Sobre mujeres valientes, cojones y periodismo

Carlos Riedel8 junio, 2019
Marie Colvin, London, 2005

Hace una década recibí la más importante lección de periodismo de mi vida. Tenía 28 años, quería contar historias, y cada tarde, al salir del trabajo, frecuentaba las aulas de una facultad de comunicación social en la provincia de Buenos Aires, Argentina. Al frente de la cátedra de sociología había una señora bajita, de pelo corto, elegante y culta, que hablaba sobre literatura clásica y sobre cronistas importantes de redacciones internacionales.

Marie Colvin, London, 2005

Escéptica, viva, humana, ella fue quien me presentó a Marie, luego de haberme sugerido leer a Oriana Fallaci, a Tom wolfe y a Truman Capote.

Empezó a encargarme pequeñas notas, para foguearme, y un día me encargó que entrevistase al líder de una comunidad de gitanos que acababa de tener problemas con la policía.  Y cuando, abrumado por la responsabilidad, respondí que entrevistar a un líder comunal detenido quizás era demasiado para mí, y que tenía temor de hacerlo mal, la veterana se recostó en el respaldo de su silla y me dijo algo que nunca olvidaré: "¿Miedo?... Mira, pibe. Cuando tengas un pedazo de papel y una lapicera en la mano, quien debería temerte es el comisario a vos".

Pero esto último fue solo una anécdota para contextualizar lo que realmente quería contarles. Entre todos aquellos textos y autores que la profesora nos sugería leer, hubo un personaje que me fascinó y, aprovechando que en Argentina se celebró un nuevo día del periodista el pasado 7 de junio, seguidamente les comparto su historia.

Marie Catherine Colvin fue una corresponsal de guerra estadounidense que trabajó para el periódico británico “The Sunday Times“ desde 1985 hasta su muerte en 2012, mientras cubría el sitio de la ciudad de Homs, en Siria.

A partir de 1986, Marie Colvin fue corresponsal del periódico especializada en el Medio Oriente. También cubrió conflictos en Chechenia, Kosovo, Sierra Leona, Zimbabwe, Sri Lanka y Timor Oriental .

Vio mucha violencia, experimentó en persona las brutalidades de guerra y sus reportes tuvieron gran impacto en el mundo occidental para comprender los conflictos de Medio Oriente. Tuvo que lidiar con el alcoholismo y el síndrome de estrés postraumático por los ataques a los que siempre estuvo expuesta. Se curtió como mujer dura en un ambiente militar masculino y como reportera en países particularmente duros para las mujeres.

Colvin perdió su ojo izquierdo debido a la explosión de una granada propulsada por cohete (RPG), que el Ejército de Sri Lanka lanzó cerca de una posición donde ella se encontraba el 16 de abril de 2001, durante la guerra civil en ese país. A partir de entonces llevaba un parche en el ojo, lo que la hacía (en mi opinión), aún más interesante.

Fue testigo durante los últimos días de ese conflicto e informó sobre los crímenes de guerra perpetrados contra los tamiles.

En 2011, mientras informaba sobre la Primavera árabe en Túnez, Egipto y Libia , se le ofreció la oportunidad de entrevistar a Gaddafi, a quien ya lo había conocido en 1986, en ocasión de los bombardeos norteamericanos a Libia.

En su último viaje, febrero de 2012, cruzó la frontera Siria en moto, ignorando las sugerencias del gobierno que rogaba a los periodistas para que no ingresaran al país.

El día anterior al ataque en el que murió, hizo un despacho telefónico donde describió bombardeos y ataques de francotiradores de las fuerzas sirias hacia edificios civiles y personas comunes en las calles. Dijo que era el peor conflicto que había experimentado en su vida.

Colvin murió el 22 de febrero, junto con el periodista fotográfico Rémi Ochlik. Una autopsia realizada en Damasco por el gobierno sirio concluyó que Marie Colvin fue asesinada por un "dispositivo explosivo improvisado lleno de clavos”.

El gobierno sirio afirma que el artefacto explosivo fue colocado por terroristas el 22 de febrero de 2012, mientras otros testigos responsabilizaron directamente al Ejército Sirio.

En un discurso pronunciado en noviembre de 2010 en homenaje a periodistas fallecidos cubriendo guerras, Colvin admitía los serios riesgos de la profesión que había elegido, cuya misión, dijo, es "informar de los horrores de la guerra con rigor y sin prejuicios".

"Nunca ha sido más peligroso ser corresponsal de guerra, porque el periodismo en las zonas de combate se ha convertido en objetivo principal", dijo Colvin, al tiempo que pidió a los medios que sigan enviando periodistas a cubrir los conflictos bélicos.

Ramón Lobo, columnista del diario español “El País”, la despidió así: "Sólo los más grandes mueren en la plaza, como los toreros. Que descanse en paz".