Columna de opinión: "Peguen una muchachos que el horno no está para bollos"

Carlos Riedel25 julio, 2022

Por Jorge Barroetaveña... Lo que nace mal termina peor. Si bien la alianza entre Alberto y Cristina tuvo por principal objetivo ganarle a Macri (ciento por ciento efectivos), la segunda parte era gobernar, un detalle apenas. E intentar hacerlo eficientemente. No tuvieron suerte porque primero les tocó la pandemia que convulsionó al mundo y después una guerra absurda que también alteró todo. Eso, más los condicionamientos de la famosa herencia que también han sido innegables.

Para enfrentar semejante desafío se necesitaban dos cosas indispensables: un plan y liderazgo claro. No ha habido ninguna de las dos cosas.

Quizás las propias palabras del conmocionado Presidente Fernández en las últimas horas sirvan para describir acabadamente este problema: “no quiero liderar porque si lo hago rompo con Cristina”.

Atribulado, desorientado, esa es la percepción del primer mandatario y sus actos han sido la consecuencia. Ningún Presidente a lo largo de la historia ha sido tan descalificado, insultado y humillado como el actual. No ya por la oposición, sino por los propios aliados que lo llevaron al poder.

Cada día se encargaron de esmerilarlo y recordar su origen. Es cierto que sin Cristina, Alberto jamás hubiera sido Presidente. Pero con la decisión tomada, ella misma se convirtió en rehén. Guste o no, era y es el Presidente, el máximo responsable de la administración y a quien la gente eligió para gobernar. Esta lógica simple, va de bruces con la política. Cristina nunca lo entendió, y menos sus seguidores.

Cuenta también la visión diferente que tienen sobre la política económica y el rumbo. A Cristina nunca le gustó Guzmán y se lo hizo saber siempre. Lo miró de reojo tanto como el acuerdo con el FMI que, está convencida, fue una entrega acordada. Vengativo, el ex ministro, se la cobró con creces. Renunció en medio de un discurso de la Vicepresidente y dejó al gobierno al borde del precipicio. Van seis semanas de corrida cambiaria y no hay remedio.

La economía entró en parálisis. Se han perdido los precios de referencia y nadie se atreve a decidir nada. ¿Quién puede vender un producto si no sabe cuánto deberá pagar para reponerlo? Los agoreros que nunca faltan pulular. Grabois, el supuesto amigo del Papa, pasó una línea esta semana. No sólo por el tono sino por la violencia de sus palabras. Es extraño que nadie lo haya denunciado aún por incitación a la violencia.

Sus referencia a los saqueos que supuestamente se vienen si no lo escuchan, no sólo es una amenaza al Presidente sino a toda la sociedad que asiste incrédula a un espectáculo pocas veces visto; la descarnada descomposición del peronismo en el poder.

Grabois juega a dos puntas porque dice estar cerca de Cristina y presiona al Presidente para arrancarle lo que reclama. A sabiendas de la debilidad del primer mandatario. Y aquí llegamos al punto más complicado de este triste culebrón. ¿Cómo está hoy el Presidente?

Su semblante es el de un hombre desbordado por las circunstancias. Sin capacidad de respuesta. Lo discursivo se puede arreglar, furcio más, furcio menos. Hemos tenido Presidentes que metieron la pata grosa y no pasó nada. Pero Alberto ni siquiera se puede dar ese lujo. Cada palabra que dice es auscultada y medida. Ni siquiera puede lloriquear con fieles que a los dos minutos ya se conocen diez versiones distintas sobre el hecho. Luce y está solo. ¿Cuántos ministros salen a defenderlo? ¿Queda gente de su entorno que lo haga?

Los gobernadores cuidan su propio capital y, como lo hicieron siempre, acompañan hasta la puerta del cementerio. Varios tienen diálogo seguido con Cristina y atrás dejaron sus diferencias. No los une el amor ni el espanto, sólo el objetivo de conservar su propio poder y que la debacle no se los lleve puestos.

Los sindicatos vagan en su propia inoperancia. No saben qué decirle ni cómo reclamarle a un gobierno que apoyaron y con quien tienen afinidad ideológica. Si el 80% de inflación no amerita un paro general, ¿qué entonces? Mientras tanto los afiliados que representan quedaron lejos de llegar a fin de mes. Los asalariados argentinos vieron desbarrancarse sus ingresos en dólares en relación al resto de los países de Latinoamérica. Sin contar obviamente con la inmensa cantidad de trabajadores informales que tienen menos armas para defenderse.

La Argentina se ha convertido en un laberinto. La dirigencia se pega la cabeza contra las paredes y no encuentra la salida. Deberá encontrarla rápido para que no llegue lo peor. Tantas frustraciones ya no se aguantan. Peguen una por favor.