Monseñor (por Miguel Di Fino)

Carlos Riedel13 julio, 2014

( Ficciones en una ciudad de la furia ).....

Monseñor

Sus dedos de uñas cuidadas recorrían un pequeño fichero repleto, mientras el interlocutor de turno aguardaba que Monseñor le dispensase su atención.

Así era. A poco de creada la diócesis, al influjo de empresarios fabriles, bendiciones vaticanas e instituciones intermedias “comprometidas con la comunidad”, que buscaban extirpar el germen marxista y populista no sólo por el accionar represivo del “Área 400”, sino también a través de la “purificación” que lograrían aplicando sacramentos varios a quienes pudieran resistirse a los embates de las bendecidas fuerzas armadas, como se urdió que fueran incontables las visitas de vecinos para pedir se interesasen por el destino corrido por familiares secuestrados…y desaparecidos.

Esa palabra era la que más inquietaba a Monseñor; sea porque no entrañaba respuesta temporal alguna de su parte, sea porque siquiera podía argumentar que estarían en “estado de gracia” alguno. Pero lo que en realidad lo inquietaba era no poder lucirse con su verba consagrada que poco consolaba el dolor de las ausencias que le eran denunciadas.

“¿Estás segura, hija mía, que tu hijo no andaba en nada raro…? Porque si no es inexplicable lo que contás: ¿cómo va a faltar de tu casa desde que salió del trabajo, sin que nadie sepa nada de él…?, y encima me decís que te mandaron el telegrama de despido…”

O si no:

“Pensá que en algo tenía que andar, si no las fuerzas armadas o de seguridad no se la hubieran llevado…”.

Así, una y otra vez.

Igual se declaraba satisfecho ante su Obispo ya que, juntos, habían podido afrontar también el tema de ese cura “tercermundista” que tanto molestaba con sus sermones a los “verdaderos católicos” zarateños; por lo que la concurrencia de vecinos al obispado para tener alguna noticia de un ser querido, convertía tales hechos como un acto piadoso, que si bien no daba respuestas, le permitía mantener actualizado un listado que nunca vería la luz.

Pero cuando el hermano de Javier Alvarado concurrió por el secuestro de éste, no pudo evitar recordarlo cuando lo tuvo como alumno en el Estrada de Zárate y, luego, yendo con un grupo de la parroquia a un retiro espiritual a Rosario en Fisherton. Menos olvidaba las inquietudes intelectuales y políticas de Javier; lástima que fuese seducido por esos “supuestos curas obreros” que alentaban a jóvenes en procura de una “liberación nacional” que sólo ellos entendían.

Estaba convencido Monseñor de los “nuevos tiempos” que se vivían, que servirían para “purgar pecados, limpiar las almas” en ciudades como Campana o Zárate o en cualquier otro lugar de la Argentina. Aunque la obcecación militante de esas personas era el precio que debían pagar frente a la paz que perseguían los militares de la Junta.

Abandonó la reflexión, saludó cortésmente al hermano y se dispuso a recibir a representantes de autoridades municipales, entidades, sindicalistas, empresarios y periodistas. Reservó el final de su actividad diaria para el responsable del “Área 400”.

Sus dedos, de uñas bien cuidadas, volvieron a recorrer el pequeño fichero.