Film - Adiós Volodia

Carlos Riedel13 julio, 2019

Por Jorge Collado.... “Resucitadme, aunque solo sea por ser poeta”Vladimir Maiakovski

Maiakosky

Un hombre no se destruye a causa de un amor desdichado, sino a causa de haber dejado de amar.

La secuencia se abre sobre un plano general de una habitación de un austero departamento, atestado de libros y papeles desperdigados por todos lados, bollos de papeles de una escritura imposible. Botellas vacías, cadáveres del intento vano de calmar el dolor del desasosiego.

La claridad de un amanecer, está ganando su espacio, penetrando por el ventanal que se abre a Moscú. Hace frío, es primavera. En la habitación contigua alguien, un hombre alto, joven, fuerte, de mas de treinta y cinco años, se lo ve contrastando con las últimas sombras tratando de incorporarse de la pequeña cama. Se escucha su vos somnolienta y angustiada. Repite infinitamente un nombre: Lilik. Llora, repite el nombre, dice: ¿por qué no estas acá?. Lilik. Lilik no puedo soportar este dolor. Este clavo en mi zapato arde mas que todo el infierno del Dante. Lilik no quiero vivir mas así, esto es sin sentido, esta vida no tiene sentido.

De pronto cambia bruscamente el tono de su voz y comienza a gritar enérgicamente. ¿Quién mierda es ese Yermilov?. Golpea en la penumbra del ambiente, golpea con la palma de la mano su pierna. Se para y pega una patada contra la cama que se levanta como si fuera un papel. Se tira sobre ella y llora.

Ahora la cámara se abre camino para ingresar en el baño, cuya puerta abierta deja ver el espejo y el lavatorio, el zoom sobre este permite ver como el hombre se acerca y va ganando la luz. Tiene un rostro de cansancio y de pena, de dientes mordidos, de mandíbulas nerviosas. Cejas firmes, tiene el pelo extremadamente corto, una boca plana y ancha. Se mira al espejo y acaricia el mentón que lleva días sin afeitar, se mira largamente, como si quisiera perder tiempo, estirar los momentos.

Es Moscú, corre abril de 1930. Se acaricia el mentón y dice: ¿Lilik, por que no estas?. Una lagrima cruza su rostro, un rostro que jamás hubiera imaginado una lagrima cruzándolo. Balbucea palabras incomprensibles, se dispone a afeitarse.

Nadie se acuerda de mí –dice-. Siento a Serguei en mi cuerpo. Camarada Serguei -se dice al espejo- ya no puedo escribir, ya no puedo pintar, no puedo hablar delante de mis compañeros. Serguei todo fue una gran farsa.

Habla, golpea las paredes con el perfil de sus puños. Se mira en el espejo, tiene una mirada profunda, y triste, y obcecadamente desesperada.

Mira las arrugas que le cruzan la frente. Le marcan los rasgos. Lo llenan de dureza.

Se siente viejo, odia lo viejo, lo inmodificable.

La cámara toma su mano alcanzando la navaja, estirando un filón de cuero adherido a la pared, acariciando una y otra vez, el pedazo de cuero con la navaja, una y otra vez. Lentamente. Una y otra vez. Apoya el pulgar de la mano derecha sobre el filo.

Abandona la navaja sobre el lavatorio y va a alimentar una brocha de cerda suave y negra con jabón, que distribuye con parsimonia sobre su cara. Por un momento la tristeza deja lugar al placer. Se mira constantemente los ojos, como si el espejo le regresara una realidad a la cual no pudiera aferrarse. Como si la realidad se le escapase. Toma la navaja nuevamente y comienza con el rito de afeitarse, repite mecánicamente el movimiento. Dice con voz firme: Yo esperé, ya no puedo esperar mas, los días se me pierden entre los meses. Un hombre debe hacer algo.

Volodia piensa como si estuviera escribiendo. escribe con su voz interior. Escribe cuando habla.

Levanta la vista al techo y dice: Pasó mucho tiempo, demasiado. Todo quedó tan lejos, perdido. Se lava la cara, se moja el pelo corto y prolijo. Camina se para frente al inodoro y mea; mea largo y amarillo, ámbar brillante en el contraste de la luz que lo ganó todo. Se mira mientras mea. Dice: El equilibrio entre la producción mágica y la producción automática se ha roto. Mira al techo y repite lentamente un nombre: Lilik.

Ahora la cámara se posa sobre una mesa. Libros, papeles, cigarrillos, vasos, botellas, una hoja con una frase escrita con fuertes trazos, casi con rabia: “Es mejor morirse de vodka, que de fastidio”. Su mano toma el papel irrumpiendo bruscamente en la escena. abolla la hoja. Camina, se para, mira fijamente la pared blanca. No hay nada allí. Mira. Afina la vista. Murmura, dice cosas incomprensibles. Se queda callado un momento y de pronto irrumpe en llanto y dice: Me estoy volviendo loco, te extraño y te perdí.

