Fue un error haberse quedado después de la guerra. A veces, la paz moviliza a la confusión.
Se quedó un rato más en su cama. Estaban dando la película de Spielberg en TCM, ésa que nunca había visto.
-Al final, éstos alemanes son como los yankees-.
-Estás viendo una película de un judío. Y Hitler era un Frankestein del capitalismo-.
Consideró el no volver a escuchar esos comentarios de nadie más. Se consoló con imaginar que se trataba solo de una tregua. Desvió la mirada, no quiso ver las tumbas y el homenaje. No podía ser ésto el después, las ruinas.
La película terminó y pensó en aquellas palabras dichas tres horas antes, que ahora ya no creaban amenazas inútiles; por primera vez, y por última, representaban un final impostergable.
Se quedó mirando el reflejo desorientado de su rostro en el televisor apagado. Huyó a la revelación refugiando su mirada en los tirantes; el techo no parecía darle seguridad.
Pensar que estaba perdiendo y no podía calcular cuán grande era la pérdida. Ningún acto de su boca podría envarar la representación de aquellas palabras; las mismas, que de tanto haberse reproducido en su cabeza hasta perder el sentido, se volvían realidad. De nada servía ningún refugio.
-Vamos, levantante que te llevo.
Y pudo sentir el peso del machimbre, las chapas y los tirantes inmovilizándola.