De cómo superar la melancolía en tiempo de pandemia por Jorge Collado

Carlos Riedel22 septiembre, 2020

“Mientras miro las nuevas olas, yo ya soy parte del mar”

Charly García

Es necesario una vez más generar un trasvasamiento generacional en nuestra ciudad, de esto se ha hablado siempre en la buena política. Nuestra generación, debería pasar a cuarteles de invierno y darle paso a las nuevas generaciones no contaminadas por nuestros desaciertos y nuestros narcisismos, en todo caso sumarnos a la cola de los que pueden cambiar lo que nosotros no pudimos.

Leía una nota sobre la melancolía y la fatalidad del encierro, un fotógrafo argentino de 25 años, saca una foto de una persona desnuda, sentada, con las rodillas juntas, de perfil, con la cabeza gacha, con barbijo y un bonete.

El artista era León Auchterlonie, su obra había sido seleccionada para integrar una muestra propuesta por la Galería Fin de Siecle, pocos días después León murió producto de un accidente doméstico.

La fotografía seleccionada de este artista, es una imagen clásica, en forma de representación de la figura humana, la luz del cuerpo, su humanismo. Su imagen, clásica y contemporánea, tiene una carga universal impactante y una dimensión insospechada, cuarentena, pandemia, encierro. Me recuerda a algún personaje de Samuel Beckett. Una historia. Pinta tu aldea y cambiaras el mundo, aun dejando la vida en el intento.

Nuestro país, durante la dictadura de plomo, perdió 30.000 conciudadanos, (para mí, compañeros), en la tortura, en la desaparición y en el asesinato, en la vileza de un grupo de mesiánicos que respondían a los poderes facticos de turno (a mi gusto y al de Althusser, La superestructura: Ejército, Iglesia, Corporaciones económicas, Medios de comunicación).

La desaparición de esos compatriotas, el exilo forzado de muchos más, la no aparición de los cuerpos, la imposibilidad de elaborar un duelo por la perdida, marcó al cuerpo social, mas allá de las marcas personales en familiares, amigos, compañeros de militancia, marcas imborrables e irreparables. Vuelvo a afirmar que la única posibilidad de hablar de terrorismo, es el terrorismo de aquellos que ejercen el poder de las armas sobre grupos indefensos, eso nos permite pensar que solo hay terrorismo de estado. Lo podemos afirmar aquellos que hemos trabajado con víctimas por delitos de lesa humanidad desde el psicoanálisis en mi caso y desde otros abordajes terapéuticos. Otra historia.

Hubo aquel 11 de septiembre, cuando el mundo fue sorprendido por la caída de las torres gemelas y la pérdida de 3000 personas en New York, varios meses después visite esa ciudad y ya no era la de antes, la tristeza, el duelo, la melancolía estaba acida al cuerpo social, se podía observar en el caminar de la gente, en los espectáculos públicos, en las reuniones de amigos. Otra historia, donde la muerte traumática marca el cuerpo social .

Al 22 de septiembre de 2020, llegamos luego de 200 días de pandemia y confinamiento social voluntario, a la friolera cifra de más de 13.500 muertos por Covid 19. 13.500 muertos que no hemos podido despedir, todos y cada uno de los argentinos conoce a alguien que murió en la pandemia. También hay otros muertos que se los llevó la tristeza y otros muertos comunes que tampoco han sido posibles de despedir. Algunos solo por familiares íntimos, pero no por sus amigos, no por todos sus seres queridos. Una historia que se sigue escribiendo y que va a dejar marcada a nuestra sociedad.

En la elaboración del duelo, la presencia del cuerpo muerto ayuda a la elaboración, la recuperación del cuerpo desaparecido ha ayudado a madres, abuelas e hijos a dar por finalizada la búsqueda personal y al encuentro con la paz interior.

