Polémica por un cuento: EL ROL DEL ARTISTA Y LA FUNCIÓN DEL ARTE

Carlos Riedel30 enero, 2019

Por Luis Sellán... Días pasados se generó una polémica en Zárate y Campana, provocada por la publicación de un cuento de Pablo Gianna, llamado El Velatorio. Aparecido en el matutino campanense: La Auténtica Defensa.

El texto en cuestión, de muy escasas cualidades literarias, según mi visión, fue replicado en las redes y yo particularmente lo publiqué en mi Facebook.

No porque me pareciera particularmente interesante, sino debido a la polvareda que levantó, atribuida a la procacidad del mensaje o la supuesta impropiedad de la publicación del mismo, sobre todo en estos tiempos donde la violencia de genero está a flor de piel. El cuento, relata la historia de un empleado de una funeraria quién, al ver el cuerpo inerte de una bella mujer, a la cual debía realizar los trabajos de tanatología, practica con el cadáver un acto de necrofilia.

Entre las cosas que se dijeron en las redes, podemos señalar a modo de ejemplo, algunas: “El texto hace apología de la violación”, “cosifica a la mujer y alienta la violencia de género”, “no debe publicarse esto, en estos momentos”. Etc.

En este marco de críticas, se cuestiona al medio en dónde salió el cuento. Ahora bien: Es acá donde debemos preguntarnos, ¿cuál es la función de la literatura, o el arte en general? ¿es ser políticamente correcto? ¿ o puede exponernos a los fantasmas más abominables del ser humano? Si nos basamos en el primero de los criterios, hoy no tendría cabida el atormentado Raskolnikof, reflejado en la magistral prosa de Dostoievski, que inmortalizara en su Crimen y Castigo.

El pobre de Fiodor sería acusado de femicidio. Los conservacionistas irían a escupir la tumba de Herman Mellville por describir magistralmente la obsesión de Acab en matar a la ballena blanca.

Ernesto Sabato, tendría serios problemas por su obsesionado odio a los ciegos. Ni hablar del artista plástico Klimt, con su maravillosa obra: La virgen. Una auténtica orgía, según estos criterios.

En definitiva, el arte a mi entender, no tiene tiempos y no debe estar limitado por conceptos moralistas, temporales, ni tampoco acusar al autor de las perversidades de sus personajes. Cómo bien dijo la Sra. Mariana Di Yorio- en el marco de estos comentarios en las redes-: “Para hacer crítica literaria, lo principal es despojarse de toda apreciación moral(...) Despojada de prejuicios y atenta a un análisis de la pieza, leí el texto que nos interpela. Porque eso es el arte: interpelación”.

Con respecto al texto en cuestión, también en las redes, el profesor Cristián Priore dice: “No es original el texto, pero hizo un intento de querer emular a Lamborghini y Perlongher; sólo eso, un intento”. A mí me viene el recuerdo de Buckovski y su Máquina de follar.

En definitiva, este texto no interpela, no conmueve, nos sirve todo en bandeja desde un lugar muy básico y primitivo, no hace buena literatura. Denota cierta “escritura juvenil de principiante”, como también se dijo en las redes. Juzguémoslo por eso, pero no hagamos un juicio de moralina, que no sirve para la crítica literaria. Por las dudas, aquí va el cuentito en cuestión:

El velatorio
Por Pablo Gianna

Agustín Hotzet era el dueño de una importante funeraria. Muy prestigiosa en la ciudad, brindaba los mejores servicios y era la más cara. La funeraria estaba llena de clientes, tenía mucho trabajo y, en algunas ocasiones, Agustín debía ausentarse de la empresa por uno o más días para asistir a cursos, reuniones, y otras cosas relacionadas con el negocio de los muertos. Cuando pasaba esto, dejaba a cargo de la funeraria a su amigo Nek, de ultraconfianza. A Nek le gustaba reemplazar a Agustín en las tareas, en especial en las de embellecer a los clientes antes de llevarlos a sus casitas de madera. Esto consistía en acomodar y maquillar a los muertos para que estén lindos ante los asistentes al velatorio y parezcan un poco más vivos. En los casos extremos como voladura de cráneo con cartucho de escopeta, o accidente, no se acomodaba nada y se realizaba el evento a cajón cerrado.

Ese día Nek estaba de reemplazo cuando le avisaron que el corazón de Ingrid había dejado de bombear a causa de una ingesta desmedida de cocaína. Ingrid era una modelo, poco conocida, y fanática de aspirar; le gustaba tanto drogarse como chupar pijas. De todos modos ya estaba muerta unos meses antes de morir; vivía al límite. Nek siempre sintió atracción por ella, pero ella nunca se fijó en él. De hecho se había acostado con casi todos los hombres que Nek conocía (entre ellos Agustín), y a pesar de la insistencia de este muchacho, Ingrid jamás lo tocó; se divertía histeriqueándolo.

Unos empleados de la funeraria llevaron el cuerpo desnudo de Ingrid al "salón de belleza"; una sala amplia, y refrigerada lo suficiente como para detener la descomposición de los clientes, donde Nek esperaba ansioso para hacer su trabajo de embellecimiento. Colocaron el cuerpo en una camilla y se retiraron. El cadáver estaba bastante bien… un poco tieso y frío. Tenía uno de sus ojos celestes abierto y el otro cerrado.

- Ingrid… al fin. Hoy me toca a mí; es mi turno.- dijo Nek.

Se bajó los jeans, separó las piernas de Ingrid y la penetró una y otra vez. Terminó dentro de ella, feliz, sin riesgo de embarazos. Descansó un poco y la cargó sobre su espalda así como los carniceros cargan una media res, y la llevó hasta un sillón tratando de acomodarla en una posición similar a "en cuatro". La observó. Apasionadamente pasó sus labios y su lengua por el ano de la pobre chica para luego cogerla rápidamente por ahí mismo. Volvió a cargarla hasta la camilla para comenzar a maquillarla. Coloreó sus labios con rojo, resaltó sus pómulos con un tono rosado, y usando pegamento transparente corrigió el ojo que había quedado abierto. Por último arregló su pelo con un cepillo y rociándolo con un fijador.

En ese momento entró Agustín, recién llegado de un viaje de negocios.

- ¡Nek!... ¿qué tal todo por acá?... me enteré lo de Ingrid…

- Agustín!... todo en orden… todo bajo control.

- ¿Cómo está ella?

- Mejor que nunca.

La Auténtica Defensa. Edición del viernes, 25/ene/2019