Nueve musas

Carlos Riedel4 enero, 2020

Por Pernando Gaztelu..... Aquella mañana de otoño me levanté realmente jodido. Estaba mirando por la ventana llover y llover y pensé en toda la mierda que llevaba sobre la espalda y debajo de los sobacos. ¿Cómo había podido aguantar tanto tiempo así? Me tomé un vaso de agua para destrabar la garganta y me di cuenta de que no podía articular palabra. Emitía ruidos roncos, como los de un lobo marino o una ballena o una mezcla de ambos. Entonces empecé a preocuparme.

las9musas

Me levanté, dejé de mirar la puta pantalla de la computadora y me sentí dolorido. Me dolía el cuello, toda la espalda. Estaba realmente quemado. Y, ¿cuánto tiempo llevaba así? Otra vez la memoria me la jugaba mal. Estaba al borde de caer en el oscuro abismo de siempre cuando recordé algo: estaba hecho mierda desde hacía más de un año, tal vez dos.

Todo comenzó cuando dejé de pensar en mí…

Puede que fuera un otoño o tal vez uno de esos inviernos en los que no para de llover y se alargan hasta entrada la época donde todos los árboles deberían estar en flor, no lo sé muy bien. Empecé a recordar momentos en los que me quedaba retozando en la cama de más, en los que me pasaba horas nocturnas de sueño viendo la maldita caja boba, observándola sin más. Fue entonces cuando dejé de pensar. De pensar en lo que solía pensar y en lo que nunca había pensado. Sencillamente dejé de usar mi mente. Y entonces también dejé de usar mi cuerpo.

Sí, mi cuerpo pasó de ser un aliciente de buena salud a un cúmulo de toxinas, grasa y mierdas varias. Comencé a drogarme con comida: quesos de todo tipo, fiambres grasosos, vinos, cervezas… Todo pesado y muy sabroso. Mientras más grasoso y calórico mejor. Una foca. Por momentos la consciencia venía al encuentro de mi deteriorada mente y susurraba que me estaba convirtiendo en una foca aplaudiendo con mis aletas a la caja boba mientras me metía entre pecho y espalda miles, millones de calorías que no tenía la menor intención de quemar.

Y fue entonces —en medio de esa puta barbarie animal— cuando dejé de verlas. Solíamos quedar dos o tres veces por semana, solíamos pasar un buen rato. Nada complicado, sólo charlar y unos buenos orgasmos. Todo muy natural. Cuando estaba en forma podíamos llegar a tener tres o cuatro orgasmos cada vez. Horas gozando con ellas. Ninguna se quejaba de mí (y yo menos de ellas…), no eran celosas. Cada una se dedicaba a una parte de mí y yo las complacía a todas dentro de mis posibilidades. Si hubiéramos tenido algún problema me lo habrían dicho, pero no. Todo era muy natural entre nosotros. Ellas me satisfacían y yo les daba todo mi ser. ¿Qué más podíamos pedir?

Cuando dejé de cuidar mi mente y me pervertí siguiendo historias estúpidas contadas por idiotas que sólo buscan vender su basura, cuando dejé de luchar contra la vagancia y perdí mi valioso tiempo, cuando descuidé mi estado físico para convertirme en la piltrafa que soy, ellas decidieron marcharse y no volver nunca más. Les daba asco y no las culpo, yo mismo me doy asco.

Todas me despreciaron.

Después de varios meses y en medio de mi vorágine destructiva me pareció oír a una asomarse a mi ventana un odioso día de invierno. Creí oírla suspirar:

—Das pena, das mucha pena. Escribe sobre eso idiota, si aún te crees capaz…

* * *

Hoy me arrastro desde la cama al escritorio y estoy peor que nunca. No sé por qué me puse a escribir esta mierda que leen. Doy pena. Claramente doy pena aunque no escriba para dar pena. Malditas musas y su puta pena. Soy penoso y me importa una mierda. ¡Váyanse a la mierda con su puta pena! El tiempo es mi peor condena y no lo que piensen esas hijas de perra, mi importa un bledo lo que digan esas…

El tiempo se para cuando no sabés quién sos ni qué querés. Y la vida trasmuta en una prostituta que sólo quiere que le paguen por el servicio. Y te volvés un tonto de cuarta que paga por vivir. Pagás por sueños, ya ni sos capaz de imaginar… Te conformás con historias pop, de mierda. Vivís una ficción barata, berreta, triste. Es lo más triste que te pueda pasar jamás.