Ahora está sentado en un sillón, con el diario en la mano. Se lee “Pravda” en la gran hoja que casi tapa por completo su rostro. Se escucha su voz que lee con energía: “Amaba frenéticamente la vida, amaba la revolución, el arte, el trabajo, se amaba a sí mismo, a las mujeres, amaba el peligro. Su maravillosa energía superaba todos los obstáculos. Pero ahora presente esta obra. Pretende ver una realidad que no existe. Quien puede creer en tal peligro de burocratización del poder del proletariado”.

Se detiene bruscamente, se para la cámara toma su rostro que se va endureciendo, arroja el diario con furia y grita: Hijo de puta, Yermilov, hijo de puta, eras mi amigo, en quien puedo confiar carajo, es demasiado para mí. Lilik ya no me ama, mis amigos me traicionan o se mueren. Se están derrumbando todos los sueños. Se calma, piensa trae de su memoria versos que dice al aire escribe cuando habla: Excepto lo que siento, excepto el odio, el dolor, el amor, para mí no existe ni el mar, ni el sol, ningún sonido me alegra, excepto el recuerdo de tu mirada, no tiene poder el filo de un cuchillo. No sé dónde estarás ahora, ni con quien. Pero quiero con la ultima ternura alfombrar tu paso que se aleja.

La cámara gira sobre su imponente cuerpo, lo va tomando en círculos. Volodia actúa, presenta su propio dolor en su escenario preferido; la soledad.

En 1908 se afilió al entonces Partido Social Demócrata Ruso de los Trabajadores, era un bolchevique que había pagado con sangre la cárcel de los zares. Preso en Bassmannaia y Butirki, incomunicado, celda 103, once largos meses. Leninista.Trabajador de la cultura. ¿Quién era Yermilov y esos burócratas que guardaban y celaban el poder que le pertenecía a los trabajadores?.

¿Para que habría servido tanto esfuerzo, si algunos se habían robado la revolución?. Lilik ya no lo amaba, él la seguía amando como el primer día. Estaba sólo, su amigo Serguei muerto un año atrás, sin Lilik y juzgado por sus propios camaradas. No podía escribir.

La cámara toma un plano de su boca que dice: No es fácil bañar al rebaño de burócratas. No hay en todo Moscú suficiente duchas, ni jabón suficiente. Mas si los burócratas están metidos hasta en la critica literaria.
Se oscurece de pronto la habitación. Gris. Negro profundo.

Ahora la toma se inicia con un largo cuerpo tendido en la penumbra de la cama. La puerta del baño sigue abierta. Es 13 de abril, es Moscú, es el año de 1930. Volodia llora, es un niño que se cree viejo.

Piensa repetidamente en su amigo Serguei. Entonces el vacío vuela atravesando las estrellas. Volodia llora y no es la primera vez. Extraña a su amigo, extraña la revolución, extraña a Lilik. En una oportunidad llamó a Lilik y le dijo que se iba a matar.

Cuando ella llegó encontró un revolver sobre su mesa de trabajo. Él le dijo que se había pegado un tiro, pero el arma se había encasquillado y que no había tenido la valentía de intentarlo nuevamente. Él le esperaba hoy ya no la espera.

Aquella vez habían jugado a los dados y mientras jugaban él le había dicho: Así es el destino, como un juego de dados.
Volodia pensaba crónicamente en el suicidio, como Serguei que se había cortado las venas para escribir con su sangre un último poema.

La cámara esta detenida como la vida de Volodia. Un foco fijo, sobre un cuerpo largo, tendido boca abajo sobre un revoltijo de colchas. Ese hombre vencido, desengañado fue un hombre integro, un utópico racionalista, un hacedor de ilusiones, un creyente, un iluso.

Creía en el amor, en la pena, en el sacrificio para sacudir la monotonía de la vida cotidiana, para romper con los barrotes de la cárcel de lo cotidiano. Pero sus enemigos sabían que no hay mejor manera de aniquilar a un hombre que rodearlo, salpicarlo y finalmente hundirlo en el barro de la vulgaridad.

La cámara continúa detenida sobre el cuerpo de Volodia, que yace tumbado de espaldas en la penumbra, que se sacude con los pequeños estertores del llanto. el mundo que parecía cambiarlo todo, que prometía hondas transformaciones en el hombre, el mundo que Volodia el poeta, trataba de construir, como uno más en la Rusia soviética de los años 20, comenzó de pronto a mostrar sus grietas, a dejar caer de vez en cuando sus andamios, que inevitablemente arrastraban a los que trabajaban arriba, como aplastaban a los que esperaban esperanzados abajo, abierta la hambrienta boca, la llegada de la nueva vida.

Ahí el barro de la vulgaridad salpicando con burocracia, achanchamiento, insensibilidad.

