Sandra y Rubén, dos víctimas del vaciamiento de la educación

Carlos Riedel5 agosto, 2018

Por Federico Mana*...Las muertes de la vicedirectora y el portero de la escuela de Moreno no son una tragedia. Pagaron con sus vidas la coherencia entre sus ideas y sus actos.

¿Por qué si la sociedad está de acuerdo en sostener que la educación es la forma de resolver las problemáticas actuales no es capaz de concretar esta idea? O bien porque es un situación utópica e irrealizable en sí misma, o bien porque es una frase que otorga reconocimiento simbólico a quien la dice aún si no lleva adelante actos puntuales para cumplir con ello.

Ahora bien ¿la educación es el resultado de un proceso o es el proceso en sí mismo? Si quisiéramos profundizar en la definición propia de la palabra encontraríamos diversas dificultades en lo que atañe a su sentido, su referencia y el significado que porta para cada grupo humano. Incluso hasta podríamos percibir que no existe una definición última y acabada de lo que sea ya que su esencia radica en el dinamismo que le confieren todos los seres humanos.

No obstante ello pocos son los capaces de aceptar esta inmensidad del término. La mayoría pareciera conformarse con la idea del sentido común, con el significante vacío, con el vocablo liberado de cualquier referencia más que la de "algo bueno". Como hablar de los supuestos beneficios de educar ya alcanza para los aplausos, casi nadie se gasta en pensar cómo es que educar puede generar tales beneficios a la sociedad, qué tipo de educación puede generar esto y, por supuesto, qué beneficios son los deseados.

Así pues podemos entender de qué manera el poder circulante (económico, político, religioso) ha cooptado al concepto "educación" para utilizar su cáscara vacía como forma de atraer voluntades y favores con su simple mención. Es decir, desde el discurso se defiende al acto de educar y se lo considera como una práctica fundamental para el equilibrio social, pero en la praxis concreta no se acompañan estas ideas.

Sandra Calamano y Rubén Rodríguez son víctimas no del accidentalismo azaroso sino de la desidia voluntaria. Sus muertes son el producto de miles de discursos vacíos sobre la educación que incurren una y otra vez en la contradicción del nulo obrar. Docentes que preparaban el desayuno de chicos y chicas murieron por una falla estructural tanto del edificio como de la sociedad en sí.

Cuando se piensa que la educación es un resultado y no el proceso suceden estas cosas: se ocultan y niegan las condiciones materiales y de posibilidad para que el acto educativo ocurra, se niega la falta de inversión, se niega a los docentes, se niega el debilitamiento de los diseños curriculares, se niega la pauperización de la infraestructura. Se niega todo lo que hace a lo educativo menos lo educativo en sí.

En este sentido la "educación" como palabra se ha transformado en la compañía más deseada por otras áreas: educación y empresa, educación y neurociencia, educación y política, educación y emprendedorismo, educación y todos los "etcétera" que más nos gusten. Es deseada por su valor simbólico pero al mismo tiempo abandonada cuando exige compromiso.

Entonces ¿a quién le importa la educación? ¿Al funcionario que la ajusta económicamente? ¿Al empresario que la ve como una oportunidad de negocios? ¿Al ciudadano que ve a los docentes como "vagos"? ¿A los directivos educativos que ven a estudiantes y docentes como parte de su feudo?

Todos nosotros caemos a diario en contradicciones, en paradojas, en incongruencias entre lo dicho y lo hecho. Sin embargo quizás existan pocos ámbitos en donde se produzca con tanta vehemencia como en el de la educación.

A veces por ignorancia, otras por arrogancia, en variadas oportunidades por cinismo, lo cierto es que la hemos vaciado de contenido, nos hemos enamorado de la palabra rechazando la obligación de actuar a la que nos impele.

Pero claro, si todavía permanece gente que evita tal contradicción se la persigue, se la aísla, se la denigra o se la mata. Sandra y Rubén pagaron con sus vidas la coherencia entre sus ideas y sus actos ¿cuántas muertes más necesitamos para hacernos cargo de nuestras miserias y empezar a acompañar nuestras palabras con prácticas acordes?.

 

*Licenciado y Profesor en Filosofía