A 100 años de la Reforma Universitaria: una mirada crítica que rescata la idea irigoyeniana que la impulsó

Carlos Riedel12 julio, 2018

Por Jorge Alessandro*/ http://InfoGEI... Con motivo del 100° aniversario de la Reforma Universitaria de 1918 y la proliferación durante este tiempo de “respetables” opiniones sobre el tema, el abogado platense, escritor, y ex militante de la FURN, Jorge Alessandro, rescata la idea irigoyeniana que la impulsó, al tiempo que reivindica concepto del peronismo de la universidad: “Nacional y Popular”.

Considero que la circunstancia es oportuna para, en primer lugar intentar poner en cuestión una afirmación que creo,  en términos  jauretcheanos, constituyó una recurrente soncera, y también, formular algunas otras consideraciones.

La primera alude a aquella que  identifica  el episodio de referencia como un hecho “de los estudiantes cordobeses”, con epicentro excluyente en el ámbito universitario, soslayando que la misma fue consecuencia  de un fenómeno más abarcativo. Ese que se expresó  en el acceso político de sectores medios a partir del gobierno de Hipólito Irigoyen y como efecto previsible de la ampliación del sufragio en 1912.

Aquella reforma fue prohijada y avalada por ese gobierno, con hechos conducentes: la intervención de la Universidad (José Nicolás Matienzo) tal como lo pedían los estudiantes, la convocatoria a elección de nuevas autoridades y  la posterior aprobación de los estatutos reformados. Un aval en línea con la idea irigoyeniana de que “..la Universidad debía nivelarse con el estado de conciencia alcanzado por la República". Una perspectiva de análisis  más que  interesante en función del lugar desde donde ubicarnos para analizar la cuestión de la Universidad.

Otro aspecto que me parece también necesario considerar, es que: A partir de la absorción identitaria que hizo un sector del movimiento estudiantil hasta convertirla en una  corriente política, la reforma universitaria identifica una tradición política que,  abonada por sectores políticos variopintos llega hasta nuestros días: la reformista.

Universidad Nacional y Popular

El peronismo, en cambio,  pertenece y se identifica claramente con otra tradición, conceptualmente distinta, de sentido y matriz ideológica diferente y en oportunidades históricas hasta contrapuesta: la nacional y popular. De esa tradición nos reconocemos herederos.

Por eso, cuando se señala la ocasión del centenario como oportuna para rescatar las ideas del “Manifiesto Liminar”, en una suerte de necesaria  interrupción del “desencuentro de la cultura reformista y el peronismo (y al revés)”, me parece necesario señalar también que:

Pensamiento jauretchano

Dicho desencuentro, al menos desde el peronismo, no se centró en la crítica a los contenidos fundamentales del documento de 1918 que la tradición nacional y popular jamás descalificó como tal y por el contrario consideró un “punto de partida para darle a la universidad el contenido nacional y por consecuencia americano que contribuyera a la formación  de un modo y un pensamiento propio…” (Arturo Jauretche).

Los cuestionamientos en cambio, se apoyaron, sí, en el derrotero posterior de sus adherentes, del mismo modo que se centraron en su pretensión hegemónica en cuanto al rol y sentido de la Universidad y su noción de ésta como una suerte de “isla” desentendida de la suerte del país.

Refuerzan esa mirada, las palabras con las que hasta el propio Deodoro Roca,  principal redactor del manifiesto, caracterizó unos años después a sus propios compañeros: “Movimiento pequeño burgués y romántico....pequeña burguesía liberal encendida de anticlericalismo, vagos entusiasmos, americanismo confuso, mucha fiebre “. Esas  fueron las palabras que utilizó por entonces, al tiempo que  también supo comprender, a diferencia de sus  contemporáneos, que no era posible plantearse una reforma universitaria sin reforma social. (Revista Flecha. Año1936)

Seguramente no pudo ignorar el progresivo olvido reformista de aquel espíritu emancipatorio y horizonte latinoamericanista del Manifiesto, que los había animado a pensar que estaban “pisando sobre una revolución” y hasta afirmar también que estaban “viviendo una hora americana”.

