Enlace Crítico en Guatemala

Carlos Riedel22 agosto, 2015

Guatemala es un país pequeño pero muy fértil y productivo. Es una de las primeras exportadoras mundiales de café, después de Colombia; exporta bananas, alimentos, oro y frutas al resto del mundo. En las regiones del norte, existe una vasta zona cañera que produce azúcar de exportación. Guatemala es un país en lucha permanente, sobreviviente de una guerra civil que duró 36 años. Guatemala sonríe y mira hacia el futuro con alegría...

Mi trabajo en Centroamérica es un intento para que el resto de la gente que me lee y ve mis imágenes, puedan comprender un poco más o descubrir las raíces de una tierra tan entrañable como esta, que también es nuestra tierra, la gran patria latinoamericana.

En tiempos en los que las redes sociales son utilizadas para la banalidad y la estupidez, la labor del periodismo free-lance es crucial para ayudar a comprender este mundo próximo y cercano que late al lado nuestro.

En este viaje me he transformado en un cronista de la realidad que veo. Intento ser corresponsal de los sin voces, de los mudos que callan y sufren, de los anónimos que se arrastran todo el tiempo al lado nuestro y que no vemos.

Quienes creen que el periodismo habita los bajos fondos del reino de las bellas letras ignoran que buena parte de lo mejor que se ha escrito en la literatura latinoamericana, se difundió a través de periódicos y revistas...

Cae la tarde de un jueves cualquiera. Las nubes grises que acechan la ciudad ya han cedido el paso al viento fresco de un otoño caprichoso.

He llegado al mediodía en un viaje sin novedad ni sobresaltos desde la frontera mexicana, una realidad próxima pero a la vez alejada en esta parte del mundo.

Es la primera vez que pongo un pie en Centroamérica y me siento como un extraño, todo parece sorprenderme. La experiencia de este nuevo viaje me produce un fuerte flujo de adrenalina pero la sensación de lejanía ya me ha abandonado el cuerpo hace tiempo. Siento que camino con la seguridad con la que lo hago en mi tierra, mientras mi cabeza se pregunta: "¿cual es tú tierra Sebastian?".

Mi mente se mantiene alerta, preparada para lo inesperado.

Viajo en solitario. Mi mochila, mis viejas botas de soldado, algunos libros y mis ideas.

Me resulta difícil hacer periodismo objetivo en este estado mental. Sólo me entrego al descubrimiento de lo nuevo y observo, escucho, siento y huelo.

Camino por las anchas avenidas de acceso a la capital. Edificios señoriales del colonialismo barroco español contrastan con muros de acero y cristal.

Lejos del centro urbanizado, barrios de chabolas, techos de cartón y chapas esmirriadas brillan con el sol de los últimos destellos.

Rostros tatuados y cabezas rapadas me observan al pasar. Algunos ojos llevan tatuajes de lágrimas en los párpados y números en las frentes. El tatuaje criminal es muy fácil de leer.

Ellos son los hijos de la desidia política y de la violencia social. Es la "mara salvatrucha", pandilleros centroamericanos que sobreviven en ciudades como estas con lo que tienen a mano. Asaltando a los que tienen a mano.

Una cortina de lágrimas separa los ojos de una vieja (sentada en el suelo pidiendo monedas), de la hilera de casas vecinas, todas iguales entre sí, chatas, gastadas, apenas adivinables en la sombra que la penumbra de la noche le va ganando al crepúsculo.

La ciudad huele a tortillas grasientas y aroma de jazmín. Está rodeada por unos cerros cubiertos de selva y desde arriba se ve como si fuera una gran manta verde arrugada. En la montaña puede uno volverse verde con los infinitos verdes de las plantas. La selva disfraza, la ciudad despoja.

Al noroeste, en el límite entre la ciudad y los suburbios, hacia el rumbo de las vacas flacas que mascan los pastos ralos, se eleva un monte risueño todo bañado de luz y adornado de flores.

