Lo importante es la organización…(Casi un cuento…)

Carlos Riedel20 junio, 2020

Por Adriana Musumeci...

El viejo hablaba sin apuro, como sin querer convencer a quien lo oyera.

-Después de las gloriosas batallas de la independencia, de los combates para expulsar a los invasores, después de juntar palabra más palabra para unirnos en idea de una Patria y abrazar nuestra bandera- llegaría Caseros… Una gran derrota. Y nada sería igual para los que ya estaban…

- ¿Quiénes estaban?

- Eran muchos. Hombres y mujeres, niños, jóvenes y viejos… Wichis y qom, mocovies y charrúas, guaraníes o querandíes, mapuches, pampas o ranqueles. Qué se yo cuantos más. De musicales lenguas, escondidos en los montes o recorriendo las pampas. Los que –sin que nunca lo supieran- fueron llamaron “indios” por los invasores.

- ¿Y, compadre…?

- Ahora parecía que molestaban cada vez más. Y que el gauchaje también molestaba….

- ¡Es cierto, che! ¡Lo mismo me decía mi madre!

- Por entonces ya se sabía que en la ciudad del puerto se construían vastos edificios, con cúpulas y balcones de arquitectura magistral. Es más, hasta llegaban rumores que esas obras palaciegas se hacían con las riquezas que se acumulaban sacando las tierras a los que estaban, y haciendo suyos los bosques y los ríos, y hasta la nieve, y los pájaros y ñandúes y venados que no tenían dueños...

- ¡Mire Usted! Las cosas que uno no sabe…Pero… ¿y qué pasó después?

- Esos edificios de la ciudad del puerto se fueron agrandando y llenando de hombres, muchos para mi gusto. Y esos hombres, cada vez más numerosos, nos fueron convenciendo… ¡que nosotros los necesitábamos!... “¡Nosotros podemos organizar “la cosa”! Repetido y repetido, una y otra vez…

- ¡Eso lo escuche, Don! ¡Tal cual!

- Así nos convencieron que ellos eran necesarios, que tenían “Un Sistema” para que la prosperidad nunca nos abandonase. Los llamaban “políticos”… Teníamos que confiar en ellos, nos dijeron. En fin… En ellos y en “El Sistema”… Lo repetían a más no cansar: ¡”Lo importante es la organización”!

- ¿Y…?

- Y un día uno de esos hombres, Barsotti, volvió de la ciudad del puerto y sus edificios a Tapalquè.

- ¡Dele!... ¡me está poniendo nervioso, che!

- Escuche, si usted quiere, lo que le voy a contar…

Barsotti, el político de Tapalquè, caminaba, apurado por el viento y la polvareda, desde la casa paterna, ahora tan remodelada, hacia el bar de su juventud, que daba justo a la inmensidad.

Necesitaba como antaño, una ginebra.

En el camino se encontró con Montenegro, Fernando Montenegro, uno que había enamorado a cuantas pibas quiso en Tapalquè (y en algunos pueblos cercanos).

Hombre de a caballo, Fernando Montenegro prometía. Era inteligente y trabajador, pero se había quedado…

Ahora parecía como diez años más viejo que Barsotti. Tanto que este casi no lo reconoció (o se quiso hacer el sota).

Iba emponchado Montenegro, apenas se le veían los ojos entre los trapos y el sombrero, cuando lo saludó Barsotti

- ¿Qué haces Montenegro?

- Nada, me duele la muela, che – le contesto Montenegro como si lo hubiese visto ayer- ¿No ves como estoy? -Y se corrió un poco el poncho para dejar ver la cara hinchada.

El otro, sin cambiar el tono de voz, casi le ordenó:

- ¡Déjate de joder Montenegro! Andate a lo de Don Gregorio, decìle que vas de parte mía. Que te acomode esa facha de desgraciado. Que después arreglamos…
Montenegro dio la vuelta encarando para lo del dentista, sin sentirse necesitado de dar las gracias, y sin presentir el albur de su muela…

Tal cual como le indicara Barsotti, Don Gregorio cumplió con sacarle la muela podrida a Montenegro.

- No te preocupes, pibe, Barsotti paga. – lo tranquilizó.

Al día siguiente Barsotti pasó por lo de Don Gregorio.

Hablaron del viento y la tierra, de la gran vida que se podía llevar en la Ciudad del Puerto, y otras cuestiones superfluas, hasta que Barsotti sacó la billetera y preguntó con orgullo disimulado…

- ¿Cuánto es lo de Montenegro?

- Nada –contestó rápido Don Gregorio - ¿Qué le voy a cobrar?

Había algo de melifluo o adulón en la voz del viejo dentista… y Barsotti lo pescó en el aire.

Detuvo en seco el movimiento de sacar los billetes y miró al viejo como interrogándolo…

Don Gregorio se animó:
- Sabe usted doctor… (Barsotti no era doctor en nada, pero jamás desmentía el titulo que le otorgaban gratuitamente) - Tengo un hijo allá en la ciudad, en el Puerto. Está estudiando abogacía…

- ¿Y… don Gregorio?

- Quiero que salga de este terral… que se inicie... Pero ¿vio?... es difícil. Ya está por terminar… es un buen muchacho… gente de confianza.

