Las dos Campanas: misión cumplida

Carlos Riedel8 septiembre, 2013

Por Leonardo Maldonado*.

Las dos Campanas

No es fácil hacer una película. Ni en Hollywood ni en Bollywood, y mucho menos con escaso o nulo presupuesto, con mínimo staff técnico y sin subsidios del Estado.

Cada vez más, las nuevas tecnologías permiten a los realizadores poder filmar con muy buena calidad tanto en imagen como en sonido: hace varios años que existen festivales dedicados a difundir y a premiar las cintas que se filman con teléfonos celulares.

La producción del cine independiente (argentino), cortos y largometrajes, es sin duda del orden de la pasión. El cine es, tanto en su fase de realización como en la de su exhibición, una tarea comunitaria. Y en este sentido, la proyección que se llevó a cabo ayer por la tarde en el auditorio de la Facultad Regional Delta - UTN de Las dos Campanas, película escrita, producida y dirigida por Fabián Benavídez, puso de relieve esa misión.

¿Para qué sino un cuantioso número de espectadores campanenses se acercaría a mirar un film rodado en nuestra ciudad? El realizador homenajea a su ciudad incomodando al espectador en tanto lo posiciona en un lugar inesperado: el desconocimiento que la gran mayoría de la población tiene de las islas del Delta.

Al principio, nervios en el hall, caras familiares, ganas de ver la película y de reconocer locaciones. Y al final, felicitaciones generales, merecidos reconocimientos, saludos cariñosos.

Una actriz que llora cada vez que ve el final de la película y otra que le arroja desde su butaca un beso a uno de los participantes del film y ex combatiente de Malvinas. ¿Qué son estas escenas sino comunión?

La estructura del guión ideado por Benavídez adquiere solidez en la conformación de una cantidad de binomios que parecen no agotarse nunca.

Parte de dos historias, una absurda y otra realista. La primera narra la delirante aventura de un puntero político por lograr un consenso local con el fin de cambiar el nombre de la ciudad; la segunda, la conformación de una cooperativa de un humilde grupo de trabajadores de la madera.

Las aventuras amorosas involucradas en cada historia sigue la misma lógica: es absurda la relación entre la política corrupta (Adriana Lemucchi) y el cómico patético (Mauro Montero) y realista la vivida por el solitario Mario (Javier Marizaldi) y la locutora radial (Luchy Díaz). Al final, cuando ambas historias se crucen, y pese al didactismo del discurso de Mario, un manto de absurdidad cubrirá a ambas de manera categórica: toda guerra es absurda.

Pero el film da lugar a otras series de interesantes duplicaciones: dos ciudades, Campana y City Bell; dos territorios campanenses, el continental y el insular; dos países, Argentina y Gran Bretaña; dos lenguas, el castellano y el inglés (es hilarante el bloque en el que las palabras cotidianas que usamos del inglés son traducidas en nuestro idioma); dos lenguas más, el portugués y el castellano; dos presidentas de un mismo continente; dos maneras de entender la política y la militancia; la manipulación de los testimonios de dos de los entrevistados estelares (Jorge Maestro y Miguel Jordán); la irrupción de un registro de corte periodístico en el flujo narrativo ficcional; la mítica rivalidad entre Zárate y Campana; las islas del Delta y las Malvinas; y las dos voces de Luz, la locutora: su impostación vocal ante el micrófono desaparece en la composición que realiza de su personaje cuando vive su cotidianeidad.

La filmación a dos cámaras de muchas escenas (otra duplicidad) le ha permitido al realizador lograr en la edición una continuidad perfecta en el accionar de sus personajes; su contrapartida se evidencia en un rubro complejo, la fotografía, y por momentos los saltos lumínicos son notorios.

Lo mismo ocurre con el sonido, que en algunas tomas no está del todo limpio y suena sucio, o desprolijo. Las composiciones musicales de las bandas y de los músicos locales son potentes, notorias, y crean las atmósferas adecuadas que las escenas necesitan; no obstante, los tracks y los clips (en especial los referidos a las escenas románticas) son abundantes.

Quizás falten silencios, quizás haya mucho diálogo. Y aunque hay algunas pocas imágenes levemente fuera de foco o algunos planos que tiemblan ligeramente (los rostros de los oyentes del discurso de Mario, hacia el final), Benavidez demuestra un uso adecuado del lenguaje audiovisual: no hay saltos de eje, las direcciones de miradas y los planos-contraplanos son correctísimos, la repetición de algunos instantes en cámara lenta refuerza emotividades, la partición de pantalla y el uso de recuadros logra sus fines. Es decir: no hay improvisación en la puesta en escena.

Las actuaciones responden a las lógicas planteadas. Dos actores y dos actrices (otras duplicidades) juegan y apuestan al absurdo absoluto.

Juntos, Diego Carfagno (César, el operador político) y Mauro Montero conforman una buena dupla grotesca de la que emana feeling y carisma, y Adriana Lemucchi y Marina D’Agostino (la Intendenta), por separado, arrancan las risas de la platea: la primera a partir de la composición de una mujer necesitada de sexo y la segunda mientras come un churro sin dejar de pronunciar un chantaje político.

Silvia Niveyra realiza una composición dúctil, franca y graciosa de la mejor amiga de Luz, y Javier Marizaldi y Luchy Díaz se revelan como dos grandes actores.

Ellos apelan a la espontaneidad de sus cuerpos y a la austeridad interpretativa que toda composición realista cinematográfica requiere. Benavídez, que los ha conducido de ese modo, los filma de manera distinta que al resto de sus criaturas: necesita crear entre ellos una atmósfera íntima, secreta. De allí que los registre seguido en primeros planos. Sus rostros, sus miradas y sus gestos son absolutamente fotogénicos: lucen bien en pantalla grande.

No hay en Las dos Campanas un solo plano o una única pista sonora que no dé cuenta del esfuerzo de producción y de realización generales, y, sobre todo, de la pasión puesta en juego.

Hay tomas áreas, imágenes increíbles del Delta y una planificación de la puesta en escena. Hay vecinos, empresas, organismos y comerciantes que colaboraron prestando locaciones.

Hay al término de la función aplausos sinceros, personas que agradecen y felicitan. Hay una comunión entre el arte y la vida, o entre el arte y el pueblo. Es lo que sucede cuando un grupo de vecinos filma una película y otro de su misma ciudad concurre a verla.

Las dos Campanas 2

*Licenciado en Ciencias de la Comunicación (UBA), realizador cinematográfico independiente, autor teatral y novelista