Andrea Álvarez: “Hay una privatización en la cultura”

Carlos Riedel14 julio, 2019

Por Inés Busquets - Fotos: Victoria Iseas (APU)... La artista de una trayectoria alucinante (Soda Stéreo, entre tantos otros) habla sobre el panorama musical, social actual y cuenta cómo ve la cultura del rock de ayer y de hoy en Argentina.

Andrea Álvarez es baterista, cantante y compositora argentina. Artista con una vasta trayectoria, fue integrante de Rouge y de Soda Stéreo; también ha compartido escenarios y grabado como sesionista junto a Divididos, Charly García, Ataque 77, Los Rodríguez, Tito Puente y Celia Cruz. Con quienes tocó, compartió la formación y el desafío de ser testigo de la época a través del arte.

Primera mujer baterista en la historia del rock, integrante de “Rouge” la primera banda de raigambre netamente femenina, junto a María Gabriela Epumer.

Es cierto que la música trasciende los géneros, pero haber sido una mujer destacada en el ambiente artístico, en un momento donde los hombres eran los protagonistas es sinónimo de orgullo y tenacidad.

Desde el año 2001 es solista, lleva cuatro discos grabados y paralelamente continúa acompañando en distintos proyectos a  músicos, músicas y bandas de rock argentinas.

A Andrea la conocí en el Bar Pura Vida de La Plata. Estaba probando sonido y armando su show. Dirigía desde abajo del pequeño escenario el volumen y la intensidad de los instrumentos; a la par que mantenía conversaciones con distintas personas. Yo la miraba de lejos, versátil y movediza. Imponente y enérgica. Al menos es lo que distinguí desde mi rincón, durante un rato, a primera vista.

Una voz imprescindible, pensé.

Andrea está tocando y en breve tenía agenda en Colombia por eso combinamos un encuentro telefónico. Una combinación paradójica, tratándose de una entrevista musical: toda la energía puesta en el oído y un sinfín de gestos imaginables. Muy similar a la magia de la radio, una entrevista de sonidos, silencios y palabras.

-¿Cuáles fueron tus inicios?

-Mi vida musical no arranca con la batería sino con la música. A los cinco años me mandaron a estudiar música. Mis viejos eran muy melómanos, me llevaban a shows de todo tipo de música y consumíamos no solamente música, sino arte en general, literatura, pintura. Eso hizo que yo ingresara al mundo musical sin nunca pensar en hacer otra cosa. Yo registré de muy temprana edad que era un lugar donde entendía lo que pasaba y que era un lugar donde yo me iba a quedar. Después aparece el rock digamos, es un concepto más amplio que eso, y aparece ya un poquito más cercana a la adolescencia la batería, como lugar de deseo. Que realmente no es que aparece porque lo vi en alguna mujer referente, sino porque me gustó. Después busqué referentes. Pero en ese momento que estamos hablando, los 70´ no había información como existe ahora, por lo tanto era desear o registrar que querías hacer algo y concentrarte en poder llevarlo a cabo, aunque el mundo te decía que no.

-De alguna manera, elegiste un instrumento que culturalmente se relaciona más con los hombres…

-En realidad los instrumentos culturalmente se ven todos con el hombre. No es la batería; si te ponés a ver es más común ver una mujer en el piano, pero tocando determinada música. Depende el estilo de música, porque en percusión clásica sí hay mujeres que tocan. Entonces, yo nunca me lo planteé desde ese lugar. Y ese es un tema también. Si bien me doy cuenta de que ser mujer en las cosas que yo elegía, no sólo en la música sino en varias cosas, no era lo más común, eso no me impidió a mí hacerlo. Tenía conciencia de que no era común, en un punto naturalicé esa extrañeza y el darme cuenta de un montón de cosas que eran culturales. Nunca lo tomé como algo determinado, como “ataques”. Jamás lo tomé como algo personal, siempre lo tomé como algo cultural. Nunca personalizado. Mucho tiempo estuve en guardia, sobre todo en la juventud, pensando que iba a ser atacada o subestimada y eso a mí no me benefició. A veces cuando estás esperando un rechazo, lo generás vos misma. Cuando lo quiero ver a la distancia me doy cuenta de que en realidad, si bien hay estereotipos de machismo y misoginia en general son culturales y no individuales, personales. También hay personas que no están bien y no necesariamente varones, varones y mujeres por eso mismo es algo muy cultural. Cuando hago la relectura mirando para atrás puedo no tener rabia de un montón de cosas que me han pasado porque no lo puedo comparar con el día de hoy, lo tomo como un proceso cultural de la sociedad.

