Cancha Mojada (Retratos rápidos de gente al contado): Capítulo 3

Carlos Riedel19 mayo, 2018

Por Osvaldo Croce y Armando Borgeaud...

“Para hablar con Gatica, se solicita audiencia".

José María Gatica, El Mono

Domingo G

Trabaja desde hace más de diez años en la misma fábrica de autopartes, al pie de la misma máquina. Hace tiempo que los demás compañeros consultan su caudal de pequeños datos para conseguir grandes resultados, esos que no están escritos en manual alguno. Esos que se conocen solamente por la convivencia, como con las mujeres, según sus propias palabras.

En 2016 la empresa cambió de razón social y un grupo de ingenieros especializados en producción, llegados desde Brasil y Ecuador, se hicieron cargo. Domingo G, después de escucharlos y ver su accionar, pegó en el frente de su casco de seguridad la frase “Nada Es Fácil” que –percibe en el espejo de las mañanas- caracterizó su existencia desde la maternidad.

El Gerente de Fabricación, peinado hacia atrás, prolija barba candado, camisa de las mejores, pantalón de hilo y zapatos de cuero legítimo, lo llamó a la oficina del primer piso. Mientras observaban los movimientos de hormiga que tienen los días de los obreros, el experto inquirió por  la frase con tono neutro. Sin esperar respuesta le ordenó quitarla porque, a criterio de la empresa, se trataba de un mensaje desmotivador para el resto de los empleados.

A sabiendas de que la opción era el despido, Domingo G bajó la escalera tarareando la marcha peronista en voz baja. Algunos ojos inquisidores detectaron enseguida el  casco sin palabras, algunas sonrisas ladeadas disfrutaron la derrota. Domingo, veterano boxeador del último round, farfulló suspirando, “nada es fácil”, y continuó cumpliendo los procedimientos al pie de la máquina. Como si nada.

Daphne J

Abre su consultorio martes y jueves, tres horas por la mañana y tres por la tarde. Recibida de psicoanalista en la UBA, tiene una clientela que le permite vivir con comodidad. Después de una convivencia de cuatro años con otro psicoanalista de más edad del que supo aprender lo mejor de la profesión antes de separarse, se casó hace un par de años con su amante de siempre.

Tiene dos nenas, otro amante, lee todas las novedades, vota progresismo, se hace respetar en los congresos donde habla con voz de autoridad. Los viernes viaja para supervisión con una colega porteña, a quien le cuenta con acotaciones sarcásticas, entre risas, de sus pacientes.

La mujer la despide con un beso en la mejilla y muchas ganas de aquel cuerpo firme por el gimnasio. Con las historias que escuchó de Daphne J, escribe cuentos. Cada año publica un volumen que es éxito de crítica porque su pareja, Marta Y, gerencia la editorial, tiene llegada en  radio, televisión, sitios web y la presenta como escritora destacada en la Feria del Libro.

La tía de Julio P

Cuando éramos chicos nos parecía que los viejos habían nacido viejos. Sería porque en aquella época el tiempo fluía tan lentamente que pasaba una eternidad hasta que llegaba el secundario, la primera salida, volver a casa con olor a cigarrillo. La   vida era esa película que mirábamos una y otra vez, cada sábado a la tarde, sin temor a que cambie algo o desaparezca un personaje.

Debe ser por eso que  la tía de Julio  era para mí esa mujercita perfumada como para ir a una fiesta, perfecto traje sastre cocido por sus hábiles manos que mamá admiraba con ese entusiasmo con que solía transformar la envidia en generosa amabilidad. Sería por eso que tanto la querían sus amigas que nunca dejaron de visitarla. Pero la tía de Julio la superaba ampliamente  en la efusiva pero a la vez contenida cordialidad que demostraba al encontrarla cada vez que tocaba el timbre de casa y mi madre salía a recibirla cansinamente por el pasillo desde donde la venía atisbando, anteojos de modista colgados del cuello, a través de los vidrios de la puerta de calle.

La tía de Julio llevaba caramelos en la cartera que sus manos de uñas perfectamente pintadas de rojo extendían sin admitir rechazo, apenas se sentaba a la mesa de la cocina. Siempre agregaba un elogio personal, chiquito en apariencia, pero demostrativo de que prestaba atención en serio a quien tenía delante aunque fuera por unos pocos minutos.

La tía de Julio que había estado en la cárcel varios años por haber matado de tres tiros al padrastro, muchos años después de haberla violado repetidas veces y hasta que su madre lo echó de la casa definitivamente. Había esperado con paciencia encontrarlo en la calle en una situación propicia, una  noche de lluvia en la terminal de Zárate, con el Rengo Saldívar como único testigo.  La tía  de Julio que vivió hasta los noventa sin dejar de ir a misa una solo día hasta que no se lo permitieron sus piernas.

Homero H

Ancho como una pared, pasó por la vida sacándole dos cabezas al más alto, mirando desde arriba con risita sorprendida de gigante liliputiense, aunque más bueno que Lassie, por más que muchos confundían su silencio hosco con soberbia de grandote compadrón. Era de los que siempre están haciendo algo con las manos, como si en algún lado creyeran que son parte de la  usina del mundo sin cuya energía la existencia quedaría a oscuras. O tal vez la explicación sea más sencilla, como siempre: trabajan como animales para no pensar en lo absurdo de esa existencia, para peor a plena luz; para dormir bien de noche, para no depender de nadie o porque no sabrían que hacer con el tiempo si no lo hicieran.

Homero H, El Chiquito, como le decían sus amigos, calentaba el agua al sol en un piletón para bañarse, costumbre que trajo de la segunda guerra y nunca abandonó por más que con su trabajo como contratista de mantenimiento eléctrico ganaba más que bien. Estrechaba la mano con tanta fuerza que todo el mundo lo saludaba desde lejos, y todos los domingos, sin falta, iba a un comedor para chicos sin hogar con la camioneta llena de alimentos y después de cocinar y lavar los platos, se quedaba hasta tarde cantando y tocando la guitarra. Rodeado de gritos y manitas sucias. Cuando murió tuvieron que sacarlo por la ventana del departamento del cuarto piso con la grúa de los bomberos, ya se sabe lo mal que se  construye desde que no hay más albañiles italianos.