Horacio Quiroga, la desmesura como marca en su obra y su vida

Carlos Riedel14 octubre, 2018

Por FerKan - Ilustración: Leo Sudaka  http://www.agenciapacourondo.com.ar... A 100 años de la publicación de Cuentos de la Selva, recordamos al escritor Horacio Quiroga. El autor vivió alternando su estadía entre la selva y la ciudad, con una fuerza arrebatadora que logró plasmar en sus libros, en los que personajes humanos y animales sacuden el espíritu de cualquier desprevenido.

Pocas veces ocurre que la vida de un autor esté tan íntimamente relacionada con su obra, que se hace imposible separarlos. Desde la infancia, Horacio Silvestre Quiroga Forteza, así era su nombre completo, estuvo rodeado de muertes trágicas y suicidios que, muy probablemente, deben de haber condicionado su carácter, entre hosco, salvaje y apasionado, y también su obra.

En sus relatos, la vida en la naturaleza o en la ciudad se representa sin calma, sus personajes humanos o animales, viven en un río torrentoso de emociones desatadas, los momentos apacibles de sus textos sólo son lapsos en los que la mente trabaja con toda su violencia y preanuncian las tormentas por venir. Sus cuentos infantiles, más conocidos que su poesía,  no son textos tiernos para que una madre burguesa adormezca a sus niños, en cambio, parecen perturbadores llamados a la aventura y a la acción, a disfrutar de una vida que atraviese los límites en forma permanente.

Sin embargo, Horacio Quiroga, descendiente del caudillo riojano Facundo Quiroga, nacido en Salto, Uruguay, el 31 de diciembre de 1878, tiene una niñez sin demasiados sobresaltos.

De esa época se puede rastrear su formación literaria y su pasión por la escritura. Según él mismo cuenta en el diario La Prensa: “... Durante las largas siestas en que nuestra madre dormía, la biblioteca de casa ha pasado tomo tras tomo bajo mis ojos inocentes [...] La impresión que producían en mi tierna imaginación algunas expresiones y palabras leídas, reforzábase considerablemente al verlas lanzadas al aire, como cosas vivas, en la conversación de mi madre con mis hermanas mayores. Tal la palabra « frangipane » : designábase con ella un perfume, un extracto de moda en la época. Un delicioso, profundo y turbador aliento de frangipane era la atmósfera en que aguardaban, desesperaban y morían de amor las heroínas de mis novelas. La penumbra de la sala, sobre cuya alfombra y tendido de pecho, yo leía, comía pan y lloraba, todo en uno, hallábase infiltrada hasta detrás del piano, de la sutil esencia”.

1.Pero claro, la tragedia lo persigue desde el inicio, incluso en su vida adulta, entretanto se  va convirtiendo en un escritor popular. Cuando es un bebé de dos meses, su padre, Prudencio Quiroga, vicecónsul argentino en Uruguay, se mata por accidente con su escopeta.

A los 17 es testigo del suicidio de su padrastro, que había quedado semiparalizado y mudo. Después de ese episodio y de un desengaño amoroso, en 1900 viaja a París con una fortuna heredada de su padre, se fue con muchas expectativas, pero vuelve pobre, con su traje raído y su larga barba negra que conserva para siempre, como cuenta en Diario de viaje a París, en 1900, en el recuerdo de esos días.

En 1901 mueren dos de sus hermanos a causa de la fiebre tifoidea.  A eso se suma la muerte accidental de su amigo Federico Ferrando, en manos suyas, cuando se le dispara su arma, mientras la limpiaba, antes de que éste se batiera a duelo con el periodista Germán Papini Zas, por unas críticas literarias. Lo detienen durante cuatro días y es puesto en libertad después de demostrar que fue un homicidio involuntario.

En 1903 su vida da un vuelco notable cuando, siendo profesor de castellano en el Colegio Británico de Buenos Aires, visita las ruinas de San Ignacio, Misiones, junto a su gran amigo, Leopoldo Lugones. Al año siguiente, después de un fracaso con un emprendimiento algodonero en Chaco, se instala en Misiones y en 1900, se casa con su alumna, Ana María Cires. Tienen dos hijos, Eglé y Darío, a quienes educa con los códigos de la selva, pero su compañera, tal vez agobiada por esa vida, sufre depresión y se suicida después de tomar veneno.

