“La perfección de la sociedad está en la libertad de todos y cada uno”.
Palabras de Pierre Leroux (francés, 1797-1971) tendientes a buscar la superación de una complicada oposición entre individuo y sociedad, individuo y asociación.
Oposición que merecía los desvelos de los autores dedicados a las incipientes ciencias sociales del siglo XIX.
Y que, notablemente, amerita la preocupación de científicos, políticos, actores sociales, en la actualidad.
No aspiramos a una sociedad perfecta. Sí, a una sociedad perfectible; es decir, con espacio para cambiar y mejorar.
Junto a esa aspiración, la aspiración que fundamenta en inmensa medida la vida de los seres humanos: la aspiración a la libertad.
Y como la frase elegida plantea “la libertad de todos y cada uno”, me veo en el compromiso de explicitar en términos concretos, de clara base empírica, qué considero “libertad” del “individuo” dentro de la “asociación”.
intentaré una enumeración minima:
Posibilidad de cada ser humano de disponer de un trabajo suficientemente bien remunerado.
Buena (en cantidad y calidad) alimentación.
Acceso socialmente facilitado a la salud.
Vivienda segura y confortable.
Acceso socialmente facilitado a la adquisición de conocimientos en todos los niveles del sistema educativo.
Derecho inalienable a vivir según su propia personalidad, principios y valores, en tanto no impliquen perjuicio para otro u otros.
Posibilidad de expresar las propias opiniones y elegir los grupos de pertenencia (políticos y otros), aún cuando puedan ser distintos a las ideas y proyectos de quienes ejercen transitoriamente el poder.
Derecho inalienable a hacer conocer, por distintos medios, los propios criterios e ideas.
Puesta en práctica de actividades económicas o de otra índole, en tanto estén encuadradas dentro de lo permitido por las leyes de la nación.
Reitero, enumeración mínima.
No hemos resuelto aún la difícil articulación individuo-sociedad, individuo-asociación.
Tampoco, la posibilidad de goce de los mínimos y elementales derechos “para todos”.
El proceso que transitan las ciencias sociales no se corresponden con el impresionante desarrollo de las cuestiones tecnológicas.
Y mucho menos aún se corresponden con dichos avances los logros mínimos que definen, según mí criterio, la libertad de los individuos en el sistema social.
Creo que debemos ser claros: están sin resolver los conflictos planteados en el siglo XIX.
Ser claros implica ser conscientes.
Y la toma de conciencia, muy dolorosa a veces, y por eso muy a menudo evitada, es una condición de necesidad para plantearse y, tal vez lograr, aún parcialmente, los cambios reales y necesarios para que sea una verdad inexorable “la libertad de todos y cada uno”.


