VER por Armando Borgeaud

Carlos Riedel5 septiembre, 2020

Como quien enfoca una lente hasta dar con la nitidez que sus ojos le exigen. O como quien, mejor dicho, acerca la lupa para descubrir un detalle en la fotografía que tiene enfrente pero que a simple vista no ha podido distinguir, o como quien de repente se pregunta por qué mira como mira o, más aún, por qué piensa como piensa. Cómo es que ha llegado a la convicción que lo conforma y que ni siquiera admite poner en duda porque le costó tanto y porque después de todo no es nada fácil reconocer que, tal vez, se estuvo equivocado al menos en algo. Quizás repetir con Woody Allen: "doctor, no me cure la locura porque es lo único que tengo"... Van estas reflexiones motivadas por mi profesora de Sociología y Educación, a quien las dedico.

Gilberto Gil, concierto para cuerdas y máquinas de ritmo con la orquesta Petrobras Sinfónica en el Teatro Municipal de Río de Janeiro. Año 2012.

Veo
A Gilberto Gil en la dorada penumbra de un escenario donde la luz cálida que cada músico de la orquesta de cuarenta integrantes que están detrás de él organizados en varias filas, tiene en su atril, ilumina sus rostros volviéndolos menos humanos, más angelicales, ensimismados, ensoñados, en la relación con sus instrumentos en ese ambiente que se va volviendo cada vez más delicadamente irreal.

El grupo de músicos más cercano al artista, el responsable de la preparación con él del espectáculo en primera instancia, según explica el creador bahiano en otro video que se anuncia a continuación del que acabo de encontrar, entre ellos su hijo y el genial Jaques Morelenbaum, están muy cerca suyo, detrás, a su derecha.

Los dos encargados de las máquinas de ritmo se encuentran dispuestos a su izquierda, detrás de unas mamparas transparentes que agregan, desde su nombre que figura como parte de la presentación del espectáculo, un toque exótico, diría, ¿no?, futurista ( sobresalta un berimbau irrumpiendo su llanto solitario recién nacido en el inicio de un tema ).

Gilberto Gil tiene su espacio de actuación en un cuadrado, un poco más elevado respecto al nivel donde están instalados el resto de los músicos. Allí acaba de sentarse con su guitarra al regresar de su saludo breve, tímido, a la platea, para dar comienzo al show. Está vestido con una camisa de color marrón claro, apagado, en las que unas palmeras negras, dibujadas como en sombras, destacan su figura esbelta y juvenil que unas sandalias de cuero remarcan, ( por un segundo pienso que fue pensado exprofeso ), a pesar de que acaba de cumplir setenta.

El cabello blanco y corto cubre prácticamente toda su cabeza, la frente se estira generosa y libre permitiendo a la sonrisa lucirse limpia y abierta en su esplendor de hombre en paz. Esa blancura contrasta delicadamente con su piel oscura volviéndolo aún más elegante de lo que su aspecto general, los modales, la manera de moverse en el escenario, le imprimían a su imagen hasta que uno descubre ese detalle aparentemente secundario.

Pero qué es lo que veo yo mientras comienza a sonar su guitarra española. Gilberto Gil comienza a cantar con un manejo magistral de los tonos suaves, graves firmes aunque dulces, agudos sorpresivamente libres pero que no alcanzan a lastimar el aura acogedor que tendrá el recital hasta el final, cada vez más fino y sembrado de detalles tímbricos y silencios sublimes que, como los sabores que se van percibiendo en una comida con especias, algunas novedosas al paladar, que despejan caminos íntimos y palpitantes aunque brevísimos en nuestros deseos, perfuman el oído entregado.

Hasta cuando acompañado únicamente con la percusión de sus manos sobre la caja de la guitarra, este hombre increíblemente creativo le canta a la muerte una canción de cuna. Y un Jimmy Hendrix, perla exacta en un collar precioso. Y un bolero, sufriente a la temperatura justa.

Veo
Vagamente la llegada de portugueses en bamboleantes carruajes recién desembarcados a esas tierras sudamericanas cuando el continente, por lo menos desde acá, no sabía cómo se llamaba, resabios seguramente de las novelas de Jorge Amado con sus húmedos verdes y sensuales rojos sangre, sus mujeres descalzas al estirar la mano.

