Una reflexión a pluma alzada

Carlos Riedel2 octubre, 2015

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Cuesta creer que a la vuelta diaria del trabajo, sentados frente al televisor o leyendo el diario, critiquemos el mundo de la política, los políticos y los funcionarios, como si en los ámbitos donde nos ganamos la vida a los ponchazos, no fuéramos protagonistas o por los menos testigos, muchas veces cómplices, de las mismas miserias que nos sublevan en el mundo de esa realidad que cada vez se parece más al mundo del espectáculo, donde nunca nada es lo que parece.

Como si en cada oficina, taller, comercio, consultorio o escuela, no se desarrollaran las mismas feroces luchas de poder que nos espantan por lograr ascensos, o situaciones de privilegio para nosotros o nuestros grupos de pertenencia, cualquier parecido a tribus primitivas los círculos cerrados donde nos movemos, mera coincidencia.

Como si la corrupción, las avivadas, los actos de locura, grandes o chicos, se manifestaran exclusivamente en los despachos oficiales, en los pasillos del Congreso o en la pulcritud aparente de los tribunales.

Como si todo lo malo, lo absurdo, lo aparentemente sin sentido, ocurriera allá arriba, en el escenario de lo público, representado por esa gente lejana a nuestra vida cotidiana. Y así podamos irnos a dormir tranquilos, como inocentes criaturas descerebradas, víctimas de la Historia.