La moda de cuestionar la sociedad de antes como si fuera hoy, me parece que no va. Que lo hace la gente que tiene miles de prejuicios. Hay mucha persona agresiva acusando de agresión. Mucha persona que somete acusando de sometimiento. Estamos viviendo un tiempo donde es muy fácil con el diario de ayer y es totalmente fuera de contexto.

-¿Cómo vez el rol del hombre y las nuevas masculinidades? ¿El hombre la pasa un poco mal?

-No tengo tiempo de pensar en eso, no me preocupa como la pasa el varón. Nadie se fijaba cómo la pasaba yo. Me las arreglé sola. Sí, veo todo y también veo los cambios absolutos, cambio de palabra, no de acción. Como soy una persona grande no me permito sentir como si fuera una boluda que no vivió nada, tampoco puedo juzgar a pibas chicas sin experiencia. Actúa cada uno como puede, como le sale, cómo va aprendiendo. Lo que no me gustan son las sobreactuaciones guionadas, planificadas y a veces se ve claramente. En las que los y las que siempre aprovechan el momento socio- político para llevar agua a su molino, eso ocurrió siempre. Hay un movimiento social en el que uno va sobreviviendo como puede, lo que me da más empatía es la gente más virgen de información, que son las más jóvenes y los más jóvenes. Ahí veo realmente lo que pasa. No hay prejuicios en ese lugar, el enrosque pasa en la generación que descubre un poco más de grande que estuvo equivocada. Entonces, aparece una especie de bronca por haber dejado que pasen cosas y haberlas descubierto un poquito tarde. A mí no me pasa eso porque yo lo descubrí siempre. Lo viví, conviví, la peleé, sufrí y me hice cargo de la parte que me tocaba. Entonces no tengo ese tema en mi vida. Me hago cargo también de mi parte de responsabilidad, porque conciencia tuve, incluso cando me quede teniéndome que haber ido de un lugar. Entiendo la patología que hace que una persona pueda quedarse en un lugar, aún teniendo una inteligencia intelectual que la hace comprender que no está bien. Pero bueno lo emocional va por otro lado. A mí me parece que estamos viviendo un momento de ebullición siempre. Confío en algunas personas que no son las más visibles o marketineras, tengo referentes feministas como Liliana Daunes, por ejemplo. Marta Dillon que tiene cosas que me copan y otras que no me copan. Es decir de las personas intensas no pido que sean intensas en lo que a mí me conviene, son intensas en todo. Entonces, en esa intensidad también mandan algo que a mí no me copa, pero bueno forma parte de esa intensidad que también me gusta. No creo en la perfección de nadie y eso me permite gustar de determinados personajes y no gustar de otros que tienen buen marketing. Igual las y los leo, porque también forma parte de la vida misma.

-¿En tu época lo que no había era visibilidad, pero si había mujeres?

