Adolescentes y jóvenes... Necesidad de pertenecer y participar por Guillermo Rivelis

Carlos Riedel5 febrero, 2021

Hace cuarenta años, se consideraban etapas de la adolescencia, la pubertad (entre los 11 y 14 años, caracterizada por importantes cambios a nivel corporal), la mediana adolescencia (entre los 14 y los 18 años, caracterizada por crisis e importantes modificaciones en el plano psicológico) y el fin de la adolescencia ( entre los 18 y los 21 años, época marcada por la necesidad de asumir nuevos roles).

Hoy, se considera que el "fin de la adolescencia" se ha prolongado como consecuencia de diversos factores sociales, entre ellos, la cuestiones económicas, las dificultades para la inserción laboral con la consiguiente prolongación de una situación de dependencia económica respecto de los padres. Esto último, tiene muchas formas de ser vivido porque no necesariamente padres cuyos hijos los necesitan en lo económico tienen que hacer de eso un motivo para impedir autonomía de decisiones en ellos.

Para soslayar de algún modo está clasificación de fases por edades, me referiré a adolescentes y jóvenes, dado que lo que intentaré plantear abarca un amplio espectro de edades.

En sus hermosas clases de posgrado Octavio Fernández Miujan planteaba (año 1979, en lo que a mí respecta) que los adolescentes (y jóvenes agrego dado lo dicho anteriormente) tienen necesidad de pertenecer y participar. Y que si en los lugares "oficiales", legales y legítimos (por ejemplo, la escuela) no se les brinda sensación de pertenencia y posibilidad de participación muy probablemente "emigren" a grupos excéntricos e incluso de cierta o total marginalidad que los estarán esperando con los brazos abiertos para "sumarlos" y transmitirles falsa o erróneamente esa sensación de pertenencia y esa posibilidad de participación.

Cuando menciono grupos "excéntricos" no hago referencia a grupos (de los que hay muchos) con propuestas creativas, distintas, innovadoras, que pueden no ser fácilmente aceptados por la sociedad que se maneja con pautas rígidas de "normalidad", sino a grupos que hacen de la excentricidad un fin en sí mismo sin propuestas que intenten ser "superadoras" de esa rigidez "normativa - normalizadora".

En "La identidad y lo mítico" (Ediciones Kargieman, Buenos Aires, 1979), Octavio Fernández Miujan escribe: "La sed de absoluto que tan frecuentemente observamos en adolescentes y jóvenes, puede ser 'carne de cañón' para falsos profetas sociales o nihilistas desvitalizadores, devastadores de la paz, al convertirse ese "vacío interior" en resentimiento y desesperación. De lo contrario, la sed de absoluto es promotora de auténtica vida social sin falsos y cobardes conformismos" (p.43).

Podemos claramente observar un ejemplo de la primera (y lamentable situación) en las agrupaciones agresivas, en las "fiestas clandestinas" en pandemia, en las actitudes desafiantes sin propuestas. Y un ejemplo de la segunda situación en la lucha del colectivo de mujeres por la igualdad de derechos, por el derecho a decidir, por el fin del patriarcado, por "ni una menos".

Mujeres como Alicia Moreau, incansable luchadora por los derechos de la mujer trabajadora (participó de una marcha pocos días antes de morir a los cien años), como Julieta Lanteri, primera mujer que reivindicó su derecho y votó en 1911, fundadora del Partido Feminista Nacional, como Eva Duarte, lúcida promotora del voto femenino, como Florentina Gómez Miranda, varias veces legisladora por la Unión Cívica Radical, abrieron caminos.

Deberíamos preguntarnos muy seriamente, para hacer algo no sólo por interés académico o curiosidad, cuál y cómo es la falta de sensación de pertenencia y posibilidad de participación que transmiten las instituciones en general y las instituciones educativas en particular como para que tantos, tantos, adolescentes y jóvenes estén ilusoriamente buscando llenar ese vacío con pertenencias y participaciones que confunden la agrupación en masa con un proyecto común, poniéndose en riesgo y poniendo en riesgo a otros. Se discute la iniciación de las clases presenciales. Ellos, adolescentes y jóvenes (también niños), protagonistas del hecho educativo sólo pueden escuchar (y confundirse).

Se habla y escribe acerca "de" ellos, pero rara vez se habla "con" ellos acerca "de" ellos y de otras cuestiones.

La sensación de ajenidad se apodera de las personas cuando observan que muy pocas otras, movidas por intereses no siempre nítidos y mediante acuerdos no claramente conocidos o enfrentamientos violentos, toman decisiones por todos.

Adolescentes y jóvenes, muy frecuentemente, suelen refugiarse y escapar a situaciones en la cuales se promueve que estén mentalmente excitados, vendiendo falsamente tal excitación como "alegría", y pasan inadvertidamente a ser "clientes" de quienes no siendo, habitualmente, adolescentes o jóvenes, sacan rédito vil de la confusión y crisis de una época de la vida y de la ineficacia o desinterés de las instituciones que deberían albergarlos, escucharlos y favorecer la verdadera pertenencia y la participación.