28 de Agosto de 1934... Cuando Campana fue la Ciudad Petardo

Carlos Riedel29 enero, 2023

“En casa estábamos acostumbrados a cenar temprano, entre las 8 y las 8 y media mi mamá ya tenía la polenta lista, los fideos o el churrasco. A mi papá a veces le rotaban los turnos, y por lo menos una vez por mes le tocaba trabajar de noche, se quedaba como 12 horas no era como ahora… y aquella semana justo le tocó de noche…”. Quien relata tiene 91 años. Se le llenan los ojos de lágrimas y fija la mirada en la pared como si estuviera viendo y reviviendo la pesadilla que vivió cuando tenía 11 años. “Esa noche comimos carne y huevo frito con pan”. Nadie recuerda lo que cenó una noche 80 años atrás, a no ser que esa noche haya cambiado su vida y lo haya marcado para siempre. “Nos acostábamos temprano, ese día mi papá estaba en la casa todavía cuando nos fuimos a acostar”. Terminaba un día más, y empezaba la madrugada del martes 28 de agosto de 1934, con 2 grados bajo cero. Esa temperatura pronto aumentaría. En pocos momentos todo el pueblo sería testigo de la conversión de Campana… en Ciudad Petardo.

Incendio Campana

En 1906 se había instalado en Campana la Compañía Nacional de Aceites. Se trataba de una mini-refinería, que producía principalmente kerosene. En 1911 esta compañía es adquirida por la Standard Oil, una multinacional estadounidense fundada a fines del siglo XIX, entre otros por un señor de apellido Rockefeller. Enseguida comenzó a construirse sobre el predio la primer refinería de petróleo de la Argentina: la Compañía Nacional de Petróleo (que luego se llamaría oficialmente Compañía Nativa de Petróleo, aunque los vecinos de Campana la seguían llamando “La Nacional”). Al mismo tiempo que se orquestaban los equipos, se armaron los tanques de depósito de petróleo de la West India Oil Company, y se construyeron los galpones de depósito de los productos refinados en “La nacional”. Todo estaba listo para explotar.

Standart Oil

El martes 28 de agosto de 1934 faltaban todavía 15 años para que en Campana hubiera bomberos voluntarios, y sin embargo la ciudad estaba a punto de sufrir uno de los peores incendios de la historia del país hasta ese momento. Un pueblo muy tranquilo, con una población muy trabajadora, pero completamente inconciente del peligro que encerraban las industrias que les daban trabajo a los pobladores.

“Eran las 3 menos cuarto de la madrugada y la primer explosión despertó a todo el pueblo”. Había explotado uno de los 200 tanques de la Compañía Nacional de Petróleo, y la onda expansiva fue tal que fueron pocos los vidrios que se salvaron, aun en las casas mas alejadas.

En muchas casas más cercanas los daños estructurales fueron mas graves, las paredes se agrietaron considerablemente y hubo derrumbes en las edificaciones mas viejas, incluyendo algunos habitantes atrapados en los escombros. Muchos despertaron creyendo que estaban viviendo un terremoto, mientras en “La nacional” ya había varios obreros muertos.

Incendio Campana

Se estima que más del 90% de los habitantes de Campana huyó de sus hogares esa noche. Las calles eran un desfile de personas a medio vestir cargando frazadas, alejándose lo más posible de “La nacional” en llamas. Muchos vecinos encendieron fogatas en esquinas periféricas para tratar de aguantar la helada.

El camino a Zárate se pobló de campamentos improvisados entre desconocidos. Las explosiones, las llamas de más de 100 metros de altura y el denso humo negro se veían y se oían desde muchísimos kilómetros. Los bomberos de “La nacional” y un grupo de vecinos que se acercaron a ayudar empezaron a combatir el fuego con agua. No disponían en la refinería de espuma química (“foam”), que en aquel momento era un producto muy nuevo del que existía muy poco stock en Argentina.

Cuando ya amanecía, llegaron desde Zárate un grupo de militares de la Marina, que patrullarían las calles los días siguientes, a toda hora, para evitar saqueos en las casas abandonadas por la gente espantada.

Incendio Campana

El corresponsal del diario La Nación en Campana, describía la ciudad como una “zona de guerra”, con edificaciones dañadas, calles vacías, gente refugiada debajo de los puentes, campamentos, escombro y basura en las calles, cenizas, humo. A medida que avanzó el día 28 se produjeron otras explosiones de tanques de almacenamiento.

El petróleo prendido fuego llegó hasta el Paraná, por lo que el tránsito de embarcaciones tuvo que limitarse, por el riesgo a verse envueltos entre las llamas del petróleo encendido, que bajaban junto a las aguas, incendiando pastizales en las costas a varios kilómetros. Cada explosión dañaba un poco más las casas, y el 28 a la mañana mucha gente era evacuada en camioncitos de fletes.

Durante todo el día 28 siguieron llegando dotaciones de bomberos desde distintos puntos de la provincia y la mayoría de Capital Federal. Estos últimos traían palomas mensajeras que enviaban periódicamente a las centrales contando las últimas novedades.

