Los gusanos también lloran…

Carlos Riedel2 mayo, 2020

Por Adriana Musumeci

Después de la breve transición Camporista, del predominio de la Tendencia Revolucionaria, del lanzamiento del Pacto Social y de una incipiente apertura cultural, a partir de la asunción de Perón y su esposa el 12 de octubre, los conflictos internos asolaron al peronismo y se trasladaron a la sociedad toda.

Perón y los suyos arremetían de manera cada vez más violenta no solo contra las organizaciones armadas, sino contra todo lo que identificaban como “los infiltrados”, “la izquierda” o tuviera olor a marxista.

A partir del confuso crimen político de Rucci, el Presidente, su vieja CGT y los remozados aparatos partidarios no perdieron tiempo en responsabilizar a Montoneros y terminar con todo vestigio de la Tendencia en el poder.

En aquel diciembre del 73, el “camino hacia la liberación” y el “proyecto revolucionario” se ensombrecían.

La tripe A daba sus primeros pasos.

Las caras sepias de Perón, “Isabelita”, López Rega, Calabró, Osinde; el apoyo a la curia y sus fuerzas de choque, y el rápido acople con Pinochet, socavaban el espíritu de los jóvenes trabajadores y estudiantes que habían comprometido sus vidas para repatriar al líder.

El gobernador Bidegain y La Tendencia pendían de un hilo.

Después del viaje a Ostende, Rosario fue a vivir a la casa del Negro.

La vida con el Negro era fácil, intima, familiar.

Ocupaban una piecita, separada del resto de la casa por un patio de baldosas amarillas.

“El cuartito” lo llamaban. Una cama de una plaza, un lugar para la ropa, una biblioteca.

Lo llenaban los sonidos de sus cuerpos, sus voces mínimas, sus respiraciones compartidas.

Juntos leían a Gelman, adoptaban su “hemos comido / hemos bebido / hemos hecho el amor como es debido”; y descubrían a León Felipe, al horizonte de Rosa Luxemburgo y a la Larga Marcha de Mao.

Rosario sentía que el Negro la cuidada. Día tras día le fue confiando los detalles más íntimos de su vida y de sus sueños.

A pesar que sus pensamientos y decisiones se movían en direcciones arbitrarias, o se extraviaban y caían en su conciencia sin que ella pudiese hacer nada, el Negro no dejaba de acompañarla.

Saberse mirada y escuchada, la tranquilizaba.

La más de las veces los esfuerzos del Negro para evitar que las furias o enojos de Rosario no la dejaran expuesta eran infructuosos.

Se levantaban temprano y se dedicaban a leer y a preparar materiales para la acción política que desarrollaban.

A media mañana, la tía Rosa les cebaba mate, ese mate cordobés con agua casi hirviendo, que requería constantes cambios de yerba. Y les preparaba rodajas de pan con tomate, albahaca y un chorrito de aceite, de sabor a un cariño que el Negro sabia apreciar.

A la tarde se sentaban en el patio amarillo, compartido placenteramente por la familia, sus perros y un cardenal que Rosa remojaba en la pileta los días del calor.

Rosario recuerda la imagen del Negro bajo el sol, con el torso desnudo y descalzo, sin hacer nada. Le parecía extraordinaria la capacidad de ocio que el Negro tenía y conservó.

Cada noche volvían a reunirse todos, en una mesa familiar bulliciosa, franca, de episodios irrepetibles.

Así la vida continuaba bondadosa hacia otro día de desazones o alegrías.

La militancia era inseparable de esas vidas sencillas.

- ¿Qué fue lo primero que leíste de Marx? - Le pregunto Rosario al Negro

- Trabajo Asalariado y Capital, un librito de pocas páginas, como un cuadernito, que encontré en una feria de la Plaza Lavalle…

- ¿Por qué te llamó la atención ese libro?

- Por una frase que me pareció muy bella: “Si el gusano de seda hilase para ganase el sustento como oruga, sería un auténtico obrero asalariado”.

Rosario, lo miró en silencio.

Los silencios de Rosario –el Negro ya lo sabía-, eran un presagio.

- No es bella, Negro. Es dolorosa…

Al día siguiente el Negro encontró sobre su almohada una poesía que Rosario le había dejado:

-Opinión de un gusano-

El gusano va de visita
Come pan y estudia,
El gusano reluce y opina,
Construye futuros,
Estandartes y victorias.
El gusano repta en mieles y perfumes
Traga su baba y engorda.
El mundo se detiene
y escucha su música.
Pero, vuelve a su casa:
Estiércol y espejos,
Todo se mueve, todo se esfuma,
Se invaginan sus miedos
Entonces, el gusano repta y llora
y llora y llora…
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