La vida sin las partes aburridas

Carlos Riedel8 agosto, 2015

Escriben Osvaldo Croce y Armando Borgeaud... No hay nada más engañoso que la realidad para hacernos creer que podemos planificar hasta el último detalle de nuestra comodidad, deslizarnos por la rutina como haraganes inmortales, quejosos de cualquier inconveniente. Esa realidad nos protege con su mentirosa lógica de juguete y sus explicaciones tardías, hasta que el pájaro exótico de lo imprevisto despeina tanta autosuficiencia y terminamos enfermos de incomprensión. Allí deberíamos recurrir al humor para que nos salve con su mordacidad llena de complicidades y el atrevimiento de mostrarnos cada mañana el absurdo de la vida frente al espejo. Sin embargo solemos confundir humor con comicidad ramplona, confortarnos con pornografía a falta de erotismo del bueno.

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El primer pedido urgente, después de una semana de aparecido el aviso en el diarito, vino del club Armonía. Al día siguiente se realizaría la asamblea anual para elección de autoridades y aprobación del balance. Usted comprenderá, señor Bermúdez, dijo la voz como avergonzada, los socios son muy exigentes para reclamar los derechos del estatuto, pero a la hora de las obligaciones se desprenden de sus responsabilidades, no aparece nadie. Que hace frío, que juega la selección, que el cumpleaños de la patrona, las excusas siempre están. Así que se nos ocurrió que ustedes podrían cubrir algunas ausencias con sus,“voluntarios “…después de todo las primeras filas de sillas son las que todo el mundo observa, esa es la realidad. No, no hace falta que levanten la mano en la votación, señor Bermúdez, de ninguna manera, con el acto de presencia nos basta y sobra. El señor presidente acá me dice que está de acuerdo con la tarifa y que podrán pasar a cobrar mañana a la noche, si, si, en efectivo, obviamente, quedesé tranquilo.

Esa tarde a las 14:08, como figuró en el acta, se dio por inaugurada la asamblea ordinaria con una ejemplar asistencia de los asociados que colmaron las plateas del salón de actos de la decana institución, como puede observarse en la fotografía que ilustra esta página, indicaba El Mirador, “defensor de la libertad a cualquier precio”, en su primera página dos días después. Excelente ejemplo cívico de la masa societaria, agregaba con admiración el sorprendido cronista.

Para aquella primera experiencia Bermúdez apenas había logrado convencer para participar como actores, así los llamaba él cuando se cansó de buscar el término preciso, a sus seis o siete desganados compañeros jubilados de la cola del banco Provincia y alquiló a su costa el local más barato de la galería Belgrano, ese que destinaban a los partidos políticos en campaña, con rollos de afiches carisonrientes, un escritorio y seis sillas desconchadas. Allí donde sonó el teléfono –gratuito mediante una argucia del gringo Dollavedo, ex empleado de EnTel- gracias al clasificado que les cedieron por lástima en el matutino. Desde ese momento, sencillamente, las cosas empezaron a moverse cada vez a mayor velocidad. Porque los buenos negocios se hacen sin poner un mango, como repetía aquel Bermúdez macizo y parco, soldador retirado devenido inesperado emprendedor del “Servicio de voluntarios sustitutos“ y gracias a la envidia, combustible eficaz para encender entusiasmos, o por esas cosas que tiene el inasible éxito, los llamados florecieron como hongos después de la lluvia.

Y otra cosa, nada más tranquilizador que la palabra voluntarios para amortiguar la culpa de quienes buscaban reemplazar presencias faltas de disposición o voluntad a la hora de los compromisos más variados. Aunque se descontara la aceptación de los billetes, como si se tratara de pagar remedios, la factura de la luz o del abono del cable, que un grupito de “ abuelos “ dispusiera de su tiempo para ocupar el espacio del prójimo, víctima de la vida moderna, sonaba como un acto  de solidaridad, y esta palabra ya se sabe.

A los pocos meses, Bermúdez andaba todo el día prendido a un celular grande como una cachetada que manejaba dificultosamente con sus manazas, corbata desprendida como un abogado con el culo sucio, atendiendo los más variadas pedidos de auxilio a su organización. Para semejante demanda, debió sumar, además de la cantidad de jubilados que se fueron acercando entusiasmados ante la buena paga y lo poco exigente de la tarea, gente de mediana edad, muchos de ellos profesionales que para casos específicos resultaron imprescindibles, jóvenes de ambos sexos y niños de todo pelaje.

Ante el constante incremento de las solicitudes, el aumento del alquiler, la batida de un jodido que les costó el teléfono fijo, y algunas bromas pesadas que significaron desembolsar buena plata para calmar a la cana, Bermúdez, constituido en CEO de la compañía, tomó la decisión de tercerizar la contratación y así los necesitados debían dirigirse a una empresa de búsqueda de personal temporario ya que, después de todo, el mercado entendió que ocupar el lugar de otro en la vida es un trabajo como cualquier otro. Perdió un porcentaje de lo recaudado, pero ganó tranquilidad y exposición.

En el registro de las contrataciones brindadas por los empleados del ex soldador, figuraron una extensa variedad de roles cubiertos con lograda eficiencia profesional: padrinos de novios clandestinos que se casaban a espaldas de cualquier pariente, asistentes a conciertos de música clásica incluyendo quien entregaba el ramo de rosas a la violinista, presentes en conferencias de Filosofía capaces de asentir ante cualquier disparate sesudo, dobles de alumnos de talleres literarios desaparecidos de aburrimiento y arruinando la foto final, polemistas en debates de cine iraní, gracias a los cuales las entidades podían mantener el subsidio municipal, visitantes en días posteriores a la inauguración de exposiciones de pintura, único momento en que se llena para comer de arriba, falsos periodistas obsecuentes en conferencias de prensa de políticos, padres o madres en actos patrióticos para aplaudir a los hijos en escuelas o jardines de infantes.

Con el tiempo, la demanda derivó en reemplazos más complejos: acompañamientos de pacientes en terapia intensiva, asistencia a entierros de ancianos abandonados por sus parientes, público para partidos de fútbol de la liga local, especialmente campeonatos nocturnos.

La imaginación se afinó como un violín y el equipo dirigido porBermúdez cubrió presencias en toda clase de eventos públicos o privados. Se cuenta de casamientos donde la novia fue una voluntaria porque la original se había fugado con el cura, velorios con cadáver suplente cuando el original estaba impresentable, asistentes rentados en homenajes a políticos continuando la siembra de bustos en la plaza del pueblo. También hay memorias de un pariente fallecido repuesto para firmar escrituras tardías ante escribano público, de reuniones de directorio con ausentes sin aviso reemplazados para avalar quiebra fraudulenta de una empresa, por no hablar de ruedas de canasta donde personas insociables pudieron hablar mal de todo el mundo gracias a que el organizador reemplazó a parientes o conocidos con presencias a sueldo que solamente sonreían. A tal punto llegó Bermúdez que finalmente tuvo que abandonar la red porque ya no podía manejarla. Dicen que la vendió a un amigo locutor, virgen de trabajo, que todavía se mantiene al frente.

La falta de noticias sobre esta operatoria es una garantía del éxito que disfruta. Hasta esta columna-sabrán disculpar los ocasionales auténticos lectores- es seguida por lectores sustitutos, contratados por los autores a través de la organización, quienes incluyen algunos “me gusta“, disfrutados con sonrisas japonesas, como una flor en el ojal.