Década infame

Tampoco la pronta abdicación,  de principios fundamentales que los llevó  progresivamente a replegarse tras los muros y  claustros universitarios, para privilegiar solo sus demandas internas de autonomía, cogobierno y libertad de cátedra, e iniciar un derrotero cada vez más alejado de los intereses populares.

Ese que iniciaron con el apoyo al derrocamiento  de Irigoyen, (al que llegaron a tildar de caudillo senil y bárbaro) y su silencio durante la década infame, tanto de la política de entrega nacional como de la eliminación progresiva de las propuestas reformistas, acrecentado en su activismo opositor en los días previos y posteriores al 17 de octubre de 1945, (promovidos en el caso de la UNLP por su máxima autoridad y    el Apoyo del diario El Día), como también  en su participación en la Unión Democrática, a la que pretendieron sumar, sin lograrlo, a Atulp.

Del mismo modo desde  su antiperonismo recalcitrante y su  resistencia tanto a la producción  parlamentaria específica, como a la  gestión educativa del primer peronismo, período en el que se generaron las condiciones materiales para la efectiva implementación de los postulados reformistas, ajustándolos a los requerimientos de una verdadera “democracia de masas” (A. Recalde).

Desarancelamiento y gratuidad, con la consiguiente ampliación  de la matrícula, incorporación de la noción de extensión a la legislación universitaria, la creación del germen institucional de la investigación técnica,  y la vinculación efectiva del movimiento obrero con el espacio universitario, mediante  la  creación de la Universidad Obrera fueron solo algunas, soslayadas cuando no ignoradas por el reformismo. También la regionalización y planificación, que en modo alguno fue óbice para la incorporación (por primera vez) de la noción de autonomía en la Constitución de 1949.

El golpe fusilador

Ni que hablar del odio incomprensible que los llevó a celebrar el golpe fusilador del 55, con su correlato de expulsión de tantos “residuales”, docentes peronistas, e  insistir durante el desarrollismo frondicista con el pretendido cientificismo y un supuesto ejercicio democrático en su isla, durante los largos años de proscripción de las mayorías populares.

Un camino recorrido durante largos años de ensoñación reformista y colonización cultural, que posibilitó que la Universidad, de la mano de una  noción  autorreferencial y casi absoluta de autonomía,  se desenvolviera en un casi total aislamiento de los intereses nacionales -en términos de Juan José Hernández Arregui- “…de espaldas al país, ajena a su drama y a la gestación de su destino”.

Finalmente convirtiendo a la Universidad en “..difusora e importadora de una cultura extraña y funcional para complementar desde su ámbito la infraestructura de la dominación y el neocolonialismo…” (Bases para la Nueva Universidad-1973).

Bienvenido sea entonces el desafío de reinterpretar el sentido originario del Manifiesto del 18, “su intensidad originaria y su caladura más penetrante…” (Tatián), no solo desde una perspectiva historiográfica, sino y fundamentalmente política.

El actual contexto político nacional, revela el influjo de un neoliberalismo que procura el desmantelamiento de la educación pública en general y sostiene una visión elitista y mercantilista de la Universidad, tal como lo han expresado con desafortunadas palabras tanto Macri como últimamente la gobernadora Vidal.

Por ello, sigue siendo válido afrontar la necesaria tarea de actualizar la agenda de debate, procurando  "una tarea permanente de reflexión” (Scotto) sobre  el rol de las Universidades, donde formación profesional e investigación, no sean concebidos desde una noción de vanguardia intelectual, mucho menos como objetivos determinados por el mercado, sino desde la afirmación soberana nacional y los intereses y demandas populares.

En definitiva, retomando lo mejor de la tradición nacional y popular, esa que, rescatando su militancia universitaria, identificaron los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, quienes con la convicción de la educación como un derecho y la responsabilidad del Estado en su aseguramiento, hicieron tanto para lograrlo. (*)

 

* Abogado (UNLP), escritor y ex militante de la FURN