Había perdido las ilusiones. No se había dado cuenta. No sabía dónde. El hombre no se destruye a causa de un amor desdichado, sino a causa de haber dejado de amar. ¿Van Gogh, se cortó la oreja porque una puta lo rechazó? ¿Qué era lo que estaba destruyendo a Volodia, la partidocracia o su desdichado amor por Lilik?.

La imagen se traslada a la otra habitación. La luz está encendida y se ve el plano de la mesa de trabajo. Pilas de libros mal apilados, revistas y diarios, bollos de papel, un par de anteojos de carey negro, un vaso, una botella de vodka y a modo de pisapapeles una pistola.

Se escuchan ruidos que vienen de la habitación lindante. ahora del baño, ruidos de agua, de un grifo que se cierra. Ahora pasos que se acercan hacia la mesa. La cámara sigue fija. El cuerpo de Volodia entra como puede en escena, apenas un pedazo de su espalda sentado a la mesa. Prende un cigarrillo, se acomoda en la silla para poder escribir, con el antebrazo derecho corre las cosas, hace espacio, se derrama el poco contenido del vaso. Da una calada al cigarrillo, una pitada larga y profunda.

Se lo ve sereno, tranquilo. Elige un papel, un buen papel, lo que va a escribir perdurará por siglos. El no lo intuye. Volodia fue Volodia y ahora será otro. Será uno distinto, sin sufrimiento. Valiente.

La cámara fija impide que se vea su rostro, apenas el perfil, sobre su hombro. Fija sobre el papel. La mano apretada sobre la lapicera.

Hoy Volodia estuvo llorando lo suficiente. Pensó y meditó largo lo que se dispone a escribir, solo tiene que reproducir en el papel cada una de las palabras que pensó. Ya no piensa en camaradas ni en Lilik. Recorrió su historia tirado en la cama.

Recordó su temor a pincharse con alfileres, recordó su temor a pincharse como su padre que murió de septicemia. Recordó que después del entierro, solo le habían quedado tres rublos y recordó que casi instintivamente había vendido la mesa y las sillas. No había mucho para poner sobre ella. Recordó los enormes momentos de pasión con Lilik.

La cámara espera que comience a escribir.

Vladimir Maiacovski, el poeta de la revolución bolchevique escribe:

“A todos:
De mi muerte no se culpe a nadie. Y por favor, nada de murmuraciones. Al difunto le molestaban enormemente. Mamá, hermanas, camaradas, perdonadme. No es un método, no se lo aconsejo a nadie, pero no tengo otra salida. Lilik amamé. Camarada gobierno: mi familia se compone de Lilik Brik, mi madre y mis hermanas, si les haces la vida llevadera, gracias. Envíen los versos sin terminar a Lilik. Ella sabrá descifrarlos.
Como se dice el incidente ha terminado. La barca del amor se estrello contra la vulgaridad. Estoy en paz con la vida. Es inútil recordar dolores, desgracias y ofensas mutuas. Buena suerte.

Moscú, Abril 13 de 1930.

PD. : En serio, no hay nada que hacer. Pero decidle a Yermilov que lamento retirarme de la contienda. Tendría que haber discutido hasta el fin.”[1]

La cámara se aleja lentamente de la hoja, mientras Volodia apoya suavemente la lapicera, prende otro cigarrillo, se sirve un poco de vodka que baja de un solo trago corto y seco.

La cámara comienza un movimiento hasta tomar la cara de frente. Está sereno, descontracturado, la mirada perdida con la obscenidad de la tristeza. es sincero cuando desea buena suerte. Aun el “Lilik ámame” no es una condena. Está escrito como si dijera, perdoname, no me olvides, defendeme, no me abandones aunque esté muerto. Ahora igual que cuando estaba vivo, quiero seguir siendo el primero en tu conciencia.

La imagen se va opacando. Ahora resta solo el hecho, tiene que atravesar lo mas duro. Tiene que demostrar que aún es un bolchevique. Tiene que prepararse para la más ferviente jornada combativa. Recuerda los últimos versos de su amigo Serguei los repite a media lengua: “En esta vida donde no es nuevo morir, vivir tampoco es tan nuevo”.

La cámara ahora toma el cuerpo de Volodia, ya sin vida, un finísimo hilo de sangre le recorre el rostro, sale de un pequeño hueco de la sien, tardó mas de un día en enfrentar su último y pálido momento. El 14 de abril de 1930 se suicidó con un tiro en la cabeza. Su pistola solo tenía una bala, no había ningún amigo cerca. Él había reclamado cinco años antes, que ya no sucedieran más desgracias similares al suicidio de su amigo el poeta Serguie Esenin.

La imagen se oscurece y en la pantalla aparece la palabra fin.
[1] La carta es tomada casi textualmente de la que deja Vladimir Maiakovski antes de suicidarse