Rhapsody in blue ( por Miguel Di Fino)

Carlos Riedel6 julio, 2014

(Ficciones en una ciudad de la furia)...

Rhapsody in blue

No se había percatado de la hora: el tren salía a las 22:07. Apuró la ginebra Bols en el Nuevo Palacio Hotel y agarró el paquete, mejor dicho, se aferró crispadamente a él. El Gordo le había dicho que era fundamental levantar esos textos de la zapatería de Campana, llevárselos, y él se encargaría de entregarlos al periódico.

La noche pintaba fría -años después recordaría que para esa época todavía el otoño era otoño-, pero no se amilanó, aunque dijeran que los milicos hacían pinzas hasta en los baños. Tampoco ignoraba que desde el ' 75 el grupo de Morales, de la Triple A, operaba a su antojo en toda la zona y que los buches de Campana, Zárate o Escobar le batían a los tiras hasta a los pendejos que recién mostraban barba.

Eso sí, no le quedaba muy en claro quién era el cana ése con nombre de pescado o apellido de hamburguesa que, decían, ya venía reduciendo los muebles, joyas o coches que "confiscaban" en los operativos. Pero, bueno, se había tenido que rajar de Villa Constitución en febrero y el Gordo lo estaba bancando, así que un favor a un amigo no se lo podía negar.

Subió al tren y los tumbos y retumbos de los vagones, sonoros y monocordes, le hicieron pensar -músico al fin- cómo habría hecho Gershwin para componer "Rhapsody in blue" con el puto traqueteo del tren..."¡Qué músico de la putísima madre...!"- pensó; mientras, los frenos del material rodante industria nacional, chirriaban hacia la parada en Otamendi.

-"Noche cerrada... y tranquila, espero"-, se dijo, para no ponerse tenso. Y otra vez rodando, traqueteando en la línea del Mitre.

Río Luján. Escobar. Se palpó el bolsillo derecho del pantalón: sí, tenía el DNI. Aceleró el tranco. El Gordo lo esperaba en la zapatería, tenía que golpear, hacerse ver por la vidriera.

- "¿Qué hacés, delirante...?" le espetó el Gordo, "Pasá, pasá, que tomamos unos mates...Sentáte, che, sentáte...". Le entregó el paquete y matearon un buen rato. El Gordo lo despidió en la puerta del negocio, le agradeció y se fue para el periódico. Él, pegó la vuelta. Que se le hizo larga. Casi interminable.

Cuando volvió del exilio, en el ' 84, consiguió una casa en Loma verde, en Escobar, y ni bien se instaló, fue con su compañera a recorrer la ciudad. Buscó algún punto de referencia: la zapatería no estaba, el Gordo tampoco; después lo anoticiaron de que se había muerto , penando una enfermedad, en Campana.

Se acordó del paquete que alguna vez llevó..."A ver...fue en marzo del '76, casi para esta misma fecha...pero no hacía calor como ahora..." pensó. Y empezó a averiguar, a relacionar. Y a enterarse...

Aquella noche del 26 de marzo, el Gordo le iba a alcanzar a un tal Tilo Wenner, textos con información sobre las "singulares andanzas" que se venían con la represión que recién comenzaba y que se iban a publicar en el periódico.

No llegó, el Gordo no llegó.

Cuentan que apenas zafó de que a él también lo chuparan cuando se lo cargaron a Wenner.

Pensó en el miedo, en la impunidad, en la indiferencia. Pensó que podría haber caído él también. Se estremeció.

Volvió a Loma Verde. Se sentó frente al piano. Miró sus manos que se salvaron de torturas, "gracias" al exilio. Sentía que se le estrujaba el alma.

Volvió a la noche del 26 de marzo. Su memoria sensible le trajo a Gershwin..."¡Qué músico de la putísima madre...!" se dijo. Y sus dedos empezaron a recorrer el teclado, en busca de "Rhapsody in blue".

Y lloró de tristeza.

 

A Mario Lis, en el recuerdo. 

A Tilo Wenner. Periodista.