Cancha mojada (Retratos rápidos de gente al contado): Capítulo 2

Carlos Riedel26 abril, 2018

Por Osvaldo Croce y Armando Borgeaud... "La calle lo aviva a uno. Nadie es malo de chico, pero no se la puedo vender cambiada diciéndole que era un santo, que hacía bien los deberes, que no fumaba a escondidas bajo el puente y que iba a misa los domingos. Todos me lo cantaban en el barrio: vas a ser boxeador, y a fuerza de repetírmelo, me lo creí".

Ringo Bonavena

Marta G

Decidida a dejar huella sobre el planeta, desde jovencita mostró sus decisiones como cartas ganadoras y no permitió que quienes la rodearan tuvieran dudas. En la escuela primaria fue una alumna de las que siempre cumplen, siempre protestan, siempre vuelven a preguntar y siempre superan las pruebas con algo más que lo suficiente. En la secundaria, más o menos la misma historia. Líder de su grupo, ganó amonestaciones cuando planteó algunos temas en forma altanera, y ganó el respeto de todos los docentes. Al amor lo navegó en bote de remos, al fin disfrutó de un buen tipo capaz de caminar solo. Cuando se enteró de que era casado, separado a medias, no le importó. Siguieron viéndose cuando tenían ganas. Tuvieron un hijo, Sebastián, que anda por el mundo diseñando barrios de bajo costo. Detrás del mostrador de su negocio, una librería y papelería, sonríe lindo, saluda respetuosamente, casi no habla. Canturrea temas de Charly García. Si le preguntan por el futuro dice que la tarea está cumplida.

Sonia W

Quien ha visto a esta mujer de traje sastre llevar, ni se la imagina como la triste flaquita que fue hasta que apareció Milagros, la nena que abandonaron en el Hospital donde ella trabajó hace años. Fue un lunes color aceituna cuando, antes de salir el sol, llegó aquel bombero Castillejo, Cornejo, algo así, con la beba entre las manos, aún sangrienta, rescatada del tacho de basura cercano a la puerta principal. Ella la atendió antes de que llegara la doctora.... ¿cómo se llamaba?... no importa, sigo. Lograron estabilizarla y sacarla adelante en menos de un mes. Cuando le avisaron que iba a intervenir la Justicia se llevó la beba a su casa. Por más que la interrogaron junto a sus compañeros y compañeras, jamás supieron nada. Un burócrata de cara flaca cerró el expediente con la frase: Restituida a su madre natural. Gracias a contactos Sonia pudo inscribirla como hija propia en una ciudad de Entre Ríos. Milagros tiene 27 años, adora a su madre, es profesora de Historia, está casada y tiene dos nenas. Sonia W está a punto de jubilarse en una clínica creo que de Cardales o Pilar, donde le hicieron firmar papeles de confidencialidad, respeto a leyes y reglamentos.

R9

Desde lejos los chicos de un jardín de infantes, cuando salen juntos, se ven todos iguales, qué diferencia hay con un auto como el 9, viniendo en el mosquito desde Córdoba. De la playa al concesionario, de la vidriera a la puerta de la casa del doctor Juliano, más por su mujer que se moría por el olor de los nuevos, porque el hombre apenas vivió unos meses para manejarlo. De ahí al hijo de Carmen quien se lo regaló cuando se recibió de contador y se fue con los amigos en el 9, bicho fiel, hasta Neuquén. Y ahora después de 200.000 sin hacerle motor, está como yo con casi ochenta: hombros caídos, párpados como faros desenfocados, piernas iguales a asientos gastados por tantos trastes, estacionado de pena en la puerta, cansado de la historia, él también. Y muy pronto, me digo, con la escoba en la mano, mirándolo mudo, ahí, esperando al viejo con gorra que parece dibujado en tiza, que salga y lo lleve como todos los días al medio de la nada por camino de tierra, donde el hombre trabaja como portero catorce horas corridas. Me digo: todos los finales se pierden en el silencio.

Humberto C.

Dice que Frondizi  le tocó la cabeza cuando fueron con la escuela a visitar la Casa Rosada. Ahora, agrega murmurando Humberto C al verdulero Carlos que no sabe quién es Frondizi ni le importa, los chicos van a Miami, y dice miami, como se lee. Estudió en el Nacional para entrar en el Banco Provincia donde trabajaba un tío que lo recomendó. Siempre vivió en la misma casa con su madre, a tres cuadras del banco, su papá se fue con una entrerriana cuando él nació y no se habló más. Cuando conoció a Laura, cuando se juntaba con los amigos en los asados del club, cuando hablaba y habla, con el doctor Fernández, su cardiólogo, cuando fumaba, aún hoy a veces fuma, mirando el cielo raso del hotel alojamiento con alguna muchacha, aparece Frondizi en blanco y negro, los anteojos redondos de marco grueso, el traje impecable, alto allá arriba, pelada incipiente, aún joven, sonriente, con esa esperanza vacía de verdad con que se promete una mentira y le toca la cabeza. Para que Humberto C lo cuente para siempre.