Y es lo que vivo ahora mismo. Soy un consumista cien por cien. Ya no sólo consumo para engordar y dormir, ahora consumo sueños, imaginación... Consumo vida y quiero morir... Sí, malditas musas. Me abandonaron cuando estaba muriendo y ahora sólo quiero despedirme. Esta mierda que leen es eso, una puta despedida. Voy a morir. Un día de estos, sin que se enteren, sin que me vean ni oigan nada de este maldito amante que solían tener en su lista de petardos. Me verán tirado en una calle muerto, destrozado por carretas, por coches, lo que sea. Quiero morir ahogado en la mierda, aplastado entre adoquines antiguos, pisadas de gente como yo, de mierda. Voy a morir porque no supe ser un soñador, porque la vida fácil me ganó y me tiré en un sofá y me olvidé de pelear por mí, por mis musas, por este mundo. Soy culpable y estoy tan entregado que ni siquiera soy capaz de dar pena. Ya daré pena destrozado, pisoteado, desgarrado. Esa es mi dulce condena…

Ojalá entonces se acuerden de mí y aunque ya no esté, gocen de este amante perfecto que un día se fue a la mierda. Malditas musas, que las joda el que las merezca porque yo está claro que no era ese menda. Me hundo en mi propia mierda y ya no tengo fuerzas y ya no tengo vida y ya no quiero ni verlas. ¿Qué raro? Releo y esta bosta me huele a hierbas… Estoy delirando, como si algo en mí no quisiera… No me importa nada, soy malo en la prosa, peor en la poesía, disfruten:

Oh, malditas musas,

me despido destrozado por la vida.

Una vida sin sentido,

a la que solo yo le quité la risa.

Oh, malditas musas

hoy no quiero su pena.

Mejor disfruten de alguien

que las haga sentir llenas

Que les ponga carne

donde más les convenga.

Gocen perras

y mándenme a la mierda…

* * *

—¿Quién es el idiota que nos llama?

—¿Perdón?, ¿quién anda ahí? —silencio y medito en voz baja— esa voz de perra me suena…, no puede ser…

—Eh, ¿quién coño llama a nuestra puerta?

—Yo estoy mirando mi ventana, no veo ninguna puerta. O sí, una puta puerta destrozada donde viven los personajes de mi novela muerta.

—Veis, os lo dije. Este idiota no estaba muerto, ha vuelto. ¿No os da pena?

—Pena das tú, zorra, como todas nosotras. Das pena por creerte mejor que las demás, aunque sí que hay que reconocer que en algo eres buena: sabes encontrar a esos anormales escriben como el demonio, que se hunden en su propia mierda y que un día salen como si nada a buscarnos para follarnos como perras…

—Calla, soputa, ¿no ves que el tarado éste está atento y nos oye como otrora fuera…? Anota todo lo que decimos. Se siente escritor… Nos va a coger descuidadas y…

—¡Benito infierno! ¡Sí! Estoy de vuelta. Las voy a coger. Las voy a coger y van a gozar como nunca…, porque son mías, indefensas musas. Están atrapadas en mis susurros —digo musitando— se excitan y elucubran mil historias de amor, de sexo, de pasión, de muerte y locura. Mi mano invade sus cuerpos, otra vez estoy rodeado de perras. Las quiero, las quiero a todas y no voy a dejarlas nunca más en manos de cualquiera porque son mías, putas musas, son mis lindas perras…

—Ah, maldito asqueroso, ¡cómo me excita que digas guarradas en mi oreja!, ¡cómo me pone que me digas perra! Sí, somos todas tuyas y ninguno hasta hoy nos ha hecho sentir pasión animal como la que tú nos generas.

—Haznos gozar, escritor, haznos perder la consciencia…