Aquel día ( por Miguel A. Di Fino )

Carlos Riedel19 octubre, 2014

(Ficciones en una ciudad de la furia).....

Cuatroxcuatro

Tal vez había heredado la pasión por las armas de su abuelo, oficial de los “Alpinos” en la Primera Guerra; o de su padre, oficial fascista que apoyó a Mussolini, hasta que en uno de los juicios de “expurgación”, al final de la Segunda Guerra, lo absolvieron de culpa y cargo de crímenes de guerra que le imputaban junto a otros  camaradas de armas.

Lo cierto resultó ser que en la última gran inmigración, la del ’49, su padre no sólo desembarcó en Buenos Aires, sino también llegó a ese pueblo provinciano que se llamaba Campana. Allí, a la espera de que se concretara el proyecto de la acería, tendría trabajo en uno de los talleres navales del Bajo como tornero.

Hayan sido éstas u otras las razones, para él, Enio Malfatti, las armas –coleccionarlas, cuidarlas, celarlas, usarlas…-, eran su segunda pasión.

La primera: el trabajo en la acería; su cargo jerárquico como ingeniero, fue el corolario de un iniciático trabajo como operario calificado al que ingresara merced a la “tradición familiar”, ligada desde los orígenes a la empresa, y si bien él nació en Argentina, no podía –ni quería- despojarse de una alcurnia que excedía la pasión fabriquera, que se remontaba a esa formación de carácter tan…fascista, enraizada en conceptos tales como honor, lealtad, códigos, poder…

Poder que embriagaba a Enio no sólo cuando ordenaba y decidía sobre el personal a su cargo, sino también cuando lustraba sus ya relucientes fusiles, escopetas o pistolas, que celosamente guardaba en armarios de roble vidriados, tan relucientes y costosos como el contenido que cobijaban. También se enorgullecía de las varias decenas de metros cuadrados de su casa, cinco habitaciones, pileta, jardín y otras etc., que sabía le envidiaban vecinos, familiares o quienes trabajaban con él.

Pero lo que realmente lo excitaba era llevar a la cintura –hasta que subía a la 4x4-, la pistola marca Glock30 que le había regalado un amigo que era prefecto, cuando éste había prestado servicios en Campana allá por los años ’80.

-Qué buenos momentos pasamos…- cavilaba en tránsito a la planta – Ahora todo es un despelote: los “negro cabeza” te roban al menor descuido, en cualquier lugar. Pero a mí no me agarran: los cago a tiros al toque…

Estacionó, descendió del vehículo y acunó la Glock bajo el asiento. Empezaba otra jornada de trabajo.

Al regreso hacia su casa, volvió a calzarse el arma a la cintura. Notó al llegar que tres hombres, con ropa de trabajo con el logo de la empresa de electricidad, revisaban el medidor de luz…

Bajó de la 4x4 y se les acercó. Ni bien lo hizo, de atrás, sintió el caño de un arma que no era la suya.

Lo desarmaron y le indicaron que anulara la alarma de la casa. Entraron.

Los detalles de lo ocurrido, Enio los narró en la exposición ante el fiscal, y aunque ya había logrado recomponer su aspecto no podía disimular el cagazo que se llevó, junto a su mujer e hijos que, maniatados junto a él, veían cómo se llevaban y cargaban en bolsos todo lo que les resultaba de valor…y también ahí, a la mano, las armas relucientes, desprovistas de balas y cartuchos, inútiles, que se le esfumaron de la casa a Enio.

Hasta le tomaron el pelo:

-Papi, ¿qué te creés que sos…?, ¿el “Malevo” Ferreyra…? ¡Qué pedazo de boludo sos…! Agradecé que no las usamos con vos, gil…

Enio estaba tenso y asustado a la vez. Cuando se fueron le sacaron la cinta que le cubría la boca y le advirtieron que contara hasta cien antes de pedir ayuda. Así lo hizo.

Pero en su declaración, omitió mencionar que le resultó raro que los tipos vistieran con zapatos negros, lustrosos, acordonados, como los que usa el personal de las fuerzas de seguridad. Ni abundó en detalles sobre la precisión con la que “trabajaron” los tipos. Que al final la policía pensara que fueron esos “negros cabeza” era lo que menos le importaba.

Lamentaba mucho más haber perdido su Glock30, aunque difícilmente volvería a tener una…

-¿Para qué..?- se dijo.

La 4x4 llegó a horario a la acería. A Enio Malfatti algo le había salido mal aquel día.