Los veo llegar con sus cortes doradas justo cuando la cámara que filma el show de Gilberto Gil realiza una toma del escenario desde el fondo del teatro para mostrar, justamente dorados, los balconcitos de los palcos altos, las ornamentaciones perfectamente conservadas, seguramente con las alfombras restauradas, idénticas a como estaban aquella noche luminosa de inauguración, ¿mitad del siglo XIX?. O tal vez sea a principios del XX porque se parece demasiado en su estilo a nuestro Coliseo de Zárate que los italianos construyeron en las primeras décadas del novecientos. Como sea yo veo, mientras oigo con ojos sin sombra y por tercera vez este concierto de sonido terso que fluye ondulante su cuerpo maduro de jazz, cuerdas, vientos y flautas suaves en que el samba se ha ido disolviendo en bossa nova con aires de bolero, umbría negritud de un dulce que se cocina lenta, sabiamente, en su apetecible combinación perfecta; veo por primera vez, aires monárquicos.

No absolutistas, ni esclavistas, debe ser la tranquila atmósfera de esa música la que no invoca esclavos africanos en mar abierto, en los socavones sangrientos cruzando oscuros el mar indomable.

Las melodías hibridadas en el ancho tiempo en que han abrevado hasta hoy, cuando los artistas las hacen surgir en el escenario, alejan esa transpiración animal que decanta su borra muy en el fondo de la voz negra de Gilberto Gil, en sus cejas cuando se ponen graves rememorando ese dolor con cualquier excusa.

Sonrisas de cabezas apenas inclinadas con pelucas perfectas y labios pintados en el gran mural tejido trabajosamente por millones de manos negras, veo. Negra la monarquía en Brasil, la última en caer, en irse con buenos modales, más cansada que abatida.

Veo

A Gilberto Gil, hijo de madre maestra y padre médico, clase media, ( llegó a ser Ministro de Cultura entre el 2003 y el 2008 nombrado por Lula ) creciendo en los años de posguerra ese joven despertando a la música de los Beatles, el Mayo Francés, la bohemia comunista de Sartre y Beauvoir, las revueltas en la calle enfrentando la dictadura militar brasileña, ecos de la Cuba del Che, la resistencia, las drogas, barbas y pelos largos, el falso abandono de sentarse con piernas cruzadas sobre el pavimento a pedir por la PAZ, la cárcel, ( Gilberto canta una canción qué, informa él mismo, compuso en prisión cuando le permitieron recibir una guitarra ), el exilio en Londres con Caetano Veloso, Chico Buarque. Brasilia creciendo ultramoderna de la imaginación de Niemeyer, orgullo de los intelectuales del Brasil blanco. Y Joao Gilberto, Jobim, Vinicius, el jazz colándose por los visillos de la colorida negritud latina como parte de pago, digo, ¿no?, por los brasileñitos que fueron a morir por los aliados contra Hitler. Brasil es lo que es hoy: San Pablo es lo que es, por algo es.

Se ganaron en buena ley la música de esta noche, digo como si alguien me lo dijera: en la Historia nadie regala nada.

Gilberto Gil de esta noche mágica con cuerdas y máquinas sofisticadas, viniendo desde allá por el siglo que soñaba terminar con la miseria y mírenos ahora, dice el silencio resignado de lo que calla esa música en el teatro donde el viento de las cuerdas suena en cajas lustrosas como ataúdes.

Digo, que pueden decir, tienen derecho a hacerlo con desprecio los que miran, ven, desde el infinito mar de ojos brillantes colgados en las laderas de los morros, como estrellas tan altas espían las calles allá abajo al nivel del mar, allá bajo dicen los miles de ojos, donde el mar unta a Río de Janeiro ciudad luz como Paris ( como Borges decía del Corán con los camellos, no mencioné a las favelas )

Veo

Veo como veo yo este show en Youtube porque colma mis sentidos ( lo ideal sería un sábado a la noche ) como un buen vino de esos que somos capaces de degustar pudiendo explicar la razón. Nacido en una clase media argentina de las de antes, orgullosa de su nivel cultural que prepara, después de un largo camino, para disfrutar esta música con pies limpios, ropa buena, la presentación de Gilberto Gil con olor, perfume mejor dicho, a música erudita, académica, porque uno es capaz de descubrir trazos Debussy ?, Stravinsky ?, Ravel ?, en ciertos matices sonoros del concierto de Gilberto Gil, así como él canta un tema en francés entibiando el cognac en la copa que la mano sostiene con un leve y antiguo movimiento circular. Un hombre blanco como yo, ( no será también algo racista en algún rincón del alma, me pregunto, ¿no?) , que creció en pleno rock pero que al fin llegó al jazz desde Piazzolla y como se va afilando un metal, un vidrio, una cerámica con cincel, pacientemente, se siente satisfecho del buen gusto. Esa es la palabra que trasunta Gilberto Gil en este recital imperdible con todos esos músicos extraordinarios en 2012.