El último verano del general (Crónicas de una derrota)

Carlos Riedel9 mayo, 2020

Por Adriana Musumeci... Los artificios de las Formaciones Especiales y la Tendencia y las amenazas del ERP para que el viejo líder torciera el rumbo hacia “el clasismo” del Cordobazo y la “patria socialista”, chocaban contra las propias convicciones de Perón y sus viejos aparatos. Y enturbiaba las actividades políticas y culturales de las genuinas organizaciones obreras. La masa obrera –expectante- seguía confiando en su líder.

Rosario interrogaba al Negro sobre el peronismo que él conoció.

- R. ¿Cómo era la vida de la gente en ese momento, Negro?

- N. Tengo una visión muy diáfana de esos años. Creo que hasta el 51 o 52 viví adentro de un pueblo alegre, musical, de mucho rejunte familiar, vino tinto, discusiones… Algunas palabras me sonaban bien: “justicia social”, “Soberanía Nacional”, “oligarcas”. Otras no: “descamisados”, “cabecitas negras”… no me gustaban, en mi casa no se usaban… Después del ’52 se empezó a pudrir todo: la quema de la Iglesias, el bombardeo a Plaza de Mayo, la censura… Empecé a ver algo que no conocía: el Odio.

- R. Tenías… ocho o nueve años. Pero… ¿Tenès algún recuerdo más personal, algo tuyo, que hayas registrado de ese momento?

- N. Todos los recuerdos Rosario. A Perón no lo quería, tal vez por alguna influencia de mi viejo y sus compañeros de la Unión Ferroviaria. Pero si la quería a Evita. Me había regalado un ajedrez de madera y una pelota. No me gustaba que sufriera. Me puse muy triste cuando murió y vi llorar a mi vieja. Mucha tristeza…Pero hay cosas muy difíciles de entender desde la realidad actual. Te cuento una. Mi tía Matilde, por ejemplo, era planchadora del lavadero militar de la Isla Santiago. El último orejón del tarro. Pero cada vez que cobraba íbamos a la Confitería el Cabildo a tomar chocolate con churros o masas. Pero no iba uno solo. Íbamos todos: mi mama, mi tía Negra y mis dos hermanas. Estaba en 7 y 54. El Cabildo tenía un escenario bajito donde tocaban orquestas de tango. Buenos músicos y cantores… En fin… hoy ni podrías entrar a un lugar así. O los paseos al “Parque Pereyra”… En el ’48 Perón le expropió la estancia a los Pereyra Iraola y la bautizó “Parque de los Derechos de la Ancianidad”... Cabalgatas, botes, juegos, el casco de la estancia. Mis tías me decían: “esto era de los oligarcas y ahora es nuestro”. Todos los años nos íbamos de vacaciones, a Mendoza, Córdoba, Tandil… Compramos la casa de 137…

- R. ¿Y con tú viejo?

- N. Con mi viejo y mi tío Esteban nos tomábamos el tranvía 25 a Berisso. El 25 era un servicio municipal, era una línea de tranvías de Estado. Llegábamos hasta la calle Montevideo: una romería laica, trabajadores, familias, carros, tranvías, colectivos y el Sportman. El Sportman era un bar, parada inevitable para la ginebra o la caña de mi viejo. Se juntaban marineros, obreros de los frigoríficos e inmigrantes polacos, griegos. Las calles abigarradas y ahí nomas los frigoríficos y el puerto… Mi viejo conocía a Reyes, a Cipriano, el que armó la movida del 17 de octubre. No nos perdíamos las botaduras de nuevos buques, ni los viajes en tranvía hasta Palo Blanco, a pescar... Eso es algo que no puedo olvidar… siempre en caravana familiar, juntos.

- R. Pero... ¿qué problemas veías, o percibías?

- N. En ese momento muy pocos, Rosario. Ya más grande entendí las diferencias entre Mercante y Perón, el extraordinario desarrollo estratégico de la Nación, la represión ferroviaria, por qué nos hicieron una cruz con pintura roja en la puerta de la calle 13, o las puteadas de mi viejo contra el IAPI y contra la destrucción de la industria ferroviaria y la fábrica de locomotoras Fadel, los negociados y la corrupción. Y la censura total. Y me di cuente de la mierda sindical que montó Perón para controlar la rebeldía obrera. Pero en ese momento la crítica era casi irrelevante. Solo valía lo que vivíamos, día tras día…Fue lo que me quedó a mí y a los demás.

- R. Yo hago hincapié en eso. Debió ser importante no solo tener derechos, sino disfrutarlos… ¡y después perderlos!. Eso explica la lealtad a Perón. La felicidad no se borra…

- N. Por supuesto. Después, caído Perón, la memoria de la felicidad perdida se transformó en un obstáculo para que los trabajadores. No fortalecieron sus propias fuerzas para buscar nuevas formas de progreso y bienestar. La memoria –parcializada y manipulada-, empezó a jugar en contra de los trabajadores, quedaron pendientes de retorno del líder, de sus órdenes, de sus delegados y sus aparatos. Usaron la rememoración al mango… los días lindos “son días peronistas”… Se petrificó el pasado...