Todos vamos a morir, la muerte no es mala en sí, quien vive toda una vida y llega a la ancianidad debe ser despedido con aplausos a mi gusto, como cuando termina una buena obra de teatro, de pie y a aplausos cerrados. Hay buenas vidas y otras no tanto, pero llegar al final, morir de viejo es la presencia de la verdadera paz. Extrañamos a los seres queridos que despedimos siendo ancianos, pero guardamos una vida de recuerdos y siempre que nos visitan esos recuerdos nos traen alegría.

Pero la muerte traumática es muchos más difícil de elaborar. En nuestro país un día el Estado salió a asesinar, secuestrar, robar bebes, torturar a la población. La ley fue quebrantada y aun pagamos el precio de no poder confiar del todo en nuestros gobernantes, aun nos faltan los que lucharon por un país mejor, con sus sueños y esperanzas.

Hay una frase del poeta checo Julius Fucík, (escritor ahorcado por los Nazis, escribió un libro en su cautiverio “Reportaje al pie del patíbulo”) que ha sido bastante nombrado en estos días, que solíamos repetir cuando caía un compañero de militancia: “Por la alegría hemos vivido; por la alegría fuimos al combate. Que jamás la tristeza sea asociada a nuestros nombres”.

La verdad es que con el tiempo, he recordado a mis compañeros con enorme tristeza, con dolor propio, con miedo, con bronca, con odio y con culpa. Según fueron pasando los años, fui endulzando sus figuras y hoy es una alegría que los recuerdos me visiten, pero pasaron muchísimos años, durante muchos años negué los recuerdos, por muchos años llore en silencio y necesite muchos años de visitar el diván de algún analista que también sufría conmigo.

Hoy esos compañeros que se fueron al exilio, a la muerte, a la cárcel o a la desaparición, son mi garantía ética. Hay quienes olvidan, yo no olvido, ni la lucha, ni la dicha, ni el dolor, ni la alegría. Lo digo en primera persona, pero bien podría utilizar la primera persona del plural. Otra historia.

Digo, todos hemos de morir, digo la muerte traumática es muy difícil de elaborar, digo 13.500 muertos en la pandemia, dejarán una marca en el cuerpo social, no solamente deberemos recuperarnos del desastre económico, no nos ayudara la melancolía por lo perdido para afrontar el esfuerzo futuro. Lo podríamos negar, pero la negación tiene patas cortas. Somos un pueblo que de por sí fuimos obligados a negar. “El silencio es salud” rezaba un anillo que giraba alrededor del obelisco allá por el ´78. O “Los Argentinos somos derechos y humanos” pensaban muchos durante el proceso. Hoy vemos negadores de la pandemia, del virus, de la cuarentena, terraplanistas y psicóticos de cualquier índole.

Tengo que hacer algún recuento sobre los mecanismos de defensas de los dos grandes grupos psicopatológicos. El Psicótico es aquél que niega la realidad, la reniega dirá Freud o la desmiente y Lacan dirá que la forcluye es decir ni la llega a registrar más que por rebotes aleatorios de los sucesos, algo así como ni siquiera recordar un zapato, sin saber que ese zapato esta puesto en un cuerpo muerto.

Para ser un poco más específico es el mecanismo por el cual se produce el rechazo de un significante fundamental, expulsado del universo simbólico del sujeto. Cuando se produce este rechazo, el significante está forcluido. No está integrado en el inconsciente. La no inscripción del significante en el inconsciente es un mecanismo mucho más radical que el de la represión. Es el mecanismo propio de la psicosis, el psicótico ni siquiera entiende la realidad, porque está fuera de ella. En todo caso juega a su favor que es un mecanismo defensivo sobre el hecho traumatico.

Justamente la represión es el mecanismo propio del otro grupo de patologías que es la neurosis. Así como los contenidos que fueron objeto de la represión, el retorno de lo reprimido es un proceso psíquico que ocurre a través de diversas formaciones del inconsciente (sueños, actos fallidos, síntomas neuróticos) el análisis de esos productos nos permiten la elaboración y el duelo. En cambio en el caso de la forclusión (mecanismo por excelencia de la psicosis) el retorno es en forma alucinatoria, es decir, lo forcluido retorna en lo delirante.