Es el Cerrito del Carmen. Estoy en Guatemala.

Me siento virgen en esta nueva ciudad. Mis pasos son seguros pero también inciertos. Y perder este tipo de virginidad no es tan sencillo como cogerse a una mina. Tal vez sea tan complejo como amar a una mujer.

Por un momento recordé lo que me dijo alguna vez un viejo suboficial de la Marina, veterano de una triste guerra nuestra, allá en el sur de la Argentina: "un hombre puede considerarse virgen hasta tanto haya matado a un hombre y creado a otro: matar y tener un hijo puede ser el largo viaje de un ser humano".

Ahora me veo viajando hacia el interior del país en un colectivo todo pintado de colores. Me dijeron que este camión va a "Antigua" y confío en el chófer y en mi suerte. Soy el único extranjero. La fé en la iglesia la he perdido hace tiempo, se me cayó por el camino junto con unos libros, unos discos de los "Doors" y algunos amoríos de tetas lejanas.

Extraño a esa mujer.

Acurrucado sobre mi mochila observo a mis compañeros de viaje. Muchos son aborígenes y no emiten palabra alguna, ensimismados en sus mundos.

Sube un payaso haciendo malabares con tres pelotitas y cuenta chistes malos. Me habla en inglés porque piensa que soy británico. Me pide libras esterlinas y le contesto que no sé inglés y que las libras esterlinas ya han desaparecido.

Chocan las culturas entre los asientos de un colectivo. Es un vehículo "BLUE BIRD" de la GMC (General Motor Company), con el aspecto de esos transportes escolares amarillos que veía en las películas norteamericanas cuando era chico.

Ha caído la noche y el interior del bus toma el aspecto sombrío y grotesco de una cárcel cualquiera en una noche de fiesta. Imagino que este vehículo habrá cargado niños yankis en algún lugar de yankilandia alguna vez.

Seguro que antes fue amarillo, pero de inmediato despierto en la realidad. Estoy en Guatemala.

El color amarillo mutó a un colorido exagerado. Y de la paz a la angustia. Es como si el aire que circula dentro del vehículo también lo hubieran cambiado, ahora es mas espeso, mas difícil de respirar. Los sonidos también son muy diferentes: las risas, las canciones infantiles, se convirtieron en oraciones cuchicheadas en las bocas de las señoras, o las rancheras que el chófer hace sonar para distraerse.

El bus actual y el transporte escolar se parecen en la carrocería y nada mas. Aunque sean lo mismo.

Este bus narra también la historia muda de la dependencia de Guatemala y de toda Centroamérica, y de como las basuras del norte son los tesoros del sur, y la violencia que se manifiesta en todas partes esta presente aquí, en las caras de mis circunstanciales compañeros de viaje.

En un tiempo en que perdí la noción del tiempo, el colectivo se detiene en una terminal polvorienta y alejada. Al lugar lo rodean las montañas, viejos volcanes todavía activos y la noche ya se adueñó de este pequeño universo nuestro. Estoy en "Antigua", tradicional ex-capital del país y último bastión del extinto yugo colonial español.

En muchos sentidos este fue un viaje de fe  porque no sabía lo que pasaría, pero ese fue uno de los elementos que hizo que este viaje se transforme en una zambullida en la aventura cultural de la Centroamérica profunda. Eso es lo que vine a buscar.

Guatemala es color y timidez, amabilidad y calidez, violencia visceral y amor profundo. Nadie puede no sentir algo cuando visite estas tierras. Siembra amor, amor profundo u odio irreversible. Guatemala es un extremo en el arte de viajar.

Yo me quedo enamorado, escribiendo estas notas en la penumbra de una lucecita mortecina, soñando con descubrir mas riquezas en lo profundo de la selva.

Mas allá de la sierra, sigue Nicaragua...

One comment

  • Pedro

    15 noviembre, 2012 at 6:57 pm

    El corazón del mundo Maya, Pioneros en el desarrollo social.
    Muy buena nota.
    Slds

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