- R. Por eso insisto Negro. Precisamos nuevas ideas, nuevos planes, nuevas organizaciones… Que los trabajadores solo dependan de ellos mismos, de sus prácticas democráticas. En este punto creo que nos tenemos que centrar, Negro. El desafío de la nueva militancia será romper ese hechizo ideológico, explicar por qué aquel bienestar y desarrollo social que se transformó en memoria de la felicidad perdida no va a retornar ni con Perón ni con el Pacto Social, ni con ningún mesías, porque las condiciones no son las mismas que las del ‘45.

- N. Me parece que ese es el eje. En los cuarenta las masas populares disfrutaron de un Estado rico, lleno de oro y de bienes que necesitaba el mundo de la postguerra, pero no percibieron como, junto con el desarrollo extraordinario de toda la nación, venía el sometimiento. Perón utilizaba gran parte de estos recursos para desmovilizar protestas, promover su imagen, montar su partido y su sindicalismo y consolidar su mandato. Los tesoros del Banco Central desaparecieron y hoy solo quedan Perón y sus aparatos, su partido y sus sindicatos… Y el pueblo quedó reducido a la rememoración de la felicidad perdida.

- R. ¿Esto es lo que vos decís que Lanusse puso blanco sobre negro?

- N. Si. Me parece que Lanusse entendió el juego. Hasta ese momento todo intento de desplazar al peronismo chocaba con la memoria de los años cuarenta, la vida de un pueblo postergado y humillado que salía de una década infame de oligarcas y vendepatrias y empieza a vivir…

- R. ¡Allí aparece el Gran Acuerdo Nacional de Lanusse!

- N. Claro. Lanusse entendió como resolver la jugada. Con el Gran Acuerdo Nacional en lugar de negarle el regreso a Perón y mantenerlo en la idolatría, lo enfrentó con su pasado. Y –de paso- frenó un poco a las formaciones especiales: “Ustedes quieren a Perón? Bueno: ¡Ahí lo tienen!”. ¿Vos te acordàs lo que me dijiste del Frejuli cuando yo te conocí?

- R. Si. Te dije que el Frejuli no iba a andar, que ese frente era un ovillo de serpientes.

- N. Bueno Rosario. Acá está el ovillo. En este momento estamos viendo cómo los que creyeron que con Perón venían “la liberación” y “la patria socialista”… están desatando el paquete. Cuando terminen se van a dar cuenta que Perón va ahora hacia la derecha… ¡porque siempre fue hacia la derecha! ¡Él la organizó!

- R. Y –además- va a pasar que las bases que antes los apoyaban para traer a Perón ahora no les van a dar bola, porque se siguen aferrando a aquella felicidad perdida y de quien les abrió las puertas del paraíso.

- N. Y algo peor: si no se organizan desde abajo, cuando este Mesías muera o no les cumpla… van a buscar otro Mesías. Y los Mesías más fáciles de encontrar son los de la derecha

- R. Negro, creo que estamos nadando en aguas demasiado borrascosas. Los trabajadores van a necesitar mucho tiempo para comprender que el peronismo no les sirve más y que tienen que buscar otros caminos. Pero si queremos ayudar a esas trasformaciones, nosotros también vamos a tener que prepararnos mucho mejor. Así como estamos… ¡nosotros tampoco vamos a andar! No les servimos. Necesitamos tener una mejor militancia. No alcanza con el bombo, la consigna o la proclama revolucionaria…
(Rosario no cejaría en sus intentos de saber. Rosario sabía que no puede existir una revolución sin libros.)

Era de noche. La casa estaba silenciosa. La calle 137 también, sin el trajinar del tránsito.

Rosario no tenía miedo. Se sentía segura. No podía desconfiar de nada. Amaba apasionadamente a un hombre, trabajaba diariamente en la búsqueda de una sociedad mejor, la familia del Negro la cobijaba. Había roto todos los lastres de una vida dolorosa y tenía esperanzas. Se quedo dormida cuando casi amanecía.

Durante la noche del 19 de enero un grupo guerrillero asalta la guarnición de Azul.

De la confusa información surgen civiles rendidos-detenidos-desaparecidos, militares muertos, los asesinatos de un conscripto y de la esposa del comandante y el secuestro de un teniente coronel.

Esa sangrienta acción guerrillera –una desestabilización inconcebible contra un gobierno democrático que hacía cuatro meses había asumido- sepultó las últimas esperanzas de transformar pacíficamente a una sociedad recién salida de una dictadura militar.

El discurso del general, al día siguiente del ataque, no dejó dudas.

Perón anunció: “el Movimiento Nacional Justicialista movilizará sus efectivos contra los enemigos de la Patria”!

El mismo líder que en el ’71 le había escrito a Montoneros “Totalmente de acuerdo en cuanto afirman sobre la guerra revolucionaria”… ¡ahora –tres años después- llamaba a los civiles del Movimiento Justicialista al exterminio de “infiltrados” y “marxistas”!

Rosario, el Negro, Dios y Mary vieron juntos el discurso de Perón por la tele, a las 9 de la noche.

- ¡Esto se va a la mierda! – murmuró Dios.

No se equivocaba.

Durante aquel verano del ’74, la vida se convirtió en una moneda de escaso valor…

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