Entre 1901 y 1908 escribe Los arrecifes de coral (Prosa y verso), El crimen del otro (Cuentos), Los perseguidos (Relato), Historia de un amor turbio (Novela). Si bien se hace conocido en los círculos literarios, su popularidad crece entre 1917 y 1918, a partir de Cuentos de amor de locura y de muerte (Cuentos), y Cuentos de la selva (Cuentos infantiles), cuando sus textos  se reproducen en el diario La Nación y también en revistas de la época, como Caras y Caretas. Pero para esa época apenas gana para vivir trabajando como crítico cinematográfico en editorial Atlántida, El Hogar y La Nación. Eso ocurre, incluso cuando ya es un autor reconocido, y escribe El salvaje (Cuentos), Las sacrificadas (Cuentos escénicos en cuatro actos), Anaconda (Cuentos), El desierto (Cuentos) y Los desterrados (Cuentos), cultivando amistades como Alfonsina Storni y Ezequiel Martínez Estrada.

Cada tanto vuelve a Misiones y regresa navegando en barcos construidos por él. En 1927 se casa con María Elena Bravo, compañera de curso de su hija y, en enero de 1932, regresa a la selva después de 15 años de vida urbana.  En 1936 su vida empieza a desmoronarse, primero pierde su trabajo en el consulado uruguayo, después su mujer no soporta la selva y lo abandona con su pequeña hija, finalmente tiene que volver a Buenos Aires por unos dolores y se entera que sufre de cáncer de próstata. Al saber por un paciente que su caso es terminal, el 19 de febrero de 1937, se suicida ingiriendo cianuro en el Hospital de Clínicas. Al poco tiempo se suicida su hija Eglé, al año siguiente también su gran amigo Leopoldo Lugones. Su hijo Darío, sigue el mismo camino, en 1951.

Como se dijo en este artículo, Horacio Quiroga vivió con intensidad, incluso más allá de lo imaginable, en especial, por alguien que no tenía apremios económicos. Siempre quiso explorar ese lado desconocido del mundo y de su propia alma. Admirador de E. A. Poe, supo transmitir el fragor de su vida con gran pasión y talento literario. Ningún niño o adolescente que haya escuchado o leído un cuento suyo volvió a tener su espíritu en reposo. A 100 años de la publicación de Cuentos de la Selva, esta obra es una llamarada que permite seguir soñando aún en tiempos de rumbos perdidos y adormecimiento colectivo.

1 « Frangipane » (La Prensa, 29/9/1935). Citado en Boule-Christauflour A. Horacio Quiroga cuenta su propia vida. In: Bulletin Hispanique, tome 77, n°1-2, 1975. pp. 74-106

Bibliografía

Diario de viaje a París (Testimonio y observaciones, Ed. Páginas de Espuma, Montevideo, 1900)
Los arrecifes de coral (Prosa y verso, El Siglo Ilustrado, Montevideo, 1901)
El crimen del otro (Cuentos, Ed. Emilio Spinelli, Buenos Aires, 1904)
Los perseguidos (Relato, Ed. Arnaldo Moen y Hno., Buenos Aires, 1905)
Historia de un amor turbio (Novela, Ed. Arnaldo Moen y Hno., Buenos Aires, 1908)
Cuentos de amor de locura y de muerte (Cuentos, Soc. Coop. Editorial Ltda., Buenos Aires, 1917)
Cuentos de la selva (Cuentos infantiles, Soc. Coop. Editorial Ltda., Buenos Aires, 1918)
El salvaje (Cuentos, Soc. Coop. Editorial Ltda., Buenos Aires, 1920)
Las sacrificadas (Cuentos escénicos en cuatro actos, Soc. Coop. Editorial Ltda., Buenos Aires, 1920)
Anaconda (Cuentos, Agencia Gral. de Librería y Publicaciones, Buenos Aires, 1921)
El desierto (Cuentos, Ed. Babel, Buenos Aires, 1924)
Los desterrados (Cuentos, Ed. Babel, Buenos Aires, 1926)
Pasado amor (Novela, Ed. Babel, Buenos Aires, 1929)
Suelo natal (Cuentos, Ed. Crespillo, Buenos Aires, 1931)
Más allá (Cuentos, Soc. Amigos del Libro Rioplatense, Buenos Aires - Montevideo, 1935)