Barsotti sacó ceremoniosamente una tarjeta y se la extendió al viejo dentista, que se restregaba las manos.

- Hágasela llegar a su hijo… Dígale que me vea. Que pregunte por mí. Ya sabe donde…

Barsotti le estrechó la mano a Don Gregorio y –con la satisfacción del favor político cumplido- se encaminó al boliche a tomar una buena ginebra.

- Algunos exageran en el pueblo. Habladurías… dicen que la muela del pobre Montenegro fue el principio de todo.

- ¿El principio de qué?

- Cosas del pueblo, nomás... Dicen que aquel primer favor político que Barsotti le hizo a Don Gregorio, fue creciendo, multiplicándose sin control… y de un modesto favor político y se convirtió casi en una nueva industria incontenible…

- ¿Una industria? ¿Y que producía esa industria?

- Si, una industria, que producía… ¡favores! Favores y más favores que fueron llenando los grandes edificios que construyeron los que mandan en la ciudad del puerto. Y cuentan que, con los favores, los edificios se fueron llenando día tras día con más y más políticos y amigos de los políticos y compinches de los políticos.

- ¡A la mierda, Don!

- Y que los que querían poner una fábrica o labrar un campo o trabajar de cualquier cosa, tenían que pasar por esos edificios llenos de políticos y de favores… que ellos lo llamaban “El Sistema”…

- Le digo la verdad. Ahora que estoy entendiendo… ya no me gusta nada, che.

- Y que los nuevos políticos, que llegaban humildes salían fastuosamente emperifollados. Y también sus hijos, sobrinos y cuñados y parientes lejanos, los cuales seguían llenando oficinas y pasillos…

- Me estoy dando cuenta, carajo… Vamos mal, compadre…

- Y que todos pasaban por allí: campesinos, ingenieros, militares, curas, artistas, panaderos, carniceros, artesanos… Grandes y chicos, poderosos y débiles, argentinos y extranjeros… todos pidiendo favores, que –de tantos- ya eran como montañas de favores…

- Ahora me estoy dando cuenta. ¿Ese es “El Sistema”, che? ¡La puta madre!

- Claro joven. Pero no se conformaron. Los políticos necesitaron transformarse en perpetuos… ¿Y sabe como lo lograron?

- No, Don… ¿Cómo lo lograron?

- Se dieron cuenta que “El Sistema”, además de los políticos y los favores… ¡necesitaba muchas más personas que necesitaran esos “favores”!

- Pero carajo… ¿Y… que hicieron?

- Abrieron algo así como una nueva línea de producción. ¡Empezaron a fabricar pobres! La fabricación de pobres fue un éxito rotundo, admirable. Nunca cayó la producción de pobres, fue desde entonces la industria más productiva del país. No fallaba.

- ¡La puta que los parió! ¡Tiene razón, compadre!

- Así fue que los pobres comenzaron a formar una larga cadena de endeudados de favores, que terminaban sosteniendo siempre a los mismos políticos, a los que les prestaban favores… con la esperanza de zafar… ¡con nuevos favores!

- Pero lo que no termino de entender es… ¿como los pobres, los obreros y los desposeídos mantenían a esta caterva de hijos de puta y no los sacaban a patadas en el culo de sus fastuosos edificios, o los tiraban por los balcones? Hubieran terminado con dos pájaros de un tiro: con los favores… ¡y con los políticos!

- No es tan fácil, hombre. No son ningunos caídos del catre los políticos. ¿Sabe que hicieron? ¡Violaron el cuarto oscuro!

- ¿Cómo que lo violaron? ¿Qué me está diciendo? ¿A quién violaron en un cuarto oscuro?

- ¡No, hombre! ¡No sea pelotudo! Le dicen “cuarto oscuro” al lugar donde se va a votar, a decidir en secreto quien de los políticos nos va a seguir mandando. Lo que le estoy diciendo es que los políticos se encargaron de prostituir el cuarto oscuro, de violarlo y corromperlo, y este lugar insigne de la democracia empezó a fallar, y fallar… ¡y no hubo forma de arreglarlo!

- Ahora entendí bien, carajo. Por eso estamos como estamos. Votamos a uno y no a otro… ¡para no quedarnos sin favores!

- ¡Al fin entendió! Los pobres votan esperando que los políticos le cumplan “la promesa”! ¡Los pobres se aferran a la esperanza, al favor prometido! ¿Entiende o no entiende?

- Si, si… ya lo entiendo… ¡Clarito! Al final los pobres somos los que mantenemos “los favores”, “el sistema político” y el “sistema económico” y “la fábrica de pobres”!

- Por fin entiende, hombre – Respondió algo fastidiado el anciano.

- Pero lo que no entiendo es… ¿Por qué carajo lo hacemos? ¿Por qué seguimos votando favores y promesas?

- Mire amigo… ¿Nunca oyó hablar del “Sistema Educativo”? Bueno… ahí se cocina lo que se debe saber y no saber… Nada está librado al azar. Como ellos dicen: “lo importante es la organización”… ¡Pero esa es otra historia…! Se la debo…

- La verdad… ¡me dejó helado Don! ¡Mire usted donde terminó la muela podrida del pobre Montenegro!

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