Las explosiones de tanques siguieron durante la noche del 28 y todo el día 29. Una de las principales preocupaciones era el tanque número 62, que contenía más de 10 millones de litros. Estaban ya prendidos fuego los tanques vecinos al 62: el 64 y el 102. Un grupo de bomberos se había designado especialmente para enfriar el tanque 62, y así evitar que explotara.

El día 30 de agosto ardían 58 tanques de los 184 existentes. Las explosiones se habían hecho menos frecuentes, y el Intendente de Campana, Andrés del Pino, instaba a los vecinos a volver a sus casas porque el peligro “ya había pasado”. Nada se decía de lo tóxico que era el ambiente, y se mentía en cuanto a la peligrosidad del incendio. Pero desde los medios gráficos se hablaba de que el incendio estaba controlado, y que ya no había peligro de que se propagara a las casas, que era lo que tanto se temía en un principio.

A fines del día 30, la Cámara de Diputados de la Nación aprobó la ayuda económica a los damnificados por la explosión en Campana. Comenzaron también los trabajos de investigación sobre cómo se había iniciado el proceso. La versión oficial habló de una pérdida en una cañería de transporte, que entró en contacto con el sistema de la caldera vieja e inició el incendio de tuberías.

Muchas familias volvieron a sus casas el día 30. Lo peor ya había pasado, y la policía y los militares convencieron a todos los campamentos improvisados en las plazas, en las rutas, en los baldíos, que volvieran a sus hogares, que el siniestro estaba controlado aunque siguiera el fuego, el humo, y cada tanto alguna explosión menor. Los propietarios de las viviendas más dañadas fueron definitivamente evacuados hacia dependencias militares en Zárate.

Después de noches de no dormir en sus camas, ahora descansaban. Convencidos por las autoridades y la prensa, habían regresado a sus casas. Y en realidad todavía no habían visto lo peor. Pasada la medianoche del día 30, la peor de las explosiones sacudió a la ciudad. El tan temido tanque 62, conteniendo 10 millones de litros, explotó lanzando una lluvia de fuego que ascendió 200 metros en el cielo y cayó en las zonas aledañas, hiriendo a bomberos, matando a voluntarios, derrumbando nuevas casas.

“Todo el mundo estaba esperando que explote el tanque 62 porque se había corrido la bola, pero ese día decían que no iba a explotar, que ya estaba controlado. Cuando explotó todo el mundo pensó que nos moríamos, fue impresionante.”

La gente volvió a escapar, y la magnitud de la explosión del tanque 62 desencadenó la explosión de nuevos tanques. Un reporte del 2 de septiembre señala que ardían 159 de los 184 tanques.

Incendio Campana

El Hospital San José ya existía, pero después de la explosión del tanque 62 hubo que evacuarlo por riesgo de derrumbe, lo que dejaba a Campana en una situación extrema, ya que no se podrían llevar al hospital nuevos heridos. Aún hoy nuestro hospital está ubicado en una zona que ante una eventual explosión en la refinería nos dejaría sin centro de salud.

Los heridos y demás personas internadas fueron trasladados al hospital de Zárate y otros establecimientos de distintas zonas. Uno de los médicos más comprometidos en la ayuda y en la organización de la asistencia a las víctimas del siniestro fue el Dr. Martín Becerra. En total, la explosión e incendio de “La nacional” dejó más de 220 heridos. Nunca se supo el número real de muertos.

Muchos de los heridos de la población eran heridos graves, algunos de los cuales fallecieron al cabo de semanas. Entre los trabajadores, la lista del 31 de agosto señalaba 7 muertos y 10 desaparecidos, trabajadores cuyos cadáveres nunca fueron encontrados. Uno de los primeros en fallecer, el 28 de agosto, fue José Mazetellier, cuyo caso impactó mucho debido a que tenía hijos chiquitos, y la imagen de la viuda con los chicos recorrió los diarios más importantes del país y del mundo.

El domingo 2 de septiembre llegó a Campana finalmente todo el “foam” disponible en Argentina. La espuma química, una novedad para el mundo, fue aplicada a los lagos y tanques de petróleo ardientes, y con ello se logró controlar y extinguir el incendio.

La población afectada fue el 100% de la población de Campana. Los efectos a largo plazo del humo respirado durante esa semana afectaron a todos por igual, repartiendo alergias, enfermedades respiratorias, cáncer, y los tóxicos que se depositaron en el ambiente siguieron actuando durante años.

¿Existirá la memoria colectiva? ¿Cómo se la destruye a lo largo de los años? ¿Sólo nos queda esa sensación de que ESSO un día puede explotar? ¿O habrá en nosotros un rasgo dormido que nos pueda llevar a actuar firmemente en defensa de nuestras vidas y de las vidas de nuestros seres queridos?

Todavía estamos buscando esas respuestas.

FUENTE: CancerCrisis