Mi vecino, el asesino

Carlos Riedel14 noviembre, 2020

Por Camilo García Quinn (APU)... El diario The New York Times publicó un corto documental de Sean Mattison, que muestra los escraches llevados a cabo por la agrupación H.I.J.O.S. en los domicilios de los criminales de la última dictadura cívico militar. La sangrienta historia argentina comienza a hacerse eco en el resto del mundo.

Quizás haya quienes experimenten una reacción natural de recelo al ver que el diario estadounidense The New York Times publique un documental crítico sobre los culpables de perpetrar el genocidio de los 70. Es lógico que cualquier producto propio de la maquinaria yanqui sea visto con desconfianza, en especial si se tiene en cuenta que fue el gobierno de Estados Unidos uno de los principales sostenes y organizadores del nefasto “Plan Cóndor” que arrasó con una generación de militantes políticos en Latinoamérica. Pero si se hace el esfuerzo de sobrepasar esa primera resistencia, y la decepción de que no haya ningún rastro de responsabilidad, uno puede llevarse la sorpresa de encontrarse con una sensación de profunda emoción al finalizar los casi catorce minutos de esta producción.

Atención! Murderer Next Door (¡Atención! Un asesino vive al lado) relata las movilizaciones y los escraches ocurridos durante los años 90 y principios de la década del 2000, dirigidos hacia los criminales de la dictadura, desde la perspectiva y voz de los mismos militantes de H.I.J.O.S. que participaron de ellos. Es una gran decisión por parte del cineasta Sean Mattison no dejar que nadie más intervenga, en especial algún estadounidense “especialista” o “estudioso” del tema. La historia la explican, la reviven y la expresan quienes la escribieron y eso es necesario para que el espectador logre entender el trasfondo de las imágenes que se muestran en el documental.

Una época en la que los crímenes cometidos durante la dictadura cívico, militar, eclesiástica, mediática y empresarial se encontraban impunes, y los culpables tenían el lujo de vivir en libertad y sin represalias. Sin embargo, existía una poderosa minoría intensa y activa, nucleada en diversas organizaciones sociales de Derechos Humanos, como Madres, Abuelas e Hijos, que luchaban incansablemente por visibilizar y mantener viva la memoria de aquellas miles de personas desaparecidas. Este documental se encarga de reivindicar esa lucha y, lo que resulta más llamativo, tomarla como ejemplo a seguir en el contexto actual.

Así, mediante las voces de Camilo Juárez Pais, Lorena Bossi, Giselle Teper y Carolina Goldberg, el documental pareciera ser una lección de historia y política para los espectadores estadounidenses (aunque también le vendría bien a varios latinoamericanos) sobre qué ocurrió en este rincón del planeta. Si en Argentina nos escandaliza que la infame “Teoría de los dos demonios” aún tenga apoyo, no es nada comparado con cómo la historia estadounidense decidió recordar ese período de nuestro país. De hecho, el documental exhibe una nota en un diario, que podría haber sido el The New York Times, donde se habla de la Dirty War o Guerra Sucia. Bienvenido sea un documental publicado en uno de los medios más grandes de ese país, que derribe ese mito y mencione las cosas por su nombre: en Argentina ocurrió una dictadura militar y los culpables son asesinos repudiados por el pueblo argentino.

Cabría hacerse la pregunta de si es casualidad que el documental se haya estrenado en este contexto mundial de tanta convulsión política y donde la polarización se vuelve más evidente. Si hay algo que pareciera haber logrado la gestión de Donald Trump es alimentar y desarrollar manifestaciones populares en Estados Unidos de los sectores oprimidos y castigados por sus políticas públicas. En la nota que acompaña el documental, el mismo Sean Mattison afirma que la técnica de “escrache” resulta una “importante herramienta para activistas que busquen justicia a lo largo del mundo”. Una frase que, más que una conclusión, pareciera ser una invitación.

En los últimos años, gracias a la desclasificación de documentos militares tanto argentinos como estadounidenses, han surgido evidencias concretas e irrebatibles de la gerencia y responsabilidad directa que tuvo Estados Unidos en las dictaduras militares que asolaron al pueblo latinoamericano durante el siglo XX. Desde el financiamiento y la sustentabilidad armamentista hasta capacitaciones y bibliografía sobre cómo torturar prisioneros, ahora sabemos que lo que ocurrió en nuestro continente lejos estuvo de ser ajeno al país del norte. Sin ir más lejos, esta semana se encontraron nuevos documentos que prueban que el gobierno de Nixon participó de forma activa en el derrocamiento y asesinato de Salvador Allende. Gracias a la lucha de las organizaciones de derechos humanos y la política de algunos gobiernos populares, Latinoamérica grita su sangrienta historia y es tiempo de que el resto del mundo se haga cargo.