficacia que tienen las penas que a muchas personas ilusionan como ejemplificadoras.
Las preguntas, las dudas, los debates y los estudios serios no deberían agotarse en en el "cuánto" de una condena.
Deberían profundizar en la situación que van a vivir quienes han sido condenados por el tiempo que fuera.
¿Comenzarán a vivir en una escuela de recuperación, de transmisión de valores que hacen a la paz, al bienestar propio y colectivo, al bien?
¿Comenzarán a vivir en una escuela superior de perfeccionamiento del delito que los habilite a ser especialistas fuera y dentro de las cárceles?
El Estado y la Sociedad tienen que decidir.
No sin antes pensar, debatir y estudiar las condiciones sociales (además de personales) que dan lugar y ofrecen contexto para el delito y las malas acciones.
Estamos inmersos en una situación muy grave.
No creamos que el problema es para Rosario.
Rosario siempre estuvo cerca.
No solo de Zárate y Campana.
Cerca del país entero y en el mundo.
Claro que también sería sumamente angustiante para todos que solo sucediera en Rosario.
Pero además, reitero, Rosario queda cerca y es un lugar más en el mundo.
No creo, lo mismo que Edith Eger, que las cosas pasen para algo.
Pero sí creo que cuando pasan, aun siendo terribles, tenemos que tratar de ver qué podemos aprender de eso que pasa para poder cambiar y mejorar.
Y no hay aprendizaje cuando hay odio.
En su segundo libro, "En Auschwitz no había Prozac", Edith Eger escribe:
"Ojalá todos consagráramos cada instante de esta vida a celebrar nuestras diferencias y a formar una gran familia humana".
"Una gran familia humana" no es una familia de idénticos, sino de diferentes con una base de semejanza fundamental: ser seres humanos.
Una gran familia humana no exenta de conflictos.
Una gran familia humana llena de conflictos y distintos posicionamientos que sostenga un principio de cohesión basado en la solidaridad de lazos a predominio del amor.
Sería, probablemente, una sociedad donde no sucedieran tantas cosas que nos abruman, nos atemorizan y nos entristecen.
A través de Van Gogh, la humanidad pintó los girasoles.
A través de Cristo, la humanidad transmitió la entrega y el amor.
A través de Mozart, la humanidad iluminó el aire con sonidos.
A través de Newton, Madame Curie, Einstein, la humanidad investigó el mundo que habita.
A través de Pasteur, Fleming, Favaloro, la humanidad curó.
A través del trabajo de cada uno de nosotros consigo mismo y con los otros, la humanidad puede mejorar y humanizarse.
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