-Había muy pocas, lo que se veía era lo que había. No es que había más. Yo ingreso en el mundo musical de la mano de M.I.A Músicos Independientes Asociados. Tenía 15, 16 años cuando empecé a tocar la batería donde los varones y las mujeres tenían un rol exactamente igual, por lo tanto M.I.A estaba comandada  por los padres de Lito Vitale con la misma intensidad y no había roles mayores y menores si eras mujer u hombre. Entonces, desde muy chica no tuve ese tipo de situación. De ahí salte a Rouge que éramos todas chicas en familias donde las mujeres eran muy líderes y después me fui de viaje, viví mi vida, volví y empecé a tocar con todo el mundo. En ese momento todo lo que era promoción, prensa, se movía de distinta manera. En los noventa había un montón de mujeres, pero no es que estaban invisibilizadas, había muchos menos músicos en general y la prensa era mucho más fácil, porque si no tocaba no la veías. No es como ahora que a veces no los ves a todos por la cantidad. Entonces eran muchos menos músicos y mucho más público. Eran otros tiempos y bueno después empezó a pasar como en el antes y después de los realitys, por ahí muchos quieren ser artistas de cualquier manera y te das cuenta de que cualquiera puede tocar, pero no cualquiera puede ser artista, aunque sí cualquiera puede ser famoso. Entonces empezaron a haber otras formas de comunicación, los sellos empezaron a monopolizar todo. En argentina el antes y después de  Cromañón fue letal y empezó a cambiar todo muy de a poco pero de una forma muy notoria, hasta llegar al mundo de hoy donde no es que no hay visibilización porque sos mujer, es porque estas afuera del sistema. Si vos sos artista independiente no existís. Yo existo porque toqué con Soda Stéreo, porque toco con gente muy famosa, porque yo artista solita independiente si no me pago una prensa o alguien que promocione mi show no existo, nadie me lo organiza, nadie me llama. Esa es una verdad, pero no porque soy mujer.

-¿Cómo fue el antes y después de Cromañón con respecto a los estilos en el rock?

-No fue un antes y un después en los estilos, había desde los medios una arenga a determinadas cosas, había una falta de seguridad y una falta de conciencia. Cuestiones que hoy todavía se discuten. Y se repiten frases como: la música no mata, ya sabemos que la música no mata; es como decir la música no tiene género, ya sé que la música no tiene género. La industria de la música tiene género. La música no abusa, el rock no abusa, los que abusan son seres humanos. Entonces es un sistema que no tiene que ver con la música, ni con el arte, es algo que pasa en cualquier lugar y pasa en personas. En Cromañón se juntó en un día todo lo que no había que hacer, se juntaron a producir un show personas que no tenían ni idea. Hay algo que pasó en la cultura rock, que como está en contra del caretaje, en la capital que ganó Macri en un momento se prohibió el rock, se prohibió que haya gente tocando, no es inocente eso. No es que se prohíbe un lugar de teatro donde pasás por un pasillito y está toda la gente mirando una obra de teatro y se puede prender fuego, no. Se empezó a perseguir en lugares donde había gente tocando y tocando rock, no con una guitarrita acústica, con una guitarra eléctrica y con una batería; empezaron a hacerle la vida imposible a los dueños de los boliches y se empezó a monopolizar en dos o tres productoras y generar otra escena alrededor de eso. Murió el under y surgieron los festivales, los sponsors, y la corrupción en los festivales. Y después empezó que nada más te pasan en la radio si sos de una discográfica determinada.  Hoy que se discute si hay mujeres o no hay mujeres en la grilla, pero no se discute la corrupción de la grilla, ni si hay artistas independientes en la grilla, el maltrato en los shows y la invisibilizacion de lo auto gestionado; esa es la real problemática, en las cuales las mujeres somos mayoría.

-¿Hay una privatización de la cultura?

-¿Cómo no? Hay una privatización en la cultura. Hay gente que pudo surfear, pero son casos muy aislados.

Las interrupciones cotidianas de un lunes a las nueve de la mañana me dejaron algunas preguntas inconclusas: su vínculo con grandes como Gustavo Cerati y María Gabriela Epumer. Su shows actuales y su etapa como solista. Es que Andrea Álvarez es una figura inabarcable, intensa y con mucho para contar. No importa, pienso. Es la excusa para una segunda parte.

Recorro la entrevista, la escucho, leo su web y encuentro una frase que la representa y que es tan importante en estos tiempos: “Como espectadora siempre me fue necesario ver una mina en el escenario, en la foto de una banda o saber que estaba sonando en un disco. Una referente que me confirme que “se puede”, “es posible”, “anímate y hacelo.”