El marxista que le habla al presente

Carlos Riedel7 febrero, 2017

Por Néstor Kohan (Revista Ñ)... Una reciente edición de Antonio Gramsci ilumina su formación intelectual y cultural.

Con la explosión de la comunicación y las nuevas tecnologías ¿el marxismo se puso viejo? ¿El socialismo se transformó en una momia de museo? Los partidarios del capitalismo no dudan: decretan la muerte de Marx, curioso cadáver que es enterrado periódicamente, como los zombies y vampiros de la TV.

Los críticos, en cambio, responden de otra manera. El marxismo sigue vivo por dos razones. En El Capital, Karl Marx vaticinó la crisis que desde 2008 no deja de profundizarse, y que constituye una realidad difícil de soslayar. El italiano Antonio Gramsci, por su parte, señaló que las nuevas batallas se darán en el campo cultural, en las conciencias y en las nuevas subjetividades. Otro diagnóstico provocador.

Si en 2017 se cumplen 150 años de El Capital de Marx, también se recuerdan los 80 años de la muerte de Gramsci, quien vivió su última década prisionero en las cárceles de Mussolini. Para conmemorar este aniversario, que se cumple el 27 de abril, Editorial Gorla acaba de completar la publicación de tres tomos de su obra de la juventud.

Tomando como base la edición italiana de las crónicas turinesas, la ambiciosa edición de Gorla incluye tres volúmenes que abarcan el período 1914-1918: Crónicas de Turín, La Ciudad Futura y Il Nostro Marx. Allí reflexiona y escribe un Gramsci periodista, anterior al “joven Gramsci”, tal como habitualmente se conoce al pensador marxista y dirigente comunista antes de caer en prisión.

Las ediciones de Gramsci poseen una larga historia, y básicamente las ha habido de dos tipos. Una temática, que (re) ordenó los escritos de sus Cuadernos de la cárcel en seis libros-volúmenes y cuyo principal impulsor fue el jefe comunista Palmiro Togliatti. Un cuarto de siglo después, la segunda edición de Gramsci fue cronológica y más fiel al espíritu original de su escritura. Estuvo a cargo del filósofo Valentino Gerratana.

A nivel mundial, además de Italia, el primer país del mundo donde se publicó y editó su obra fue Argentina. Su principal impulsor fue, sin duda, el comunista Héctor Pablo Agosti. Las polémicas, aún vigentes, giran en torno de sus discípulos José Aricó, autor de La cola del diablo. Itinerario de Gramsci en América latina, y Juan Carlos Portantiero, autor de Los usos de Gramsci.

Ambos fueron amplios conocedores de la obra del italiano, pero mientras lo difundían elaboraban sendas autolegitimaciones políticas, hoy cuestionadas. Aunque la “historia oficial” del gramscismo los ubica en el centro, inexplicablemente quedan afuera muchos otros especialistas latinoamericanos, como el brasilero Carlos Nelson Coutinho o la griega-mexicana Dora Kanoussi, quien publicó la edición más completa de los Cuadernos de la cárcel en su versión crítica. Aricó y Portantiero no hacen mención de ellos, y sus discípulos académicos tampoco.

La edición de Gorla no se aferra a la polémica, pero implícitamente toma partido, tanto en los textos de su introductor Antonino Infranca como en los de su rigurosa traductora Patricia Dip. Sin desconocer ni a Aricó ni a Portantiero, Infranca y Dip destacan el vínculo indisoluble entre Gramsci y Lenin, el líder de la revolución bolchevique de octubre de 1917, tesis que Aricó y Portantiero, en su madurez alfonsinista, se ocuparon o trataron de desdibujar.

El Gramsci consejista

​Tradicionalmente se ha dividido la producción de Gramsci en dos: antes y durante la cárcel. Allí coinciden sus numerosas biografías, incluyendo la mejor de todas: Vida de Antonio Gramsci de Giuseppe Fiori, publicada por primera vez en 1966.