Releía en estos días un libro de Philippe Ariés: “El Hombre ante la muerte”. En ese libro, que intenta analizar las conductas y los rituales de cada sociedad ante la muerte, se pregunta sobre la muerte propia y la muerte del otro. Respuestas que de alguna forma nos han llegado de distintos autores, los que forman mi cuerpo teórico, dirán que la idea de muerte no anida en el inconsciente, por lo tanto la muerte propia no tiene registro más allá de la perdida personal que conlleva, la muerte propia no es un registro inconciente. Es decir en todo caso es la pérdida del otro quien nos hace pensar la propia muerte (Freud). Y por otro lado Marx sostiene desde su materialismo dialectico que la muerte se queda en este mundo y que no hay vida después de ella, ni divina, ni terrenal, ni en cielo, infierno o purgatorio.

Toda cultura tiene rituales de despedida de los seres queridos, esos rituales acompañan el proceso de elaboración del duelo y nos alejan del estado melancólico con el que nos tiñe la muerte.

Dice Miguel Hernández “Umbrío por la pena, casi bruno, porque la pena tizna cuando estalla, donde yo no me hallo, no se halla hombre más apenado que ninguno. Pena con pena y pena desayuno, pena es mi paz y pena mi batalla, perro que ni me deja ni se calla, siempre a su dueño fiel, pero importuno. Cardos, penas me oponen su corona, cardos, penas me azuzan sus leopardos y no me dejan bueno hueso alguno. No podrá con la pena mi persona circundada de penas y de cardos: ¡cuánto penar para morirse uno!”

En todo caso los utópicos racionalistas solemos pensar como dice el Che “el que vive en el corazón de los demás, nunca morirá” por eso para mí hay muertos que gozan de buena salud y me acompañan y cuando me visitan hay alegría en la casa. Me gusta mucho el concepto de “esplín”, bien utilizado por la pluma de Horacio Ferrer. “Moriré en Buenos Aires, será de madrugada, guardaré mansamente las cosas de vivir, mi pequeña poesía de adioses y de balas, mi tabaco, mi tango, mi puñado de esplín”.

No es curioso que para acercarnos a la muerte tengamos que recurrir a la poesía. Pero me gustaría definir que dice Horacio cuando dice mi puñado de esplín. Esplín es la melancolía que produce hastío o tedio de todo. Muero y guardo mansamente mi tedio, mi hastío. La melancolía, contiene tedio y hastío más que tristeza.

Hay quizás otras palabras que hablan de la melancolía como nostalgia, que habla del resto de la tristeza que uno arrastra luego de la muerte.

Hay una palabra que al argento le falta y que el brasilero si tiene, seguramente porque son dueños de la alegría, esa palabra es saudade, que no solamente alude a la tristeza de la perdida, sino a la alegría del recuerdo.

En 1917, Freud publica “Duelo y Melancolía” un texto que es posterior a “Introducción al Narcisismo” (1914) y su continuación de sus estudios y textos metapsicológicos. Claramente plantea allí que hay al menos tres formas de afrontar “la perdida”. Una salida Maníaca, basada simplemente en la renegación del fenómeno de la perdida, por lo tanto encontraremos personas que solo niegan la realidad, tomando así una posición psicótica de desmentida de los hechos, por ejemplo hay quienes postulan que la tierra es plana, y que el virus no existe.

Una salida Melancólica, que también implica una perdida en el contacto con la realidad, con posiciones absolutamente negativas, sin posibilidad de vislumbrar un futuro diferente, pensando esto solo pasa en la desgracia personal, esto pasa por tener este país tan enfermo, esto pasa porque somos la resaca del universo, tenemos problemas políticos insalvable, tenemos problemas económicos peores que los del resto del mundo, la pandemia es un invento argentino, mejor que nos agarre el virus de una vez y la muerte sea lo más rápida posible. Acá no hay futuro, este país no tiene futuro, no tenemos futuro. Nada se desea más que morir. Así sería la salida melancólica.