El período anterior a la cárcel, en el que se lo conoce como “el joven Gramsci”, es el que lo define como un dirigente activo, primero del Partido Socialista, luego del naciente Partido Comunista, y cuadro clandestino de la Internacional Comunista. Como militante, tiene vida legal y oculta. De ese período fundacional –de 1918 a 1926–, un hecho fundamental lo marca a fuego: “el bienio rojo”, signado por el auge de los consejos obreros en la fábrica FIAT y otras empresas del norte italiano (Turín, Milán y Génova). Gramsci es el gran teórico de esos consejos, a los que impulsa y alienta a tomar las fábricas (incluyendo su llamado a formar organizaciones clandestinas político-militares) y dirigir la producción. El periódico emblemático del período es L’Ordine Nuovo (El Orden Nuevo), que recibe el apoyo explícito de Lenin desde la Rusia bolchevique. Por eso la historiografía ha definido dicho período juvenil gramsciano como “consejista”.

El Gramsci de los Cuadernos

Una vez que cae en prisión, a fines de 1926, redacta 33 cuadernos que pasarán a la historia como su gran obra, los Cuadernos de la cárcel, hoy estudiados en todas las universidades del mundo tanto en su versión temática como en su edición crítica. Se trata del Gramsci maduro que, amargado por las divisiones bolcheviques en Rusia, reflexiona sobre las razones de la derrota del proletariado italiano. Su conclusión identifica la incapacidad de resolver “la cuestión meridional” (el sur de Italia, industrialmente atrasado, campesino, católico, dominado por el Vaticano y la Mafia) y el hecho de no haber podido construir –de ahí emerge su categoría más célebre– la “hegemonía”. Una alianza irresuelta entre la clase obrera del norte, urbana, moderna, industrial, de las grandes empresas donde operaba el naciente Partido Comunista y el campesinado rebelde del sur, muchas veces bandolero y de notable influencia, tanto católica como anarquista. El proletariado no pudo construir una dirección política y moral sobre el campesinado, su aliado natural. Ganaron los patrones. Agnelli, dueño de la FIAT y Mussolini, jefe del fascismo.

Los Cuadernos abarcan cerca de 3.000 páginas dispersas y fragmentarias, escritas bajo vigilancia fascista. Esa dispersión ha dificultado encontrar su hilo rojo, que reside principalmente, en una reflexión sobre el poder y la política como relaciones de fuerza entre las clases sociales –tesis que se adelanta cuarenta años a la que volviera famoso a Michel Foucault–, así como las dificultades de la revolución, la cultura y la hegemonía, entre muchos otros temas.

El más joven de todos

La reciente publicación de Crónicas de Turín, La Ciudad Futura y Il Nostro Marx ilumina una zona de la producción escrita de Antonio Gramsci que ha permanecido invisibilizada: la del joven periodista, aun más joven que “el joven Gramsci” que dirigió el periódico L’Ordine Nuovo a partir de 1919.

Los tres volúmenes de Editorial Gorla brindan pistas para reconstruir las fuentes poco conocidas de su formación, la gestación de su carácter intelectual y las preocupaciones de su futuro pensamiento político radical y heterodoxo. Incluyen textos célebres y definitorios, como “La revolución contra El Capital”, donde Gramsci celebra a Lenin y a los bolcheviques contrariando a todas las autoridades marxistas de su época, centradas en el “marxismo ortodoxo”, brutalmente determinista. También sus burlas recurrentes contra Aquiles Loria, quien confundía a Marx con un “vulgar” economicista. Y escritos notables de la revista La ciudad futura, donde Gramsci pone el eje en la disputa cultural contra la burguesía; una tesis que hoy en día han reactualizado intelectuales de renombre internacional como el estadounidense Fredric Jameson o el inglés Terry Eagleton.

En los tres tomos aparece la enorme variedad de sus intereses culturales y objetos de reflexión política y teórica, que van delineando su horizonte de pensamiento. La mayoría de los textos reunidos son cortos y breves, como los de José Carlos Mariátegui en el Perú o los de Deodoro Roca en Argentina. En todos estos casos, a ambos lados del Atlántico, la brevedad de la escritura y la amplitud de intereses recorridos enriquecen al marxismo y le permiten dialogar críticamente con lo más avanzado de la cultura contemporánea.