Luego existe la salida del duelo, la forma más sana de afrontar la perdida y de enfrentar la muerte.

Pensemos en todo caso tratando de vislumbrar un futuro posible aunque nada excepcional. Pienso, como le hago pensar a los pacientes. Hemos superado tantas, hemos atravesado tantas pérdidas, tantos desastres económicos, tantos desajustes sociales, tantas mentiras de parte del poder establecido, del establishment y acá seguimos dando la batalla diaria. Trabajando, pensando en el futuro de nuestros hijos, en la voluntad acérrima de los jóvenes que no se entregan, que estudian, que militan, que nos dan el ejemplo todos los días, con la solidaridad como bandera.

Tengo la suerte de estar en contacto con jóvenes, con mis hijos, con los amigos de mis hijos, con mis jóvenes compañeros de militancia, con los chicos del club, con jóvenes deportistas con los que me enaltece compartir, que más allá de sus equivocaciones me enseñan día a día que no se entregan aunque vengan las malas, merecidas o no tanto. Ser joven es pensar que es posible un mundo mejor.

Ellos y solo ellos representan para mí la verdad, una verdad llena de esperanza y futuro, aunque haya que luchar contra los malos de siempre. No somos nosotros, los adultos mayores los que podemos cambiar el mundo, no los que hemos fracasado en el intento. Podemos transmitir nuestra experiencia, mucho más la de la derrota que la del triunfo. Como diría algún buen entrenador, se aprende más de una derrota que de mil triunfos. El tema es tener el cuero suficiente para no negarla, es decir afrontar la perdida y pararnos más allá de ella con la experiencia de haberla tenido. La palabra resiliencia, no es del todo de mi agrado, creo en la elaboración del dolor y en la suficiencia del análisis y la acción posterior.

Hoy la derecha ha ganado la calle a pura negación, los que no pueden afrontar la derrota, (la de las urnas, por ejemplo), desmienten la realidad. Mientras tanto nosotros los que tratamos de no negar debemos aprender del error. Analizar el error, cambiar los jugadores que no están a la altura de las circunstancias, si fuera necesario.

Creo que es necesario una vez más generar un trasvasamiento generacional, de esto se ha hablado siempre en la buena política. Nosotros, nuestra generación, deberíamos pasar a cuarteles de invierno y darle paso a las nuevas generaciones no contaminadas por nuestros desaciertos y nuestros narcisismos, en todo caso sumarnos a la cola de los que pueden cambiar lo que nosotros no pudimos. Si no, los psicóticos de la derecha terraplanista y nazi, los hipócritas chicos ricos como Macri, detrás de un capricho que no le permite aceptar que fue derrotado en las urnas.

Los manipuladores y agoreros de golpes institucionales como Duhalde, siguieran haciendo de las suyas. Recordemos que los que saldrán a defender la democracia son los jóvenes militantes preclaros, como ha sido en todos los tiempos. Los que pondrán en cuerpo en las barricadas serán ellos.

No es la melancolía, no es el esplín, ni la saudade, ni la desmentida, ni el negacionismo, ni ignorancia el camino.

Vuelvo a la primera historia, un joven encerrado pinta su aldea y gana un lugar en una exposición de arte, cambia el mundo del encierro y en todo caso deja la vida en el intento. La historia argentina tiene tantos de esos, desde Felipe Vallese, pasando por Luis Pujals, Kosteky, Santillán, Mariano Ferreira, Maldonado y tantos que no podría enumerarlos que dieron la vida con la intención de cambiar una realidad que nos ahoga. Alguna vez renunciemos a ser guías y seamos guiados por la solidaridad de los que la poseen y la derraman sin miramientos. Como cantan los pibes y ya no importa de qué partido: “A pesar de las bombas, de los fusilamientos, de los compañeros muertos, de los desaparecidos, no nos han vencido”.